Fuegos artificiales, en una imagen de archivo, similares a los que lanzó un joven en una boda, en Huesca.
Fuegos artificiales, en una imagen de archivo, similares a los que lanzó un joven en una boda, en Huesca.

Termina el año. La odisea se completa dentro de unos cuantos días. Los canales de televisión se divierten haciendo puzzles con lo acontecido en los últimos 365 días. En la radio, una legión de becarios o secundarios, toman protagonismo mientras las estrellas disponen, como mejor pueden, sus vacaciones navideñas. Los periódicos se llevan varios días empeñados en que ahondemos en nuestra frustración por no tener una foto en la que enarbolemos, como si eso fuera mérito personal, décimos premiados. Las últimas jornadas de un año, de cualquier año desde hace bastante tiempo, es un ir y venir por las calles céntricas de la ciudad, normalmente por las de Madrid que son las que ponen como ejemplo en los telediarios en un absurdo de, como la estrambótica Ayuso, creer que España es Madrid.

Aquí, en la periferia de la periferia de Madrid, también tenemos nuestras calles atascadas, nuestros negacionistas por “lo bajini” que no te piden el certificado de haberte vacunado en el bar, café, restaurante. Tenemos nuestras lluvias torrenciales para que esos becarios de televisión salgan como es debido en las conexiones para informarnos de cómo está el tiempo, pongamos por caso en Setenil: agua a media rodilla, paraguas dislocado por el viento…En la periferia de la periferia, que somos nosotros, estas fiestas, da igual que seas cristiano o no ―una fiesta es una fiesta―, y sobre todo, el fin, la muerte, el final, el konets, el end del año y el alumbramiento, con paloma o sin paloma, de un retoño, de un nuevo ciclo de doce meses, cincuenta y dos semanas, trescientos sesenta y cinco días, cuatro estaciones, quinientos veinticinco mil seiscientos minutos…y así podríamos seguir, con magnitudes que nos señalan, según seas optimista o pesimista, una cuenta atrás o un objetivo por delante.

Termina el año y ni siquiera voy a hacer un balance del mismo ¿cómo hacerlo? ¿desde qué perspectiva? ¿la vital personal, la profesional, la política, la de hechos noticiables, el dichoso covid? ¿me centro en analizar comparativamente este año que está dando las últimas boqueadas con un año precedente? ¿bajo que estímulos? ¿cuál sería el elemento sobre el que comparar?... no lo voy a hacer, no creo que tenga edad para hacerlo ―edad suficiente quiero decir―, eso se lo dejaré a la inmensa colección que de cuñados han sido. Más que hacer balance, comparaciones, listados de sucesos, objetivos cumplidos, como creo que somos lo que fuimos, solo tenemos que mirarnos a nosotros mismos, que es a mi, espero, corta edad, un continuo de mirar por el retrovisor de un supuesto coche, y con eso ya tenemos nuestro resumen.

La vida, como el agua, se nos escurre, se nos escapa entre los dedos y por eso más nos vale no enredarnos en la melancolía, más nos vale, en todo caso, no empeñarnos en lamentarnos por lo que no ha pasado, y estar, como un niño en vísperas de los reyes magos, nervioso, aún a sabiendas que los reyes nunca fallan, otra cosa es que acierten. Esa es la actitud. La vida de la fama, como nos escribía Manrique, con el pie quebrado, es la vida que queda, y lo que queda es lo que vas haciendo e hiciste cada día.

Termina el año, comienza otro. De deseos ando chungo, aunque podría hacer como hacen las candidatas a Miss Universo cuando, en esos nefandos concursos, les piden que formulen un deseo, y ellas, tan pragmáticas, suelen responder: la paz en el mundo, que es también uno de los deseos frecuentes, aparte de la salud del obispo correspondiente, que se hace en las misas. Yo, que intento ser original conmigo, más que nada porque de aburro de mí mismo ―muchos años soportándome―, voy a pedir cosas imposibles también, como las misses: que la catarata no avance ―la de mi ojo―, que los principios de artrosis sean un final, que mear pueda ser una gozada, que dormir siete horas seguidas no sea una leyenda urbana y que los resfriados sean producidos por unos estúpidos rinovirus sin más maldad que lo que son: unos virus de chichinabo, es decir, algo que no se sabe si son entes vivos o no.

Termina el año, y como no quiero ser egoísta, también os deseo lo mejor, aunque si ya os ha tocado la lotería, no puedo, por más que lo intente, ser empático, a no ser que me des un pellizquito, y no de monja. Feliz 2022.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído