La tercera edad ya no es la última

Hoy se presenta en Utrera, gracias a un medio de comunicación privado tan consolidado como Uvitel (Utrerana de Vídeo y Televisión SL), un proyecto tan bienintencionado que ojalá cuente con el apoyo de las instituciones públicas.

27 de noviembre de 2025 a las 07:53h
Juan Miguel Rivas, de Uvitel, con un grupo de mayores cuya tercera edad ya no es la última.
Juan Miguel Rivas, de Uvitel, con un grupo de mayores cuya tercera edad ya no es la última.

Recuerdo a mi abuela Modesta sentada al calor de una mesa camilla calentada por el cisco que ella misma removía para avivar la lumbre mientras no perdía puntada en la conversación de la tarde. Disponía de aquel cisco que le daban sus propios sarmientos en grandes cantidades, es decir, en enormes sacas que se amontonaban entonces en la llamada casa-paja, al fondo de un hogar infinito del que ella no necesitaba salir porque allí orbitaba su universo, con los jazmines que florecían frente a cada ventana del patio del limonero, con el San Antonio bendito al que no le faltaron nunca las mariposas de su devoción doméstica, con sus gallinas y sus patos en el corral, con la radio gangosa que ella no necesitó sintonizar jamás porque las noticias, entonces, circulaban entre las vecinas que salían a barrer la puerta.

La recuerdo vieja, con las arrugas naturales de una vida en la que no existían tratamientos para la piel, aunque alegre en el discurrir de aquella vida monótona para los demás pero en la que a ella no le daba tiempo de aburrirse. Muchos años después, sin embargo, incluso después de que se marchara al otro mundo, me sorprendió el cálculo a posteriori de que mi abuela solo era una cincuentona cuando yo andaba por su casa creyendo en su ancianidad.  

La vida era así en aquella época no tan lejana. Los chicos, ellos y ellas, se moceaban en la plaza, se casaban al rato, tenían los hijos que su Dios quería mandarles y empezaban a envejecer al doblar la esquina de la treintena, cuando el ciclo de la vida volvía a empezar con toda su savia nueva y ellos iniciaban una antesala de la muerte que solo consistía en esperar, ciegamente.

Las tres edades del hombre (y de la mujer) que pintara Tiziano tenían sus límites tan cruelmente marcados, que la infancia se terminaba tan pronto como a los jóvenes se les exigía una madurez que hoy, desde luego, no llega en la adolescencia. La adolescencia es un término revolucionario. Todos hemos oído a nuestros abuelos afirmar que ni siquiera tuvieron niñez. ¿Cómo iban a tener adolescencia?

Luego, al cabo de muchísimo trabajo intensificado, llegaba la vejez, sibilina como una serpiente. De modo que la tercera edad, la última de todas, tenía incluso el mal gusto de adelantarse tantas veces sin que nadie la llamara. Hombres y mujeres de cuarenta y cincuenta años que eran definitivamente viejos.

Nadie sabe en qué momento exacto esto dejó de ser así, pero lo cierto es que, hoy por hoy, la tercera edad ya no es la última, pues existen una cuarta y hasta una quinta edad en las que ir depositando la ilusión de ese remanso de paz en el que la vida puede permitirse el lujo de convertirse en contemplativa. La gente con sesenta, setenta y hasta ochenta años ha dejado de ser vieja, pues se trata de una época en la que la valiosa experiencia la convierte en un sector de la población valiosísimo no solo para los demás, sino para sí mismo, en el colmo de su consciencia activa de lo vivido y de lo que le queda por vivir.

El sueño con los mayores activos de Uvitel

Hoy se presenta en Utrera, gracias a un medio de comunicación privado tan consolidado como Uvitel (Utrerana de Vídeo y Televisión SL), un proyecto tan bienintencionado que ojalá cuente con el apoyo de las instituciones públicas. Se titula “Mayores Activos” y persigue que, a ambos lados de la pantalla, como en el espejo de una vida vivida que mira a su otro hemisferio por vivir, los mayores de Utrera y Los Palacios y Villafranca –dos localidades enormes del sur de la provincia de Sevilla que suman casi 100.000 habitantes- tengan clarísimo que de esa tercera edad que han iniciado se espera tanto o más que de la segunda, porque la vida consciente, activa, digna y provechosa no entiende de números ordinales y, al cabo, como diría Peter Handke, “feliz aquel que tiene sus lugares de duración”.  

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Juan Miguel Rivas con El Cuchara de Utrera.

Dice Juan Miguel Rivas, el ideólogo de este ensamblaje ciudadano que tiene hoy en Utrera su puesta de largo, que el objetivo del proyecto no es “hablar de los mayores, sino hacerlo con ellos, poniéndolos delante de las cámaras, en los escenarios y en el centro de la conversación pública”. La declaración tiene su peso en oro en el contexto de una sociedad que sigue tomándose, tan erróneamente, a los mayores como unas figuras decorativas, también dignificadas, que cuanto menos interrumpan el frenesí de la vida diaria, mejor. Así nos luce el pelo, el estrés y el tiempo perdido.

Uvitel pretende organizar grandes eventos y grandes documentales con los mayores de ambas localidades centrados en la salud y el bienestar en la madurez; en la memoria y las emociones de biografías valiosísimas; y en la tecnología de la vida diaria para un sector de la población que merece sobradamente que todas las facilidades de la era digital se pongan a su servicio y no en su contra. Qué gran lección, esta última, para esas horribles estampas de las entidades bancarias que han tenido la poca vergüenza de llamar revolución digital a esas reconversiones laborales que han consistido en eliminar el factor humano en su relación con los mayores que les proporcionaron el capital que manejan mientras los deja a ellos desamparados frente a las frías pantallas.

Los mayores de hoy en día han dejado de ser viejos. Han dejado de trabajar después de muchas décadas pero están por la labor de construir, de remar, de advertir en una sociedad que más temprano que tarde comprenderá el error de no contar decisivamente con ellos. Los mayores de hoy pueden sumar activos tan valiosos que la sociedad de dentro de un lustro, sin ir más lejos, podrá calibrar lo que nos hemos perdido por haberles dado la espalda durante demasiado tiempo. Es tiempo de rectificar.

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