La actriz y pedagoga Esther Uria ha fallecido a los 55 años en el Hospital Donostia tras una breve enfermedad, dejando tras de sí una huella profunda tanto en el teatro vasco como en el ámbito educativo. Nacida en San Sebastián el 26 de mayo de 1970, Uria se formó en la escuela Antzerti, donde se licenció en Arte Dramático y debutó sobre los escenarios con La cacatúa verde, dirigida por Mario Gas. Desde entonces, su nombre quedó ligado al teatro, participando en producciones como La importancia de llamarse Ernesto o Como agua para chocolate.
En televisión, su rostro se hizo conocido gracias a su participación en series de ETB como Euskolegas y Pilotari, además de apariciones en ficciones nacionales como Maitena: Estados alterados o El comisario. Pero en 2008, Uria decidió dar un giro radical a su vida: retomó los estudios y centró su carrera en la educación, donde también brilló con intensidad.
Gran carrera
Su trayectoria académica fue impecable. Obtuvo el Premio Extraordinario en Educación Especial y el Premio Fin de Carrera en Psicopedagogía, además de un máster en Formación del Profesorado de Secundaria. En 2014, consiguió una beca para desarrollar una tesis que combinaba sus dos pasiones: el teatro y la pedagogía. Su investigación, parcialmente desarrollada en la Universidad de Victoria (Canadá), exploraba el teatro como herramienta educativa para fomentar la convivencia entre adolescentes.
En 2018 alcanzó el grado de doctora por la EHU/UPV con una tesis titulada Diseño, desarrollo y evaluación de un programa basado en las técnicas del sistema teatral para el fomento de la convivencia positiva en el alumnado de secundaria del País Vasco. En una entrevista, Uria explicaba su visión con una frase que muchos recuerdan hoy: “Los profesores tienen mucho de actores: deben saber hablar, dirigirse a un público y lograr que les entiendan”.
Su amor por las tablas nunca se apagó. En 2013, junto a su pareja, Edu Errondosoro, integrante del grupo Golden Apple Quartet, estrenó Cada día es solo una vez al día, una obra que defendía la risa como motor vital. En aquel momento, Uria resumía su filosofía de vida con un mensaje que hoy cobra especial significado: “No nos lamentemos del pasado; tenemos el presente, y una forma muy positiva de vivirlo es empezar a hacerlo con humor reflexivo. Vivamos el presente con humor y amor”.


