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Nuestro sábado de Feria fue atípico y con desasosiego. Ni las medias botellas de fino ni el pescaíto frito pudieron evitar nuestras miradas más cómplices. El contexto era de lo más favorable para embriagarnos en esta feria tan hermosa llena de luz y de color pero nuestros pensamientos estaban en otra cosa. Nuestro compadre Emilio se marchaba.

De los comensales, cómplices de toda la vida, sentados en la mesa, mi amigo en un rato saldría corriendo para la barriada de La Granja a regalar su adiós más íntimo a su madre, a dar el último retoque a la maleta, a abrazar a sus niñas y a besar a su mujer porque le esperaba un trayecto incómodo antes de que el avión en Málaga pusiese rumbo al país helvético.

Quién nos iba a decir en esa plazoleta de la barriada de los ladrillos amarillos, en aquellos veranos interminables de nuestra inmadurez, que nosotros, los hijos de una generación con necesidades en la dictadura, que pudieron acceder, a grosso modo, tras la transición a un estado de bienestar, íbamos en muchos casos a emigrar. A irnos de nuestros países por la disolución de los convenios colectivos, a salir corriendo de nuestros hogares por la “flexibilización de los mercados”, por la extenuante y mentirosa libertad de los empresarios para que con la excusa de sacar más beneficios con menos costes, nos veamos inmersos en una de las peores pesadillas posibles. La emigración.

Cuando lo vi marchar de la caseta mi indignación me llevó a acordarme de los falsos emprendedores, de la desindustrialización, de los morosos, los corruptos, los desmemoriados, de las burbujas económicas, de las crisis prefabricadas por la especulación del sector privado, de la instalación de las malditas subcontratas, de la finalización de la estabilidad laboral y del contrato fijo, del despido libre, de las reformas laborales y sobre todo de haber dado por hecho que ya todo estaba solucionado. Que una vez alcanzado el ocio en la clase obrera la reivindicación ya era un concepto obsoleto e irrelevante... Qué error.

¿Quién desmontó nuestros sueños? ¿Por qué relegaron a España a malvivir en el sector terciario? ¿Quién se ha encargado de que ninguna mediana empresa pueda competir con estos gigantes que utilizan el tercer mundo como esclavos? ¿Cómo hemos llegado a trabajar tantas horas por tan poco?

Se me parte el corazón cuando algún impresentable presume de ser apolítico, o te dice a boca llena que su voto va para los que han orquestado, de nuevo, otro orden social injusto solo porque ellos son los que tienen el dinero. Recelo de los que creen que el capitalismo no es más que el fiel reflejo de la condición humana, mientras todavía disfrutan de los derechos que van diluyéndose como el agua en el desierto.

Mi compadre Emilio se fue, y él precisamente no es un ser servil ni despolitizado. Es un ejemplo de productividad, dignidad y entrega. Y por encima de todo es consciente de quién es y de dónde provienen todas las cosas. Cada vez que coge su maleta llena de aquellos recuerdos y de emociones veo en sus ojos verdad. Y me pregunto si el capitalismo es así por los que lo controlan o por la indiferencia de los que lo sufrimos o todavía disfrutan. Brindo por ti compadre en esta feria que se me cae encima, aunque sea con vino amargo.

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