Una escritora, en una imagen de archivo.
Una escritora, en una imagen de archivo.

Yo era de esos niños repelentes que leía todo a lo que tenía acceso, lo que me proveyó de un bagaje clásico del que me siento muy afortunado. Baste decir que, a aquellas edades, solo me vencieron La Divina Comedia y Los hermanos Karamazov. 

Tres fueron los pilares que sostuvieron durante años mi voracidad lectora: la biblioteca de mis padres, la de mi primo Antonio y la de mi vecino Tomás. A esta tríada le debo la mayor parte de lo leído en mi infancia, adolescencia y juventud, listado del que sobresalen Julio Verne, Agatha Christie y Stephen King. Yo era de esos niños repelentes que leía todo a lo que tenía acceso, lo que me proveyó de un bagaje clásico del que me siento muy afortunado. Baste decir que, a aquellas edades, solo me vencieron La Divina Comedia y Los hermanos Karamazov. Quizá algún día los retome.

Y a cuento de qué vienen estos renglones autobiográficos, se preguntará el lector. Pues a que, a pesar de mi necesidad de libros, mis lagunas de títulos y autores de género han sido siempre enormes; y si hablamos del género patrio, llegan a oceánicas. Hasta hace menos de un lustro no había oído hablar de Tomás Salvador, Gabriel Bermúdez Castillo, Domingo Santos, Elia Barceló, Pilar Pedraza, Rodolfo Martínez, Juan Miguel Aguilera, Eduardo Vaquerizo, Javier Negrete o León Arsenal. ¡Puñetas! ¡Que soy de Cádiz y no conocía la existencia, hasta antes de ayer como quien dice, de dos gigantes gaditanos como Ángel Torres Quesada y Rafael Marín!

Porque yo era lector de Círculo, de best seller regalado y de estanterías ajenas. Y en ninguna de las tres circunstancias se me surtía de autores españoles de cifi, fantasía o terror, mucho menos si habían sido escritos por conciudadanos míos. Que no diré que la culpa sea de los demás, pero tampoco toda de quien suscribe, si se me permite el escaqueo. Tampoco he acudido mucho a bibliotecas, así que no ha sido hasta que he contactado, gracias a Zuckerberg, con el mundillo literario patrio, con el fandom, lectores y autores de género en español, cuando se ha abierto ante mí un sinfín de opciones, no mayoritarias, de las que antes no tenía ni idea. Así que para rellenar mis lagunas estoy inmerso ahora en una suerte de maratón de clásicos españoles de género, pero también de novelas actuales, sobre todo si son del mismo palo. Y hago lo que puedo, porque hay mucho. Y, por si no lo saben, hay mucho de aquí, de Cádiz y San Fernando.

Ya he nombrado antes a Ángel Torres Quesada, mito del bolsilibro y de lo que no es el bolsilibro, y a Rafael Marín, de plena actualidad con su Don Juan; pero el elenco es amplio, aunque desconozco si en épocas pasadas se ha dado un cúmulo de tantos autores gaditanos e isleños como existe ahora. Me disculparán si olvido a alguien; pretendo citar a quienes conozco o he leído. De modo que tenemos a David B. Gil y Benito Olmo, compañeros de editorial de las gordas. Léanlos. Y lean a Jesús Cañadas, que viene otra vez pronto. Y lean a Juan González Mesa, claro está; y a su hermano, aunque se ofrece poco. Y a Carmen Moreno. Lean también a Israel Alonso, Raúl Sánchez, José Manuel Serrano Cueto, Marco Antonio Marcos, Javi Fornell, Fran Chaparro, Álex Medina, Enrique Montiel de Arnáiz, Daniel Fopiani, Francisco Palacios, Eduardo Formanti, Eduardo Flores, Gema Tacón, María José González. Y más que habrá fuera de mi campo de radar. ¿Los conocían? ¿Conocen a otros? Así que ya saben. Además de autores y componentes de Carnaval, además de cantaores, bailaoras y otros artistas, también viven entre nosotros escritores.

 

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