El otro día fui al cine. Vi la película El Grinch. No es la primera obra que protagoniza este personaje de color verde al que le horroriza la Navidad. Libros, películas y especiales de televisión han tenido como protagonista a este duende al que (atención, spoilers) termina por gustarle la Navidad.  La sala estaba repleta de familias con niños y el espíritu navideño estaba más que presente. Un niño cantaba villancicos y un joven vestía un jersey con el dibujo de un árbol de Navidad.  Así que al finalizar la cinta, todos contentos. Bueno, yo no tanto.

Recuerdo que de niña vi la película protagonizada por Jim Carrey y consideré el final como el mejor. Pero esta vez ha sido diferente. Y eso que me gustan estas fechas. Al finalizar la película lo primero que se me vino a la cabeza es que no debería terminar así. ¿Por qué el buen final es que a Grinch le guste la Navidad? Que sí, que es un personaje de ficción y una historia en parte destinada a niños con lo que se considera un final feliz. Pero es ahí donde está el fallo, en que nos empeñamos en que a todo el mundo le gusten determinadas épocas del año, en especial la Navidad. Y al que expresa que no le gusta lo consideramos un bicho raro. El final de la historia de El Grinch debería ser que el protagonista respete que los demás vivan la Navidad de una forma tan apasionada, pero que esa pasión no tenga por qué ser compartida por su parte.

En estos días en los que la felicidad predomina por las calles y en las casas, también hay que mostrar empatía con los que desean que el 7 de enero llegue rápido. Los motivos por los que hay quienes no quieren saber nada del espíritu navideño son muy variados. Echar de menos a alguien, no disfrutar lo que consideran falsa alegría, rechazar el consumismo de esta época, no tener ganas de compartir mesa con determinados familiares, no querer darse atracones o no aceptar los cambios en la rutina son algunas de las razones. Y todas son igual de válidas. Esta puede resultar una reflexión de lo más evidente, pero considero necesario darle su espacio porque estas personas son más de las que pensamos. Seguro que algunas no se atreven ni a mostrar su rechazo por estas fiestas porque más de uno no lo entendería.

Lo importante es que cada uno elija cómo quiere vivir estas próximas semanas sin que nadie le juzgue. Se puede ser feliz sin espíritu navideño. Solo hace falta un poco de comprensión por parte de los demás. Y esto es extrapolable a quienes gustándoles la Navidad, hay años en los que por diferentes motivos no tienen ganas de celebrar, de regalar o de recibir regalos.

Así que desde aquí espero que quienes ya se tapan los oídos para no escuchar villancicos, quienes llevan tres meses rodeados de polvorones y turrones en los supermercados, quienes apagan la tele para no ver películas y especiales navideños, quienes evitan salir a las calles por las aglomeraciones y el rechazo al alumbrado, quienes se van a la cama temprano el 24 y 31 de diciembre o quienes el 6 de enero solo piensan en el regreso a la rutina, pasen estos días lo mejor posible, sobre todo sin que nadie les mire como si fueran de otra especie.

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Helena Arriaza

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