Se hizo comunista para defender la democracia aunque nació en una familia de derechas y sus tacones y coquetería la libraron de las porras de la policía franquista, que no se imaginaba que una joven tan fina estuviera en una manifestación: "Levantaban la porra para darme, pero cuando me veían se quedaban como pensando si yo estaba allí manifestándome o pasaba por allí", decía. Se salió de Izquierda Unida cuando el veneno interno se hizo insoportable, pero no envió una sola carta a la prensa ni aceptó la oferta de otros partidos, que las tuvo y muchas: "Por respeto a quienes me pegaron los carteles".
Era la heterodoxia hecha carne, firme en sus creencias pero tierna en su defensa, generosa, guapa, lúcida y culta como pocos. Yo quiero saber ya dónde estará la calle Concha Caballero para ir a verla de vez en cuando porque la sigo echando mucho de menos. Ella, que era vanidosa, estará, si está en algún sitio, encantaíta perdía de saber que va a tener una calle como todos aquellos poetas sevillanos a los que les dedicó su libro Sevilla, ciudad de palabras.
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