Los trenes siempre han fascinado a los escritores y han sido un tema recurrente, especialmente en las primeras décadas del siglo XX, cuando surge la fascinación por un tipo de transporte revolucionario. Autores, como León Tolstoi o Julio Verne, han exaltado las bondades de viajar, el disfrute de ese vagón restaurante con vajillas de porcelana y cubertería de plata mientras el paisaje iba pasando frente a ellos. También han sido escenario de misteriosos asesinatos, como los que nos relataba Agatha Christie en el Orient Express. Igualmente, las estaciones son escenarios de diálogos de despedidas, de la dicha de la llegada del hijo pródigo. El afamado escritor japonés, Haruki Murakami, pone en boca de uno de sus personajes, el ingeniero Tsukuru Tazaki, ese gusto por «sentarse en las estaciones a ver pasar los trenes», que luego convierte en su profesión.
En España son célebres algunas estaciones de trenes, la de Atocha, en Madrid, la de Francia en Barcelona, la de la Concordia en Bilbao, la neomudéjar de Toledo, o la moderna estación de Santa Justa en Sevilla. Pero quizás la más famosa de todas sea la Estación Internacional de Canfranc, a pesar de que hoy en día se haya convertido en un hotel y solo vea pasar los trenes de Cercanías que llegan a Zaragoza. En los últimos años, la segorbina Rosario Raro ha publicado dos novelas con el escenario de Canfranc en sus páginas, El Cielo sobre Canfranc y Volver a Canfranc, aunque no son las únicas. Visité, hace poco, esta estación, incluso participé en una visita guiada, en la que me contaron muchas de sus historias, algunas de espías en la Segunda Guerra Mundial. De hecho, está catalogada como Bien de Interés Cultural.
Con la voluntad de unir Francia y España, atravesando los Pirineos por Somport, los dos países empezaron la construcción de los túneles desde los primeros años del siglo XX. Veinte años después, se iniciaron las obras de una estación que gozaba de extraterritorialidad, aunque no vería la luz hasta el año 1928, cuando fue inaugurada por el rey Alfonso XIII y el presidente Doumergue. Canfranc se convirtió en una de las estaciones más impresionante de Europa, con todo tipo de servicios: taquillas, oficinas, aduanas, policía, un hotel internacional….
De un estilo decimonónico, marcadamente francés, el edificio combina el hormigón, con la piedra, el hierro o el cristal, con la particularidad de sus cubiertas de pizarra. Ha sido escenario de películas como En brazos de la mujer madura, una película de Manuel Lombardero (sobre la novela de Stephen Vizinczey, Praise of Older Women), en el Canfranc de los años de la guerra civil. Sin embargo, el túnel con Francia fue cerrado cuando los sublevados llegaron a Canfranc, y no se volvió a abrir hasta la llegada de las tropas alemanas, cuando se convirtió en un punto estratégico en el transporte de wolframio que la España "nacional" proporcionaba a la Alemania "nazi".
La decadencia progresiva del paso fronterizo, especialmente después del derrumbe del puente de L'Estanguet, hizo que, en 1970, la estación de Canfranc se cerrase al tráfico internacional. Hoy, después de diferentes transformaciones por parte de la Diputación General de Aragón, se ha convertido en un atractivo turístico, además se ha construido un magnífico hotel de cinco estrellas, con más de cien habitaciones y siguiendo el estilo inicial de los primeros años del siglo XX.



