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Porque quiero formar parte solidaria de esta maravillosa rebeldía con la que las compañeras nos proponen transformar la vida de formas que nunca hubiéramos imaginado, por caminos que no sospechábamos o nunca antes nos habíamos atrevido a tomar. Y ahora que han proclamado una huelga general que afecta a todos los sectores laborales, universal porque incumbe a todas las tareas, asalariadas o no, de empleo o de hogar, de producción y de consumo; política porque exige que de una vez se den respuestas políticas a necesidades vitales; ideológica porque se enfrenta a los vestigios de la ideología patriarcal que se resiste a desaparecer, y si es anticapitalista, por qué no; yo quiero estar con ellas.

Y como ya está bien de tantas vidas haciendo huelga a la japonesa días y noches para demostrar que aún podemos hacer más cosas, pues bienvenida sea la huelga feminista y que los ministros se queden con el quimono sin planchar. Apoyaré la huelga porque no quiero ser cómplice de un sistema injusto que perpetúa la desigualdad y no quiero que me confundan con esos prendas que predican que las mujeres quieren acabar con las bases de la sociedad occidental. Porque ya está bien de que la sociedad tenga que sostenerse sobre la discriminación de las mujeres y porque ninguna estructura social que pretenda sostenerse sobre el sufrimiento de una parte de la sociedad merece ser defendida.

Porque yo también quiero que todo ese trabajo oculto que no computa en las estadísticas del PIB sea visible, que se encienda la luz para ver ese trabajo que no cuenta como economía ni siquiera cuenta como economía sumergida. Y claro que si las mujeres paran se para el mundo, porque este mundo se ha acostumbrado a que los problemas de intendencia los resuelvan las mujeres, desde el cuidado de los hijos hasta la atención las personas dependientes, desde la doble jornada hasta administrar la miseria del subsidio o la pensión, desde el empleo “complementario” hasta el peregrinaje por los servicios sociales en demanda de ayudas.

Porque se trata de acabar con una injusticia milenaria que se esconde por los huecos de las cosas cotidianas como las pelusas, siempre dispuestas a reaparecer al menor soplo de aire; en las entrevistas de trabajo con preguntas trampa,   en las relaciones de puestos de trabajo de los convenios, en los complementos de mayor dedicación, en las promociones internas que exigen total disponibilidad, en las decisiones que se toman en reuniones fuera del horario laboral, en los horarios laborales imposibles, en las reducciones de jornada para cuidados que casi nunca solicitan los hombres.

Porque siempre que hemos emprendido una causa justa, un trabajo social de esos que exigen dedicación, pero no te dan medallas, allí estaban mis compañeras quitándole horas al descanso para arrimar el hombro con entusiasmo y valentía. Porque me siento cómodo viendo su poderío y la frescura de sus propuestas que renuevan el aire, como dirigen su huelga sin plegarse a los caminos trillados, sin obedecer a esas normas no escritas que con frecuencia nos condicionan más que un código penal. ¿Que las huelgas no se hacen así? ¿Y eso quién lo ha dicho? Y si alguien lo ha dicho, ¡qué nos importa! Porque mis amigas y compañeras feministas han mejorado mi mundo, me han enseñado nuevas formas de mirarlo y futuros que nunca hubiera imaginado sin ellas y cada vez que sus propuestas avanzaban todo crecía con ellas; yo quiero estar con ellas.

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