Otoño

En estos días, como todos los años, he disfrutado escuchando el murmullo en las calles de los chiquillos, la mayoría ilusionados, contentos de volver a las clases, los amigos…

Lluvia en Jerez, Andalucía.
Lluvia en Jerez, Andalucía. MANU GARCÍA

Hasta el momento en que me dirijo a ustedes, ningún indicio de que vaya a llegar el otoño. No hay lluvias más allá de esas tormentas impertinentes que tuvimos con la denominación tan moderna de DANA, las temperaturas que permiten estupendas noches al raso. Solo un detalle, no nimio, de que algo ha cambiado desde que hace unos días por las mañanas, bien tempranito, las calles, que parecen ni preparadas a esas horas en las que el sol y la claridad se debaten entre asomar o permanecer oculto, se llenan de niños y niñas que, con ojos aún medio cerrados, como zombis buenos, no se despistan ni un centímetro, puesto el piloto automático, en el camino más o menos ya interiorizado para ir al colegio.

Olor a colonias, a jabones, mochilas confeccionadas, seguramente, por otros niños y niñas en dios sabe donde, olor a cuaderno, a papel, a lápiz recién afilado, a goma con olor y sabor a nata, agendas escolares con su plástico conservado de la tienda…si no hay noticias de otoño, ellos nos lo recuerdan: Profesores y profesoras inquietos para recibir a los que serán sus desvelos en los próximos meses. Madres y padres, sobre todo madres, que han conseguido que tomen esa poquita de leche con cola cao antes de salir. Abuelos y abuelas que recuperan su forma física para cumplir con la misión que más les importa. 

Cuando yo era niño, volver al colegio en septiembre iba emparejado con el jersey, con la rebequita que llamaban de entretiempo y, casi sin darnos cuenta, en pocos días, el abrigo, los pantalones de pana, el gorrito. Era inexorable, como si un hecho no pudiera ser posible sin el otro. Cuando yo era niño todo era más previsible, todo parecía llegar a su tiempo: el verano era tan largo que a finales de agosto ya soñábamos con el colegio y el invierno era tan crudo que el mes de abril nos colmaba de felicidad con sus días más largos, más azules. Cuando yo era niño el tiempo pasaba más lento, para nuestra desesperación, sin tener ni idea que era como un regalo que se nos hacía antes de que, como ahora que ya no soy un niño, sepa que cada vez el tiempo pasa más rápido, tanto, que da lástima.

En estos días, como todos los años, he disfrutado escuchando el murmullo en las calles de los chiquillos, la mayoría ilusionados, contentos de volver a las clases, los amigos…y aunque con estas temperaturas y esta singular sequía, da la impresión que todo es una impostura, pero con permiso del cambio climático, ha comenzado el otoño, y con él, como si todo fuera un pack, un nuevo comienzo para todo, una especie de reinvención que, sin duda, es un producto cultural: desde pequeños, acostumbrados a iniciar curso, clase, nuevos libros, profesores…Ha llegado el otoño, uno más o uno menos.

 

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