Imagen de archivo de uno de los relojes del Palacio del Tiempo. JAVIER FERGO
Imagen de archivo de uno de los relojes del Palacio del Tiempo. JAVIER FERGO

Los Museos de la Atalaya poseen desde 1973 casi 300 relojes de época en funcionamiento, una colección única en Europa.

El tiempo no se recupera jamás, pero en Jerez tiene su propio palacio. Los Museos de la Atalaya acogen desde 1973 una colección fruto de la inversión realizada en su día por el mediático empresario José Mª Ruiz-Mateos, única en Europa, ya que sus casi 300 piezas están en funcionamiento. La mayoría de ellas son de origen francés -ubicadas en las salas azul, oro y púrpura-, e inglesas -repartidas en el hall de Losada, y en la sala verde-. 

Ningún visitante se marcha indiferente. Cada rincón es mágico. En la sala de los espejos se encuentran cuatro relojes grandfather o abuelos, dos del siglo XVII y dos del XIX, creados por grandes relojeros ingleses cuyo efecto de reverberación es prodigioso gracias a la bóveda de esta estancia. La sonería del museo es un gran espectáculo para los oídos. Hay relojes notables y espectaculares como los de la sala Arturo Paz: un gran bracket con barómetro, termómetro inglés y caja de caoba, un tournant de estilo Luis XVI –con forma de jarrón y dos anillos que giran independientemente-, también de bolsillo, de carruaje, de escritorio, infantiles. La planta primera del Museo de los Relojes cuenta con algo más que estos objetos: tapices y una colección de 140 bastones... Más allá de lo que te suelen contar, te mostramos algunas anécdotas y curiosidades en torno a este espacio único. ¿Le dedicas tu tiempo?

1. El reloj spanglish. Así llaman en la intimidad al “anfitrión” del Palacio del Tiempo: el reloj farol de Losada, de José Rodríguez Conejero, la única creación española que hay en toda la colección. Corresponde al reloj que se ubica en la plaza del Arenal, uno de los muchos dispersos por la ciudad que a día de hoy no marca las horas. Llegó a la fundación desmembrado. Es una de las piezas de mayor valor, creada por el leonés en un taller de Londres en 1867, por eso se ubica en el corazón del palacio y da la bienvenida a sus visitantes. Al estar en la intemperie corre mayor riesgo de sufrir averías por la humedad y el polvo. Ahora, está arropado bajo los cuidados de José Manuel de Barrera, encargado del mantenimiento de todo lo expuesto. Ya está sanado y funciona a la perfección, solo deben estar atentos a darle cuerda cada ocho días. Su mecanismo está pintado totalmente de negro, “una práctica habitual porque en la época del hambre cualquier cosa que brillaba se robaba”, explica Miriam Morales, directora comercial de los Museos de la Atalaya, adscritos a la Fundación Andrés de Ribera.

2. Detectores de seísmos. Mucho antes de que los medios de comunicación se hagan eco de cualquier terremoto, el más minúsculo e inapreciable temblor es detectado por los relojes del museo. La consecuencia es inmediata: se paran. En ocasiones, el simple revuelo, la agitación de los pequeños visitantes procedentes de los centros escolares provocan que se paralicen muchos de ellos. Es una prueba de lo sensibles y delicados que son sus mecanismos y la atención que requieren. La sensibilidad de estas joyas del tiempo es tal que no resulta extraño encontrar bajo algunos de ellos un ‘calzador’ en forma de moneda, por ejemplo, para elevarlo apenas un milímetro cuando la superficie no es completamente plana. Con ello logran que la maquinaria continúe en marcha y no pare de dar la hora.

3. El reloj ‘deluxe’. El recorrido de las visitas está relativamente establecido. Comienza con el recibimiento del reloj de Losada y te lleva hasta el taller de un relojero, pasando por las salas azul, oro, púrpura, verde, la sala ‘Arturo Paz’, a través de una colección de bastones, e incluso te muestran un par de tapices del siglo XVI y una pequeña capilla presidida por una talla del siglo XV. Sin embargo, hay un reloj que no se ve por una razón muy simple, no coge de paso. Se encuentra en el salón Luis XV en el cual se ofrecen ruedas de prensa y en el que se agasaja a ilustres personalidades. Se trata del reloj francés creado a finales del XVIII por Andrés Charles Boulle, al servicio del rey Luis XIV y Luis XV de Francia. Este ebanista inventó un tipo de marquetería de concha de tortuga -material muy poroso y manejable tras ser introducido en agua muy caliente- con latón y bronce incrustado. El resultado es un reloj (aunque también se realizaron muebles) más ligero que aquellos elaborados con madera. En él aparece el dios Cronos entre otras referencias mitológicas.

4. Los 'sin nombre'. Difícilmente podría cuantificarse el valor del conjunto de todo lo expuesto en el Museo de los Relojes. Igual de difícil que resulta identificarlos con un nombre. A diferencia de obras de arte como los óleos o las fotografías, carecen de título alguno. Si hay casi 300 piezas únicas, ¿cómo se reconocen? Los relojes son identificados por una época, un estilo artístico y un autor si se conoce, ya que muchos de estos artesanos eran personas anónimas, simples sirvientes. Están numerados, ubicados en diferentes salas y además muchos tienen motes. Sí… Arturo Paz, encargado de la colección durante casi cuatro décadas, inició esta costumbre. Al ser únicos, también tienen características únicas que les diferencian del resto y los convierten en especiales. A algunos se les humaniza. Encontramos al perezoso, a otros se les distingue por su forma, uno de ellos es la lata de Cola Cao, similar al antiguo envase de ese producto. El reloj más ‘hartible’ es Alas Ateneas porque está dando mucha guerra en relación a su mantenimiento, tiene arritmia, adelanta demasiado. Los ‘fullerillos’ son aquellos de bonita apariencia en el frontal, y que están desnudos en su parte trasera, es decir, que su maquinaria queda totalmente al descubierto.

En las etiquetas que les acompañan aparece un número, la época y el autor, si se conoce. Si das un paseo por allí también podrás preguntarte por qué algunas de estas etiquetas no están colocadas frontalmente de cara al público, sino vertical. La explicación es sencilla: son colocadas así por el personal cuando el reloj al que corresponde tiene algún fallo en su funcionamiento o hay que darle cuerda. Y si no encuentras la etiqueta de alguno de ellos, no se trata de ningún despiste, algún pequeño granuja se ha apropiado de ella durante una visita escolar y aún no ha sido repuesta.

Cuando un reloj se para colocan las manecillas señalando las 22:10, la “hora feliz”, porque el reloj sonríe y se muestra mejor la marca debajo del número 12. Es una técnica de marketing que al parecer anima a comprarlo.

5. El dorado de la muerte. En la sala de Oro se encuentran los relojes de este color en la que domina el estilo imperial. Lo llamativo es que están realizados en cobre y los doradores se encargaban de cambiarle el color mediante la técnica ormolu ("oro molido"). Se refiere a la aplicación de una amalgama de oro finamente molido a un objeto de bronce. El mercurio es eliminado en un horno dejando tras de sí una capa dorada. La esperanza de vida de estos artesanos no superaba los cuarenta años dado lo tóxico que resultaba la exposición a los vapores dañinos del mercurio, hasta que en Francia prohibieron esa técnica, aunque se mantiene hasta nuestros días. 

6. Relojes calendario. En el Palacio del Tiempo se encuentran varios de los primeros relojes que además de informar sobre la hora, indicaban la fecha a finales del siglo XVIII. La encargada de hacerlo es una aguja más larga que las demás, pero no se asombren tanto. No existía aún un maquinaria que lo señalara mecánicamente, de modo que, los sirvientes eran los responsables de mover manualmente la aguja jornada tras jornada para que señalara el día en la filigrana del reloj, por supuesto, antes de que se levantara el señor de la casa.

7. Maldito cambio de hora. Si el común de los mortales se confunde con el cambio de hora, o se le pasan los días sin modificarla en sus relojes y dispositivos, pueden imaginar el gran esfuerzo que supone hacerlo manualmente en los casi 300 relojes que funcionan. Cuando hay que adelantar la hora deben desplazar una de las manecillas una hora más. Pero lo peor es cuando hay que restar esos sesenta minutos porque hay que parar la maquinaria de todos y cada uno de ellos al realizar el cambio. Dedican un par de días y “provoca muchas averías”.

8. ¿Dónde está el reloj? En los relojes imperio hay muchos camuflados. Algunos se hallan incrustados en ruedas cuyas agujas se confunden con los radios. Las escenas son muy variadas: circenses, mitológicas en las que Cupido es el personaje que aparece con mayor asiduidad… El reloj francés es un objeto decorativo antes que reloj, todos están pensados para decorar, eran una expresión de la riqueza de su propietario. Los ingleses otorgaban menos importancia a su apariencia.

9. Un arma escondida. Solo hay una pieza que afortunadamente no funciona: el reloj solar. Algo que aunque a priori resulta inofensivo puede acarrear graves consecuencias si se pone en marcha. Se trata de un cañón que en la hora del día en la que el sol calienta, dispara un proyectil, de ahí que el personal no se ofusque si permanece entre los muros del del Palacio del Tiempo a la sombra.

10. La hora a oscuras. Imagínense lo fascinante que resultaría que el objeto que da la hora estuviese iluminado una tarde-noche, cuando aún no existía la electricidad. Es el reloj nocturno de Frodsham. Posee una pequeña puerta en cuyo interior colocaban lámparas de aceite. De esta forma generaba un contraluz en los números porque la esfera es translúcida. Se colocaba sobre la chimenea de un gran salón iluminado con velas. Es de las piezas más antiguas de la colección con la caja italiana de caoba del siglo XVI –que obviamente no salía ardiendo- y máquina del XIX.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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