Esta frase, que todos atribuimos a Mafalda, y aunque el propio Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, la desmintió en una entrevista antes de morir, tiene hoy, al menos para mí, la máxima vigencia. Me reconozco como uno de esos ciudadanos que les da miedo abrir la prensa, o meterse en cualquiera de las redes sociales sin darse un sobresalto con todo lo que pasa, con el tono de la gente cuando habla de unos y otros.
Siempre, mi generación tuvo la suerte de vivir mejor que la anterior, de que los hijos de los obreros accedieran a la universidad, de que luego, incluso, llegáramos a ser profesores de la misma y de que los desclasados gobernaran este país. Aunque la democracia exigiera, por parte de la izquierda, olvidarse de los crímenes de la dictadura, vivimos momentos de gloria con la recuperación de los espacios de libertad que se habían negado a nuestros padres. Hoy parece que todo se tambalea, que la derecha saca pecho, que el «hagan todo lo que puedan» para derribar un gobierno, se convierta en objetivo sin cuartel de todos. Se duda razonablemente de la imparcialidad de algunos jueces, y de periodistas que hurgan en cualquier escondrijo con tal de revertir los derechos conseguidos, de esparcir la basura con el ventilador.
Mientras tanto, la izquierda, fragmentada, sin un proyecto común, parece narcotizada con los personalismos de sus líderes, que parecen estar por encima del bien común. Y para colmo, los casos de corrupción…, que difícilmente pueden ser entendidos por la ciudadanía. No nos vale el que la derecha acumule casos similares o peores, da igual, queremos gestores públicos honrados. Y si esto fuera poco, llegan los que presumieron del traje de pana, que ahora en la vejez vienen a darnos lecciones, como si fuéramos amnésicos, cuando fueron ellos los primeros que abrazaron el liberalismo y privatizaron tantas empresas públicas, sin olvidar el terrorismo de Estado y todos los casos de corrupción que facilitaron el paso al gobierno de Aznar.
A ello hay que añadir el escenario mundial que aún hace que la frase de Mafalda o de Groucho Marx, da igual, esté más vigente. Tenemos como Emperador a un loco, a un desquiciado que la da igual masacrar un país y convertirlo en un resort para ricos. La diplomacia ahora se enfanga con las declaraciones de unos y otros, o se descuartiza con la sierra mecánica de un presidente argentino. Venecia se alquila para la boda de los ricos, cada día hay más coches millonarios, más campos de golf que consumen el agua de todo un pueblo, aumentan las urbanizaciones de lujo en la periferia de las grandes ciudades, aunque los jóvenes tienen cada vez menos capacidad para poder tener una vivienda, crece la pobreza y se alarga exponencialmente las diferencias sociales, pero paradójicamente somos más de derechas, porque nos han hecho pensar que la libertad es lo más importante, la libertad de tomar cañas…
Eso del Estado para qué, olvidamos lo importante que es lo público, porque nos venden que "todos los políticos son iguales" y que cuanto menos paguemos impuestos, mejor, hasta que un día nos encontremos en la puerta de urgencia de un hospital y nos pidan la tarjeta de crédito para que un médico nos pueda tratar. Entonces, ya no valdrá bajarse del Mundo, porque ya estaremos fuera del Mundo, del Mundo de los que deciden por ti.



