La violencia simbólica: la rebelión de Millie Bobby Brown ante la ley del agrado

La violencia contra las mujeres y niñas no sólo es física, psicológica o sexual, también es simbólica

16 de noviembre de 2025 a las 07:00h
La actriz Millie Bobby Brown, en una imagen de sus redes sociales.
La actriz Millie Bobby Brown, en una imagen de sus redes sociales.

Millie Bobby Brown, la actriz que conquistó al público con su papel en Stranger Things, vuelve a ser noticia tras un gesto que ha encendido el debate en redes sociales. Durante la premiere de la última temporada de la serie en Los Ángeles, un fotógrafo le pidió insistentemente que sonriera. La respuesta fue al más puro estilo de Enola Holmes, tan breve como contundente: “¿Sonríe? ¡Sonríe tú!”.

En vísperas del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, esta escena, aparentemente anecdótica, ha reabierto una conversación incómoda que tenemos que abordar sobre las expectativas que pesan sobre las mujeres, que Brown no ha rehusado afrontar. Una vez más, la joven intérprete se ha convertido en ejemplo involuntario de lo que la filósofa Amelia Valcárcel denomina “la ley del agrado”: esa norma no escrita que exige a las mujeres mostrarse siempre complacientes, sonrientes y accesibles. 

En el caso de Brown, la exigencia se traduce en una presión constante: sonreír de determinada manera, proyectar una imagen estereotípicamente femenina, de mujer sexy, guapa y siempre disponible ante las cámaras. Pero la actriz, que hoy tiene 21 años, ha dejado claro que no se trata de una conflicto contra fotógrafos ni contra el público, sino de algo más profundo: el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro propio cuerpo, imagen y expresión corporal.

“El hecho de que escritores adultos dediquen su tiempo a diseccionar mi cara, mi cuerpo, mis elecciones, es inquietante”, afirmó en una entrevista reciente. “¿Que algunos de esos artículos estén escritos por mujeres? Peor aún”. Para Brown, centrar la conversación en su aspecto no sólo es cruel, sino que perpetúa estándares irreales que siguen marcando la vida de las mujeres en la industria.

Cuando la crítica se convierte en acoso y violencia simbólica  

Brown ha abordado estas presiones públicamente en varias ocasiones, calificándolas directamente de acoso. Ha pedido que dejen de escrutar su cuerpo, su rostro y su edad, defendiendo su derecho fundamental a ser sin tener que complacer. No se trata de un capricho de celebridad, sino de una reivindicación legítima de autonomía personal de las niñas y mujeres frente a una imposición social que nos exige agradar a los demás y aceptar opiniones no pedidas sobre cada centímetro de nuestro cuerpo. 

Esto es lo que se denomina 'violencia simbólica': una forma de coerción que no recurre a la fuerza física, pero que resulta igual de efectiva para mantener relaciones de poder. Se manifiesta a través de la imposición de ideas, roles y estereotipos que consolidan dinámicas de dominio y sumisión, muchas veces sin que quienes las ejercen o las padecen sean plenamente conscientes. Es una violencia "invisible" que opera en silencio, incrustada en la cultura, la educación, los medios y la vida cotidiana. Su efecto más perverso es que convierte la desigualdad en algo que parece natural, inevitable, casi lógico. Así, lo que es fruto de una construcción social injusta se termina percibiendo como un destino inevitable de las mujeres que limita nuestra vida y decisiones.

La ley del agrado: una antigua coacción

Lo que Millie Bobby Brown experimenta tiene nombre en la teoría feminista. La filósofa Amelia Valcárcel lo explica así: "El sexo femenino en su conjunto se encuentra bajo una ley no explícita a la que yo, para orientarme, he decidido nombrar así. Percibo que el sexo femenino tiene desde antiguo, esto no es de hoy, el deber de agradar, y lo tiene incluso por encima de otros deberes, como sean la obediencia, el ser hacendoso, la limpieza, la pureza sexual o la abnegación".

Esta "ley del agrado" no es una norma jurídica, sino un mandato cultural profundamente arraigado que presiona a las mujeres, especialmente desde la infancia, para actuar en función de las expectativas ajenas, frecuentemente a costa de sus propias necesidades, intereses o límites. Jean-Jacques Rousseau ilustró este mandato social en su obra “Emilio o de la educación, al afirmar que "la educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos cuando son jóvenes, cuidarlos cuando son adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce; estos son los deberes de las mujeres en todo momento, y lo que se les debe enseñar desde su infancia".

Como señalan tanto Valcárcel como la también filósofa feminista Ana de Miguel, esta presión se internaliza de tal manera que muchas mujeres experimentan auténtico malestar físico y emocional cuando intentan decir "no" a demandas que no desean cumplir. Violeta Núñez ha trabajado extensamente este concepto, describiendo lo que llama "la resaca del no": esa incomodidad profunda que persiste incluso después de haber conseguido establecer un límite. La dificultad para negarse a peticiones o expectativas sociales se manifiesta en todos los ámbitos de la vida: laboral, familiar, social. Y lo más preocupante, como advierte Valcárcel, es que a medida que las mujeres han ido liberándose de otras antiguas obligaciones, este deber de agradar permanece intacto, adaptándose a los nuevos tiempos pero sin perder su fuerza coercitiva.

La exigencia de un estándar irreal de belleza y juventud 

El rechazo de Millie Bobby Brown a cumplir con estas expectativas estéticas constantes conecta directamente con lo que Naomi Wolf analizó en su ensayo fundamental El mito de la belleza (1990). Wolf demostró que los estándares de belleza no son naturales ni eternos, sino construcciones culturales y económicas diseñadas para limitar el poder y la libertad de las mujeres. Según su análisis, la obsesión por la pretendida belleza perfecta (delgadez extrema, juventud eterna, piel impecable, aspecto deseable) actúa como un "impuesto invisible" que consume tiempo, dinero y energía emocional que podrían destinarse a ambiciones políticas, laborales o personales.

En el caso de Brown, este mito opera con particular intensidad. Las críticas sobre su sonrisa, su cabello, su peso, ropa o su maquillaje no son observaciones inocentes: son manifestaciones de ese control social que Wolf identificó. La actriz es juzgada constantemente por su apariencia más que por su talento, sometida a ese doble estándar de género donde los hombres crecen y envejecen con autoridad, mientras las mujeres lo hacen con obsolescencia. 

A sus 21 años, Millie Bobby Brown ya soporta comentarios implacables sobre su edad y su cuerpo. Esa presión no es casual: forma parte de un mecanismo que busca enfrentar a las mujeres entre sí —jóvenes contra maduras, rubias contra morenas, de belleza estereotípica contra belleza diversa, complacientes contra rebeldes— para impedir la solidaridad que podría cuestionar y derribar estas imposiciones.

La ley del agrado choca con los derechos de las mujeres

La llamada "ley del agrado" no es una simple costumbre social: es una forma de violencia simbólica que sostiene la estratificación sexual. Se traduce en exigencias tan normalizadas como sonrisas obligatorias, disponibilidad emocional permanente, actitud complaciente, estándares inalcanzables de belleza y juventud, e incluso la renuncia tácita a derechos básicos. Exigencias que, por cierto, nunca han recaído sobre los hombres.

Este mandato social choca de frente con las leyes de igualdad y contra la violencia de género, que reconocen la autonomía y los derechos de las mujeres. Mientras el marco jurídico avanza para garantizar un trato igualitario libre de estereotipos y roles de género, la cultura cotidiana sigue imponiendo normas que condicionan la vida femenina. La contradicción es evidente: por un lado, derechos conquistados; por otro, expectativas que perpetúan la desigualdad.

El caso de Millie Bobby Brown lo ilustra con crudeza. Una actriz joven, exitosa, con recursos y voz propia, se convierte en blanco de críticas feroces por negarse a cumplir el papel de "chica agradable" en una alfombra roja. Si esto ocurre en su posición, ¿qué pueden esperar millones de mujeres anónimas que, cada día, enfrentan la misma presión por simplemente ser ellas mismas?

Este episodio es un recordatorio urgente: la violencia contra las mujeres y niñas no sólo es física, psicológica o sexual. También es simbólica, y persigue el mismo fin: mantener la estratificación sexual que limita nuestros derechos y libertades. Y ante ella, también debemos rebelarnos. Como ha demostrado Millie Bobby Brown, a veces la resistencia comienza con algo tan sencillo y tan revolucionario como negarse a sonreír cuando no te apetece.

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