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Hace casi cuarenta años, un amigo me calificó de burgués y desclasado porque frecuentaba Los Caracoles, una cervecería en la que solía tomarme, de vez en cuando, una caña y un paquete de patatas Bonilla por siete pesetas. Aquel compañero fue determinante en mi despertar ideológico y siempre lo tuve por un maestro comprometido en la lucha de clases. Pero el colega era de aquellos que defendía que para ser cristiano había que morir en la cruz, y no soportaba que el resto de los mortales de izquierda solo ayudásemos a Cristo a cargar el madero por el monte Calvario. Con el paso del tiempo seguí tomando cervecitas y mi colega, gran cerebro y estratega sindical, acabó escribiendo en la prensa de la caverna y asesorando al PP ¡Las vueltas que da la vida...! Hace años que no lo veo, pero para mí sigue siendo un maestro.

Cuando todo aquello sucedía, el rey Juan Carlos acababa de llegar a la Zarzuela y yo a la bodega González Byass para trabajar de administrativo, lo que me convertía en operario de primera categoría con derecho a una caja de vino embotellado al mes; frente a los obreros del tajo, que vestían mono y sólo merecían una botella de granel a la semana. Sobre esa discriminación me hizo reflexionar aquel amigo y maestro con el que compartí jornadas de encierros, huelgas y manifestaciones, bajo la "cómplice mirada" de "los grises", cuando los padres de Pablo Iglesias aún eran novios.

Uno va recorriendo un itinerario vital en el que sortea obstáculos y recibe las influencias de tu entorno social y afectivo y de aquello que lees, aprendes y te indigna. Y todo eso es lo que va conformando tu ideología, que no es sino tu forma de entender cómo se debería organizar la sociedad y la convivencia entre los individuos para que todo sea más justo y equitativo. No sé qué clase de cabrón sería yo si mi padre me hubiese dejado muchos ceros a la derecha del saldo de su cuenta bancaria, algo imposible habiendo sido almacenero -que en aquellos tiempos era algo así como ser líder de la onegé del barrio- por lo que sólo heredé una libreta de apuntes de impagados de aceite, garbanzos, alubias y lentejas... Qué distinta herencia a la del monarca jubilado, que heredó de su padre biológico un apellido Real y del putativo -generalísimo de todos los ejércitos y caudillo de España por la gracia de Dios- todo un país. Pero el hombre se ha dado cuenta de que está mayor, que le pesan las prótesis de las caderas y que las muletas le restan atractivo para seguir manteniendo amistades "entrañables" y el punto de equilibrio necesario para abatir a un paquidermo sin despeinarse. Por eso, guiado de su alta responsabilidad, y aún "manteniendo a España en lo más profundo de su corazón", ha decidido que su hijo, un joven muy "preparado" para afrontar el futuro, herede la patria, y también al tito Mohamed VI, a los primos saudíes y a los amigotes de los emiratos... Sin olvidar a los colegas mallorquines, ¡o sea…! (pronúnciese el “o sea” con acento pijo y dejando un rato la boca abierta con el golpe de la “a”). No me digan que contado así no suena fuerte. Pues a eso se le llama Monarquía.

Total que, echando cuentas, he llegado a la conclusión de que mi vida laboral ha transcurrido en paralelo a la del monarca, lo que significa que ya son 39 años cotizando. La diferencia es que él ha pedido la baja voluntaria, sin preocuparse por la pensión, y a mí me ha arrebatado el puesto de trabajo (momentáneamente, y hasta que el Supremo decida) un despido arbitrario perpetrado por los “sicarios” de la reforma laboral de Rajoy. Sí, ese que se mensajea con un tipo que está preso por recaudar pasta gansa y guardarla en Suiza. ¡Qué pensará de esta gentuza mi amigo de entonces...! ¿Y tú qué opinas, Pablo? ¿No sería mejor esperar a que metan en la cárcel a unos pocos de la casta y despejarle un poquito el patio al presidente, o presidenta, de la III República?

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