Pirómanos del mundo ¡uníos!

El mundo se polariza, más pobres imposibilitados de vivir con la dignidad que se les supone como seres humanos, y por otros unos ricos cada vez más ricos

Una vista del helicóptero y la zona arrasada por el fuego.
Una vista del helicóptero y la zona arrasada por el fuego. MANU GARCÍA

España arde por los cuatro costados. Una año más, y éste con mayor intensidad si cabe, los incendios forestales van consumiendo con voracidad inaudita, la ya de por sí exigua masa vegetal de nuestro solar patrio, y el mito de que estas tierras de norte a sur podían ser cruzadas por una ardilla de árbol en árbol sin tocar suelo, ahora es más mito que nunca porque, excepto en algunas islas de bosques, lo que sería imposible es que esa misma ardilla pudiera desplazarse en no más de cien ejemplares alineados, todo lo demás: tierra seca, árida, cultivos intensivos para saciar nuestra hambre al igual que la esquilmación de nuestros recursos hídricos para saciar nuestra sed (y la de las industrias y la de la de las necesidades del ocio, etc.)

No llueve y las olas de calor, como la que estamos padeciendo, según dice unánimemente la “comunidad científica”, serán cada año más asiduas, más duraderas en el tiempo y con picos extremos en las temperaturas que nos resultan casi incompatibles con la vida humana. Por otra parte, los fenómenos meteorológicos de invierno, de unos inviernos más cortos, tienen también una intensidad y virulencia extrema: nevadas nunca vista, temperaturas muy por debajo o por encima de las consideradas normales según las estadísticas, velocidades impresionantes de vientos, huracanes…

Volviendo a los incendios que asolan media Europa en estos días aciagos, ya no vale la pena, siquiera, escribir como lo estoy haciendo yo con esta columna de opinión para quejarme amargamente intentando –mi voz es muy pequeña– crear conciencia de donde estamos y al lugar que nos conduce todo esto. Este será uno de los miles de artículos que se redacten estos días sobre la cuestión, y miles serán los que los lean y, estando conforme o de acuerdo, no puedan más que lamentarse, como lo estoy haciendo yo a través de este escrito. Desgraciadamente años de artículos, no de opinadores provincianos como éste que suscribe, sino de autoridades científicas en todo el planeta, después de años de informes sobre la calamidad que se cierne sobre nosotros, después de años de comprobar in situ como la antigua distopía, más propia de películas de ciencia ficción, se convierte en pura realidad...después de años de todo eso, no se ha avanzado ni un gramo, y hoy a lo máximo que podemos aspirar, es a detener el avance del estropicio, e incluso para eso, parece ser, que ni siquiera hay una acción decidida; y no hablo solo de los gobiernos, señalo también, como no puede ser de otra manera, a las empresas, sobre todo a aquellas que su supervivencia –aquí hablar de supervivencia de estas empresas es hablar de mantener a sus ricos accionistas y directivos con niveles de renta por encima de cualquier lógica– depende de que, por ejemplo, cada día se talen árboles en el Amazonas  que comprenden lo equivalente a 3 estadios de fútbol por minuto ¡tres estadios de fútbol por minuto! para mayor gloria de la industria maderera. Por otra parte los usos y costumbres del conjunto de la ciudadanía, lejos de adaptarse a momentos de dificultad, moderando consumos en general, aumentan las conductas que posibilitan lo contrario. Es una cuestión civilizatoria.

El mundo se polariza, más pobres imposibilitados de vivir con la dignidad que se les supone como seres humanos, y por otros unos ricos cada vez más ricos que deben su riqueza a que haya cada vez más pobres, menos desarrollo, menos inquietudes por el entorno...De hecho las nuevas guerras, las que se sostienen en los últimos decenios tienen que ver con el dinero y con las energías, es decir con todo aquello que puede generar más o menos igualdad, más o menos desigualdad. Guerras que se libran por el control de recursos energéticos, como ahora en Ucrania –¿os habéis dado cuenta que ha desaparecido de los medios de comunicación las informaciones sobre el “satán bolivariano” de Venezuela, Nicolás Maduro? Lógico, ya no es tan malo, ahora necesitamos su petroleo–, guerras que se libran en África que tienen una excusa –¡vaya excusa!– étnica o tribal, pero que esconde algo mucho más sencillo, son batallas por el agua o por la comida. Por la supervivencia.

El mundo arde por los cuatro costados, incendios, y no solo forestales, nos complican nuestra existencia, y de la misma manera que en los que nos están comiendo con llamas en estos días de estío se combaten en el invierno –varias comunidades autónomas de este país se niegan a proveer de recursos contra la extinción de incendios en invierno, como puedan ser dotaciones de plantillas razonables, recursos materiales, innovaciones en la agricultura y ganadería, labor pedagógica, pero también ejecutiva, en materia de recursos hídricos, energéticos en general, gestión de bosques, atención, escucha y toma de decisiones en base a las aportaciones que hacen los que podemos considerar expertos en las materias de las que hablamos–, también los otros incendios, pues en su conjunto tienen que ver unos con otros, todo tiene una misma explicación: ricos y pobres, igualdad y desigualdad. Mientras caminamos juntos, codo con codo, sin descanso, esforzándonos todos, en buena hermandad y con el objetivo indisimulado de acabar de una puñetera vez con todo y con todos. Son fuegos que parece no estamos dispuestos a sofocar.

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