Robin Williams encarna a Peter Pan en un fotograma de 'Hook'.
Robin Williams encarna a Peter Pan en un fotograma de 'Hook'.

Rilke, considerado como uno de los poetas más grande de la historia de la literatura, hizo una definición de la infancia que, desde luego, me parece de las más evocadoras de las que se han realizado. La infancia ―decía Rilke― es la verdadera patria de los seres humanos. Bien en verdad que otro literato tan reconocido, como puede ser Proust, señaló que, precisamente, la infancia es el tiempo perdido al que alude en su mayúscula obra En busca del tiempo perdido. Realmente tengo que considerar que estoy más cercano a tener una opinión favorable a asumir la frase de Rilke, y no solo en la consideración de patria, concepto por otra parte también objeto de múltiples definiciones a lo largo de la historia, nos podemos fijar en la que hizo Samuel Johnson, figura a la que ya he citado en otros artículos. Dijo Johnson: la patria es el último refugio de los canallas. Y así todas las que queramos, de todos los colores y de todas las sensaciones.

Sí, estoy cercano a decir que esa etapa de la vida, tan lejana ya, de la infancia, es más definitiva, más memorable, más intensa…más feliz, que cualquiera otra de nuestro periplo vital. Sin duda. Con melancolía.

Dicho esto como carta de presentación de lo que es mi pensamiento, quiero hacer un giro de guión para adentrarme en lo que quiero intentar explicar a través de estas letras. Sobretodo y como principio: la infancia termina. No podemos ser niños y niñas siempre. Obvio ¿no? Todos sabemos que a eso de los once o doce años se acaba esa etapa, nos convertimos en adolescentes, nos salen espinillas y granos, comienzan a interesarnos y atormentarnos otras cosas. En fin, dejamos de ser niños. Entonces, ¿Cómo es posible que tenga la convicción de que nuestra sociedad está cada vez más infantilizada? ¿Acaso no es verdad que en casi todos los órdenes de la vida da la impresión que el ser adulto es casi incompatible con la modernidad?

Enciendes la televisión y escuchas a políticos contarnos las cuitas derivadas de sus responsabilidades en ese tono casi de realidad mágica ―nada que ver con el género literario―, y no solo tratándonos como niños, sino ellos mismos comportándose como niños, verbi gratia Isabel Díaz Ayuso, o la forma de contarnos, sin contarnos nada, que tiene el actual monarca en su tradicional discurso de Navidad. Insoportable. Esa manera de hacer como los niños que cuando algo que ven no les gusta, se tapan los ojos y creen que eso tan terrible ha desaparecido. O cuando oyen algo que no quieren escuchar, se tapan los oídos y creen que no se está diciendo aquello que no quieren que se digan.

Esa manera de animar ―dar alma― a objetos, como cuando tropiezas con una mesa y la primera reacción es darle una patada a la mesa como escarmiento. Y así, si nos fijamos bien, es como nos comportamos. Queremos ser niños, e incluso casi alabamos que nos traten como tales (tengo especial inquina cuando en un hospital entra a ver a los pacientes el enfermero o la enfermera de turno y habla como si tuviera siempre en la cama a un querubín encantado de escuchar eso de: anda, cómo está hoy mi… qué guapo está, te voy a poner una inyección pero como has sido bueno no te va a doler nada, verás que bien… aaggss).

En momentos como el actual, con una crisis sanitaria tremenda, por no hablar de la económica aún en ciernes, es realmente chocante escuchar argumentaciones más propias de niños y niñas recién destetados que de personas adultas, y a veces con formación adecuada. Hasta los informativos tienden al relato para párvulos. Incluso, aunque no deje de sorprendernos, casi hemos normalizado el comportamiento de niño malcriado que adopta Trump, cosa muy peligrosa porque sus pataletas nos han podido llevar a situaciones muy desagradables. Y suma y sigue.

La infancia es la patria verdadera pero ya va siendo hora que dejemos el síndrome de Peter Pan, pongámonos a crecer como sociedad, pasemos la infancia, la adolescencia y lleguemos a comportarnos como adultos, aunque solo sea para que los niños y niñas no nos tomen por estúpidos.

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