¿A que te han dicho siempre que intentes no tener hambre después de oír la leyenda de Chicharrón? Porque Chicharrón se come a los niños que tienen apetito, ¿verdad? Por eso el menda huele a chicharrones que alimenta… ¿Te ha puesto tu madre una pinza en la nariz para pasar por los callejones? Que sí, que sí, que yo he visto a más de un niño por allí de esa guisa. “¡Aquí huele a chicharrón, aquí huele a chicharrón, ¡a esconderse del tirón!”, dice la canción. ¿Pues sabes qué? ¡Pamplinas de la plaza Mina! Me han contado muchas versiones de esta leyenda, pero después de investigarla en profundidad, entrevistando a los testigos y acudiendo a los viejos papeles de la biblioteca, puedo asegurar sin modestia alguna que soy la persona más indicada para desentrañar los secretos de Chicharrón.

Las más ancianas, esas mujeres que viven en las azoteas y no han pisado la calle en décadas, que oyen las historias que el Levante les trae de rato en rato, saben muy bien que el origen de Chicharrón se remonta a la explosión de 1947. Ellas dicen que salió de la Cueva de Mariamoco, donde estaba sepultado, porque el temblor le despejó el camino para poder escapar. Durante mucho tiempo se escondió en una oquedad en el Campo del Sur, asustado como estaba, pero poco a poco fue dejándose entrever en las sombras de la noche. Ya entonces la descripción del ser variaba mucho de uno a otro testigo, y por esto mismo pronto se le asignaron capacidades mutantes. Quienes se daban de bruces con él destacaban el olor que desprendía, aunque también en esto había diferencias: podía oler a erizos, tejeringos e incluso a alfajores de Medina según quien contara el encuentro. Nadie se ponía de acuerdo y por esto mismo protagonizó alguna coplilla de carnaval, como aquella que fue censurada por las autoridades, siempre dispuestas a negar su existencia, y que empezaba así: “Hay que ver la que está liando el espantajo de marras / unos dicen que huele a caballas y otros a piriñaca…”.

Bastante tiempo después, quizás en los 80, empezó a llamársele Chicharrón con motivo de su fragancia, que ya era reconocida por los testigos sin ápice de dudas: olía a chicharrones de Chiclana. Fue en esos días cuando a alguien se le ocurrió contar que por las noches se escondía en los callejones, abría el apetito a los transeúntes con su aroma y, los incautos, buscando el origen de tan suculento olor, llegaban a Chicharrón, que abría su boca, asimilada a la de un mero, para zampárselos de una vez. El problema de Chicharrón, me confesó uno de la Viña, “es que como monstruo deja mucho que desear, porque el pobre tiene problemas de estómago y a los pocos minutos de la ingesta ya está vomitando a sus víctimas, que salen muy asquerosamente, esa es la verdad, pero vivos al fin y al cabo. Sé de alguno que al ver a Chicharrón tosiendo y tocándose la barriga por el dolor se apiadó de él y le fue a comprar sal de frutas”.

Como investigador de lo paranormal, y sobre todo como “desmontador de bulos”, que es lo que reza en mi tarjeta de visita, hoy puedo afirmar sin tapujos que Chicharrón no es culpable de ninguna de las desapariciones. Tampoco es cierto que una vez tuviera tres brazos y otra seis, que una noche midiera dos metros y otra apenas medio, que sus colmillos fueran de jabalí o sus dientes de piraña… En realidad, el Chicharrón, cuyo único enigma es su origen, no es sino un hombre, más bien feo, sí, pero hombre. No digo que no sea peculiar en sus maneras, porque de esto no cabe duda, y es tan aficionado a los chicharrones de Curro que siempre lleva un cartuchito encima. De ahí su olor constante.

Me ha sido imposible entrevistar a Chicharrón, que ciertamente posee el don de aparecer y desaparecer a su antojo, pero tres de los fotógrafos gaditanos más reputados, Movellán, Juman y Kiki, han conseguido fotografiarlo en diferentes épocas, casi siempre de manera borrosa, como si se tratase del Yeti o del bicho ese del Lago Ness. Aún así las imágenes no dejan lugar a las dudas: se trata de un ser humano, extravagante, que sí, pero tan humano como tú o yo. Mi teoría, que tiene buena base, defiende que se trata de un guasón al que le gusta disfrazarse durante todo el año para provocar el desconcierto. Un loco, quizás, pero menos monstruo que el de Frankenstein, el de la Laguna Negra o el Kraken de la Caleta, que no digo que estos no existan. Así que el Chicharrón no da nada de miedo, aunque debo confesar que si huelo a chicharrones por los callejones sigo adelante, con una pinza en la nariz, y en todo caso, ya con el apetito abierto, me meto en la plaza a comer los de Curro. Por si acaso. Solo por si acaso. Tú haz lo que quieras, pero yo de ti…

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José Manuel Serrano Cueto

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