Violencias políticas

Según la autora, hemos vuelto a asistir a una de las mayores muestras de bajeza política, los reiterados ataques a Irene Montero relacionados con su vida privada

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, en una imagen de archivo.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, en una imagen de archivo.

Derechos Sociales y Agenda 2030, Consumo, Trabajo y Economía Social, Igualdad… todos ellos tienen algo en común: son ministerios que tienen al frente a una persona que no pertenece al principal partido en el gobierno. Las dos primeras carteras, además, ni siquiera existían antes del ejecutivo de coalición y la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia. Belarra, Garzón, Díaz, Montero… todos ellos son bastante más famosos que sus ministerios. Y eso se debe a que, lo queramos o no, son mirados con una lupa diferente, de mayor aumento y con muchas menos concesiones. Y a veces ellos mismos tampoco ayudan mucho, dicho sea de paso. Es lo que tiene ser el socio minoritario, pero también situarse a ese lado de la balanza ideológica en nuestro país. Hemos asistido a numerosos episodios de descrédito y ataque —incluso feroz— que los han tenido como blanco: los ERTE casi se comen a Yolanda Díaz; la “polémica” de las macro-granjas, el turismo y su “bajo valor añadido”, o la autoproclamación como comunista son solo algunos de los lodazales ya históricos del ministro Alberto Garzón; el anteproyecto de la Ley de Familias ha convertido a Belarra en pasto de las críticas; y la Ley del “sí es sí” es una apisonadora sobre el cuello de Irene Montero. Discursos, por cierto, comúnmente repletos de violencia.

Los dos últimos casos son los más recientes. El sábado pasado conocimos algunas medidas de avanzadilla de la nueva Ley de Familias y el cuestionamiento de los medios conservadores no ha parado de crecer. Si bien es cierto que algunos de los puntos filtrados son un poco marcianos —habrá que ver su redacción definitiva—, los titulares ya se centran en que la iniciativa dinamita sin ambages el modelo de familia tradicional. De hecho, el diario Abc llevaba a su portada del sábado una infografía que ilustra esta catalogación familiar e incluía la tipología “familia inmigrante”, cuyos muñecotes no dudaba en teñir de verde, como si fueran primos de ET, el extraterrestre que descubre España junto a José Miguel y Mari Carmen en el programa Oregón TV. Debe de ser que en el periódico monárquico han captado mejor que nadie las marcianadas de la propuesta, y por eso usan el verde. Manda narices.

No es de extrañar que se hable con total ligereza del “Ministerio de Belarra” en lugar de hablar de derechos sociales, o del “Ministerio de Montero” y no de igualdad, para restar protagonismo al contenido y personalizar al máximo las decisiones de esa parte del ejecutivo. Normalmente, para reprobarlas. 

Esta semana, además, hemos vuelto a asistir a una de las mayores muestras de bajeza política. Los reiterados ataques a Irene Montero relacionados con su vida privada. Paradójicamente —o quizás no tanto—, los mismos que niegan la violencia machista, la ejercen el 25 de noviembre contra la mujer que ostenta la cartera de igualdad. La acusan de llorar y de no tener hombría —lo cual, viniendo de quien viene, debe de ser algo tan malo tan malo como no tener euros— y de haber ascendido a golpe de bragueta. Hay tanta violencia en esas palabras, tanto odio bramado desde las tribunas, tanta falsa superioridad moral, tanta ignorancia y tanta repulsión… que la única incógnita es por qué sus votantes crecen. Violencia física, violencia psicológica, violencia vicaria, violencia económica, violencia política. Qué pocas ganas dan de bajar al mundo y cuánto asco. Ojalá los marcianos fuéramos nosotros. Al menos así no tendríamos que vivir en una sociedad que incluya a gente que apesta a violencia. 

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