El libro '1984', de George Orwell.
El libro '1984', de George Orwell.

En una entrevista en el periódico El País, el genial pintor mexicano Sergio Hernández dice que la gente ya no quiere verdades. Una reflexión sobre el momento actual, el estado de cosas y el ambiente casi surrealista que vivimos en un mundo donde el relato, independientemente de su verosimilitud, conquista la razón, aunque la razón sea otra. Recuerdo -y es posible que esto que os cuento ya lo haya hecho en algún artículo anterior- lo que me contaba un amigo hace tiempo: en una elecciones, precisamente en México, un candidato a la reelección como alcalde o gobernador, con un gran prestigio y reconocimiento a los logros realizados en su gestión en su primer mandato, en un mitin de su campaña se puso a enumerar precisamente esos logros, era su resumen con el cual pretendía lógicamente a tener un sufragio suficiente para esa nueva elección. El caso es que mientras hacía ese glosario de objetivos cumplidos, carreteras, colegios, empleos…observó como el público no estaba demasiado animado, hasta que, al fondo del local del mitin, un señor se atrevió a levantar la voz diciendo “no queremos más realidades, queremos promesas”. Pongo este ejemplo, que ya digo que es posible que lo haya utilizado en otras columnas, porque expresa exactamente parte de lo que está ocurriendo en general. Y ese titular, ofrecido por el artista Sergio Hernández, recoge sin paliativos, sin ningún tipo de meandro, lo que la gente quiere o, mejor dicho, lo que la gente no quiere. ¿Qué es lo que quiere la gente?

La posverdad, ese término que, traído fundamentalmente por los movimientos antisistema de la derecha anglosajona, sobre todo en Estados Unidos, pero también en Rusia, y de ahí por todo el planeta, hace referencia a la información en la que los datos objetivos de la realidad tienen menos interés o son secundarios y menos importantes para la gente que las opiniones y emociones que suscita. En eso estamos: da igual que la realidad objetiva nos diga una cosa si el relato emocional dice la contraria o simplemente tergiversa esa realidad.

Todos los días nos encontramos en los medios de comunicación, periódicos, redes sociales, televisión…un buen montón de ese tipo de información elaborada con el guion de la posverdad. Sería casi irrelevante que os quisiera ilustrar con algún ejemplo habida cuenta que casi es más difícil encontrar información verdadera que la elaborada con el ingrediente más adictivo de la posverdad: la mentira. Que un político mienta no es nuevo, lo nuevo es que nos importe poco que mienta siempre y cuando establezca el relato que emocionalmente a mi me gusta. Es más, la credibilidad de una información no la garantiza ni los datos, ni la fuente, ni la imagen, ni el audio. No. La credibilidad está sustentada en que la información diga lo que yo quisiera que dijera.

Por más que Almeida, ese hombre alcalde de Madrid, diga que la fiscalía le investiga porque él ganó las elecciones, y que le quieren quitar lo que él ganó en las urnas, por más que lo diga Almeida, no cuela, la realidad es que él no ganó las elecciones, aunque eso no le quita legitimidad como alcalde, puesto que la elección de este en España se consigue de manera indirecta con el voto de los representantes, concejales, en el pleno. Eso se sabe, pero da igual, la verdad, como dice Sergio Hernández, no interesa, es mucho mejor decir aquello que conviene, aunque sea una patraña.

Miles de ejemplos vale, uno de los más simpáticos es la frase tan manida de que España es un infierno fiscal, cuando la realidad de los datos nos sitúa en uno de los dos últimos lugares en el ranking europea de presión fiscal, además de que es curioso que quienes piden bajadas generales de impuestos son los que más los han subido en los últimos veinte años. Son datos, pero da igual.

Posverdad, un término casi peyorativo que se ha convertido en la auténtica realidad. Léanse 1984 de Orwell, hasta un ministerio le concedió a la posverdad.

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