En mi pueblo se les llama mamaostias a esa gente inclasificable en que podemos convertirnos todos cuando dejamos de tener memoria, cuando somos variables hasta el desconocimiento, cuando nos creemos mejores que los demás, cuando presumimos justamente de lo que no tenemos, cuando caemos en ese vicio insoportable de hacerles la pelota a quienes creemos que nos interesan, cuando juzgamos a los otros por sus pintas, cuando somos más papistas que el papa, cuando creemos tener la solución de todo en la palma de la mano, cuando somos incapaces de actuar sin un libro de instrucciones, cuando preferimos el tener al ser, cuando se nos olvida que tenemos que morirnos, cuando miramos a según quién por encima del hombro. Mamaostias.
Por una Navidad sin mamaostias. Por un pueblo sin mamaostias. Por un mundo sin mamaostias. Por una vida sin mamaostias. ¡Brindemos!
La felicidad sin mamaostias. Plenitud de la vida sin mamaostias agazapados en la familia, en el vecindario, en el trabajo, en la calle, en los bares, en el supermercado, en las bodas y en los entierros.
La felicidad plena depende de que nos libremos de tanto mamaostia suelto, de esos mamaostias que te dan la lata, hablándote o sin hablarte, profesionales de la mamaostiez en su jugo, expertos en hablar de todo sin saber de nada, sabiondos que reclaman su h para ser sabihondos, hondos o jondos, mariquitas las fantásticas que en otras latitudes serían calificados como gilipollas, capullos o tontos a palo seco y cuyo preciso diagnóstico recetado hemos amasado en mi pueblo a lo largo de los siglos, de generación en generación, hasta dar con ese significante que significa tanto cuando se emplea en el contexto adecuado porque el mamaostias de que se trate no deja el mínimo margen al error y nos pone tan en bandeja que frunzamos los labios antes del explotido conclusivo que tantas veces nos tenemos que tragar pero que nos aporta un desahogo, un plus de vida, una dosis de salud inesperada cuando podemos expresarnos sin paliativos, sin medias tintas, sin protocolos y con toda la fuerza del alma añadiendo al sustantivo mamaostias –porque el mamaostias esencial es siempre sustancial- ese epíteto tan bien colocado por delante y que solo tiene de valentía la potencia de su ironía: ¡Valiente mamaostias!
De los valientes mamaostias, líbranos, Señor. Amén.


