Ucrania en llamas.
Ucrania en llamas.

Yo, de Ucrania, no tengo ni idea. Sé que sufre una guerra a consecuencia de la invasión de Rusia, y poco más. Todo lo demás es un laberinto inextricable. Me pierdo, lo confieso. Aunque decir esto, en los tiempos que corren, está mal visto. Al parecer todos debemos saber de todo. O presumir de ello disimulando nuestra ignorancia y dejando que prevalezcan nuestros sentimientos por encima de los análisis basados en el conocimiento y el rigor. Una adaptación libre del lema periodístico. "No dejes que la realidad te estropee un buen reportaje”, podría terminar cambiando reportaje por prejuicio.

Puedo intuir que la guerra que sufre Ucrania es por dinero, como todas las guerras. Aunque la vistan de seda (de las banderas) detrás de todo conflicto bélico anda escondida la mona, o sea el dinero. O el poder, que es sinónimo de dinero. Pero todo lo que rodea al dinero y su consecuente lucha de intereses me parece complicadísimo y muy difícil de conocer en este caso. Alguien dijo que la verdad se esconde en el fondo de un pozo muy profundo y casi nadie está dispuesto a bajar a buscarla. La verdad es la primera víctima de cualquier guerra.

Por eso hay que echarse a temblar cuando alguien te dice "si me dejaran, eso lo arreglaba yo en diez minutos". Las recetas mágicas y universales para todo tipo de problema dan pavor. Me adelanta por la calle un caminante hablando por teléfono y dice que hay que bombardear Rusia. Otro individuo espera en el semáforo diciéndole a alguien que Putin está loco y ése es todo el problema. Que el control de las materias primas, que la energía, que el territorio, que detrás de todo está China, que EE.UU. quiere el control de Europa del este. Que esto es la reedición de la guerra de Crimea...

Y en ese guirigay salen siempre los que lo saben todo y tienen en sus manos la poción mágica, el curalotodo. Me recuerdan a aquellos que se paraban en la carretera cuando tenías una avería en el coche y aseguraban que la solución era quitarle el chiclé al carburador y soplarle fuerte. O a los que se paran a observar una obra y acaban diciéndole al albañil cómo tiene que poner los ladrillos. La ignorancia suele ser muy osada. La diferencia es que ahora estamos ante una tragedia de dimensiones colosales que merecería actitudes menos triviales. No sé a ustedes, pero ante la guerra de Ucrania a mi me resulta tremendamente curioso el silencio de Vox, esa fábrica de soluciones milagrosas para todo.

En consecuencia, difícilmente podemos pretender conocer la realidad de Ucrania. No seamos ilusos. Resulta casi imposible saber de verdad lo que está ocurriendo en nuestro país porque la propaganda ha sustituido a la información y en el debate público los prejuicios han aplastado a la razón. Deberíamos opinar de este conflicto, como de todo, con un poco más de modestia y seriedad. 

La modestia de admitir nuestra ignorancia y la seriedad de saber que la política es una actividad tremendamente complicada. Que mover cualquier pieza en el rompecabezas de la geopolítica genera movimientos imprevisibles y de consecuencias a veces trágicas. Asumamos que nuestras opiniones pueden estar basadas en escasos datos, en informaciones manipuladas y en nuestros propios prejuicios irracionales. No creas todo lo que te digan, cuestiona la mayor parte de lo que leas y duda hasta de lo que veas con tus propios ojos. Y, por supuesto, no creas todo lo que piensas.

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