¿Por qué los ultras más radicales se hacen tantos tatuajes?

Es curioso cómo lo que antaño era la fiesta de la raza, tal y como la tenía diseñada el franquismo, ha ido evolucionando hacia algo también de tipo identitario

Un momento del desfile de la Legión durante el 12 de octubre.
Un momento del desfile de la Legión durante el 12 de octubre.

Es curioso cómo lo que antaño era la fiesta de la raza, tal y como la tenía diseñada el franquismo, ha ido evolucionando hacia algo también de tipo identitario —toda fiesta nacional de cualquier lugar tiene un carácter identitario, va de suyo—, pero con un giro acrobático de 360º, para volver, de alguna manera a sus inicios, con otra estética por supuesto y, necesariamente, con otros protagonistas, pero para que yo mismo me entienda, es una versión 3.0 de los fastos de tan supuestamente solemne día de celebración.

Uno de los cambios estéticos más profundos tiene que ver con el outfit de los participantes: los uniformes, casi todos, han desplegado un desborde estilístico que ni Hugo Boss para la elástica de las SS en la Alemania hitleriana. Bueno, no todos, que revisando desfiles del NODO y comparando con el de este día 12, los legionarios apenas han cambiado, y la cabra, ¡ay la cabra!, ¡es más aplaudida que los propios integrantes del cortejo militar! Esto último viene a ser una tradición que se va asentando año tras año: aplaudir mucho a la cabra y abuchear mucho a los presidentes del Gobierno socialistas; y no es por nada, pero aunque el ahora referente de la derecha, ¡qué cosas!, Alfonso Guerra, haya perdido −desde mi sentida opinión− relato, sentido del humor y posiblemente las pastillas para el mareo, no dejó de tener su gracia, no exenta de sentido crítico basado en los hechos, cuando dijo hace pocos años en relación a esta extraña manera de comportarse por parte del público asistente a ese desfile: "En el desfile de la fiesta nacional hay gente que abuchea a un presidente del Gobierno y que aplauden a una cabra… cada uno sabe mejor qué es lo que le representa".

Creo que, en definitiva, todo es una performance que tiende a volverse tradición: los que apoyan a una cabra por encima de un presidente del Gobierno o de los mismísimos reyes y acompañantes, por no decir que sobre la propia soldadesca. Yo una vez fui a ver ese desfile, entonces gobernaba Aznar, que era preferido por ese público a la cabra, no se sabe muy bien si es que la cabra de esos años era poco de fiar, más fea o, más al contrario, que Aznar cumplía de manera más extensa los requisitos que toda cabra ha de evidenciar para que sea más aplaudida que el presidente del Gobierno. En todo caso, de una manera u otra, con estas pinceladas de modernidad, la fiesta está cambiando. Ahora solo el desfile y el besamanos, pero en estos años de cambio climático, fiesta de mucha playa y turistas. Cosas del nuevo orden mundial de España. 

Si por casualidad han seguido durante los últimos años, cosa poco probable, mis artículos en este medio, o simplemente conocen mis comentarios sobre la fiesta nacional, ya saben que no estoy yo muy de acuerdo con la fecha −y por supuesto con los actos, que al fin y al cabo han hecho que se convierta en una fiesta estrictamente madrileña−. Lo que realmente me gustaría sería lo que tiene más que ver con los países democráticos que señalan su fiesta nacional el día de su nacimiento como entidad, bien a través de un hecho revolucionario, como en Francia el 14 de julio, o de su independencia, como el 4 de julio de los estadounidenses. Me gustaría, porque sería más normal, que aquí fuera el 19 de marzo, día en el que se conmemora la primera Constitución española, hecha en Cádiz y promulgada ese día del año 1812. No lo verán mis ojos, es más, ni siquiera es fiesta local, ni siquiera, por ahora, el Ayuntamiento de Cádiz −sí el de San Fernando− celebra de manera digna nuestras Cortes, así que seguiremos con la cabra, los Borbones y sus besamanos… y los abucheos al presidente del Gobierno socialista −insisto, para ganar a la cabra tiene que ser del PP−.

Otra cosa que dentro de los cambios me llama la atención es que si bien en los años de plomo del franquismo e incluso en la Transición, ir bien vestidito y aseado al desfile era casi una obligación, me he fijado que, año tras año, la representación de la radicalidad más castiza, esos que aplauden a la cabra y abuchean al presidente, cada vez tienen el cuerpo más musculado y más tatuado y eso, queridos amigos y amigas, tiene que tener una explicación, hagamos una composición de lugar: abucheo al presidente del Gobierno socialista, aplausos a una cabra, insultos variados al mismo presidente, ¡que te vote Txapote!, elogios igualmente variados a la cabra, vivas al rey, levantamiento de España, deseos de muerte a determinadas personas, entre ellas al mismo presidente del Gobierno abucheado, vivas a la cabra, brazos pidiendo taxis insistentemente, cabezas bien afeitadas posiblemente combinadas con barbas, gafas de sol y sobre todo, muchos tatuajes. Ahí tienen ustedes el outfit que lo peta en el día de la fiesta nacional en el desfile madrileño de la cabra y sus soldados. Todo correcto, pero ¿por qué los ultras más radicales se hacen tantos tatuajes?

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