Un acto de Vox en Andalucía.
Un acto de Vox en Andalucía.

Hay dos formas de entender el sentimiento nacionalista. Uno podríamos situarlo en aquel que surge como consecuencia del sometimiento, de la esclavitud, de la opresión. La otra forma es el nacionalismo que busca, precisamente esa opresión, la dominación. Y la manera más fácil, correcta y clara de establecer la diferencia está en lo que valoramos el concepto de igualdad que se propugna.

Si en nuestra infancia vivimos, vamos creciendo, percibiendo que los hombres son lo que se señalan como estrellas, ídolos y héroes, mientras que a las mujeres se las muestra como seres secundarios, indispensables pero pasivos que suerte tienen de conformarse con adorar a sus hombres, a los hombres, entonces voy a sentirme sometido si me eliminan lo que percibo y “me obligan a ver, percibir, sentir y tratar a las mujeres como iguales, en el ámbito familiar, en el laboral, en el social… siempre que se corrige una desigualdad manifiesta, por poco que nos parezca su injusticia (no hay injusticia pequeña igual que no se puede estar un “poco embarazada” o “medio muerto”), será difícil y provocará un cierto desgarro para las personas, colectivos, naciones, grupos que se benefician de esa desigualdad. Ocurre en todos los ámbitos de la vida, hemos señalado el de la desigualdad de las mujeres con respecto a los hombres, pero nos vale cualquier ejemplo donde ese dolor por la corrección de esa desigualdad es manifiesto y manifestado como un sometimiento, como una opresión.

La nueva derecha, la ultraderecha: (no quiero utilizar lo de neofascistas o similar por no dar ocasión a los que establecen un imposible vínculo nostálgico con ese pasado) el populismo autoritario, suele manifestarse con lamentaciones y quejidos por lo doloroso que le resulta cualquier cambio que les suponga una pérdida de posición dominante, de privilegios. De esa queja se pasa al victimismo (era todo un espectáculo como en plena pandemia se manifestaban las clases altas adineradas de Madrid pidiendo libertad para poder ir de compras o a visitar sus casas de recreo en la costa. Lo pedían para ellos, como un derecho, pero solo para ellos), y del victimismo se pasa a la formulación de nuevas formas de dominación supuestamente justificadas en lo anterior (para impedir nuevas “restricciones de la libertad” nada mejor que restringirlas a los que buscan la equidad).

Estas posiciones ultrarradicales, aunque nos parezcan de nuevo cuño, no son más que precisamente la radicalización de un discurso, de una forma de pensar que está bien asentada, por los siglos de los siglos, en aquellos colectivos (clases dominantes) que, de manera permanente, han sido beneficiados, por una especie de don divino (dios juega a los dados y sale lo que sale), por una situación de ventaja con respecto a los demás. El establecimiento de este tipo de mentalidades, la política ultraderechista, trata siempre de ocultar las desigualdades estructurales del sistema y (sin complejos, como suelen decir ahora) tratan de poner en mala situación cada intento de cada sociedad de hacer frente o solo minimizar esa desigualdad. Precisamente ese es el objetivo más finalista de las llamadas políticas de discriminación positiva: las de señalar, identificar y reducir hasta eliminar las desigualdades estructurales.

Opresión y nacionalismo no es lo mismo, pero si el concepto de opresión es aquel que viene determinado por ese supuesto derecho divino a ser diferentes de los demás por elevación, podemos llegar a la conclusión de que ese tipo de nacionalismo tiene más que ver con el que aspira a restaurar precisamente aquello que dice combatir: la opresión, la dominación. 

Hay, sin embargo, buenas razones para establecer ese primer concepto al que aludíamos de nacionalismo, aquel que encontramos cuando tiene una idea de igualdad que abarca a todos y todas. No hay igualdad buena o mala. Y hay sentimientos nacionales buenos y malos, están los incluyentes y los excluyentes. La igualdad y la inclusión son la clave.

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