Lo dijo el presidente del Gobierno con esa solemnidad desenfadada que lo emparenta con el consorte de Barbie. Son las cinco y todavía no he comido, insistió, como colofón de su presunto victimismo después dar explicaciones sin explicar nada, o sea, de darle la vuelta a la tortilla como si el cúmulo de corrupciones que rodea su propio partido fuera una cosa nuestra, de los que veíamos la tele en ese momento, de los periodistas que andaban allí sin comer tampoco, de los camareros que retiraban platos ajenos en todos los bares de España a las cinco en sombra de la tarde, y no de él. Las cinco, qué escándalo, y él sin comer, con la que le estaba cayendo aunque no fuera su culpa sino de todos los demás.
A uno se le revolvió el estómago en aquel momento, y no de hambre, sino de dolorida nostalgia por tantos almuerzos fuera de horario cuando papá volvía del trabajo sin mirar el reloj, habiendo acabado lo que había empezado, que era el criterio laboral de los desamparados cuando ni existían convenios ni los sindicatos andaban por allí, como el dinosaurio de Monterroso. Mamá recalentaba la olla una vez, dos, las que hicieran falta, y al final comíamos todos agradecidos de que pudiéramos hacerlo, a la hora que fuese, sin mirar el reloj, solidarizados con todo el sol palpitante que traía papá en su piel quemada tras pintar con brocha gorda aquellas azoteas achicharrantes de nuestra infancia, en la misma época en que el PSOE logró gobernar en mi pueblo haciendo una campaña muy apretada de rosas rotundas cogidas por un puño blanquísimo.
El desengaño socialista tuvo su prólogo por aquí hace ya muchos años también, pero nunca hay que juzgar circunstancias distintas con ojos del pasado. El caso es que, tantos años después, el presidente socialista del Gobierno, rodeado de tantas corruptelas de las que él era ajeno, según confiesa, se quejaba en directo de no haber comido a las cinco, sin reparar en que el partido de los obreros –obrero español- no puede quejarse de no comer a cierta hora, sino de no comer, cuando no comíamos… Quedó feísima esa queja mientras en el trasfondo de su ruido de tripas resonaban los Koldos, las comilonas, las putas, la colombiana aquella, los puentes sin Madison, las mordidas, la obra pública y las habitaciones de hotel destrozadas por tanto secretario general de quita y pon.
Un presidente socialista, obrero y español que se queja en tales circunstancias de no comer cuando ha pasado la hora del almuerzo, a esa hora en la que a los acomodados se les pasa ya el hambre como se nos pasa el sueño si no lo conciliamos cuando toca, debe echar el balón al suelo, mirarse al espejo y poner el contador a cero. Porque todas las demás maniobras pueden significar pan para hoy y hambre para mañana. Dos años, como mucho, sostenido por los independentistas que tanto lo necesitan, para luego, a partir de ahí, el PSOE soporte lo que los votantes le tengan reservado. El socialismo no merece este escarnio. Más le conviene el borrón y la cuenta nueva. Que se convoquen elecciones y decidamos los que tenemos que decidir. Aunque tengamos que ir a votar un domingo a las cinco de la tarde.




