Grocuho Marx, en 'Sopa de ganso'.
Grocuho Marx, en 'Sopa de ganso'.

Fue Gabriel Celaya quien escribió La poesía es un arma cargada de futuro, versos extraordinarios de un poeta social que en cada estrofa nos recordaba la dimensión más profundamente humana pegada a la realidad de una vida dedicada a esa inmensa mayoría de personas sencillas. Ese poema, uno de los más conocidos del autor, nos sirve para, en un salto temporal, armarnos de valor para aceptar que tal y como se viene produciendo, ya no es la palabra amable y sincera, ya no es la humildad y el reconocimiento al “otro” lo que prima en la conciencia colectiva de los conciudadanos, no. Al igual que en su momento hizo fortuna eso de Un fantasma recorre Europa… ahora quien la recorre, y no solo Europa, es la mentira, un poder tan hipnótico que es capaz de hacernos creer, como creemos, que verdaderamente hacen personas que hacen magia con las cartas y no es un truco, un juego de manos.

La magia no existe, pero seguramente son legión las personas que creen en lo extraordinario, en lo improbable, en lo inaudito; las “verdades alternativas” como las denominaron en el entorno del “mago” Trump; es una versión auténtica de aquello tan divertido que dijo uno de los hermanos Marx en Sopa de Ganso: ¿A quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos? Divertido, ¿verdad?... pues hoy sería un gag sin la más mínima gracia puesto que también la mayoría de la gente apostaría su vida a creer lo que le digan otros antes de lo que vean sus ojos, lo irreal por delante de lo evidente.

Goebbels dio con la formula: Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad. Y en eso estamos. Si ya en varios artículos, desde hace varios años, he ido desgranando teorías sobre comunicación y opiniones basadas en como creo que evoluciona nuestra sociedad y como de la razón, del imperio de las luces, del conocimiento, de lo que ya en el siglo XVIII nos hizo mucho más inteligentes, más independientes y a la vez más solidarios y justos, hemos pasado, como un péndulo, de esa Ilustración, del racionalismo, de todo aquello que nos ha permitido avanzar como especie, crear cultura en su acepción más amplia, más humana, al dictado de las emociones descontroladas, a la credulidad en lo imposible, en mandar a tomar por culo a Guillermo de Ockham y abrazar sin escrúpulo alguno a lo irracional, hemos desechado la argumentación −posiblemente porque eso exige hacer trabajar al cerebro y somos unos holgazanes− y la hemos sustituido por la mentira como fundamento de la razón.

Me explico: da igual que me argumentes lo que me argumentes, aunque sea verdad, si no coincide con mis emociones, aunque estas sean de lo más primitivas, no te lo voy a conceder. Es mejor mentir, si la mentira coincide con mis deseos. Ya digo: la mentira es el arma de destrucción masiva que tiene más futuro. Quien utilice la mentira con fruición conseguirá sus objetivos. Será su propio desastre, pero será mejor que te den la razón a tenerla.

Por eso, y mira que es un absoluto absurdo, en España −y tenemos elecciones el próximo domingo− da igual que mienta un político diciendo que ETA existe, que apoyó la subida de las pensiones, que invente no sé qué conspiración absolutamente enloquecida, da igual. Es más, lo que hace años hubiera supuesto una inmediata descalificación por mentiroso, hoy día se convierte en un activo muy valorado, sobre todo por los medios de comunicación que airean y amplifican la mentira a sabiendas de que es mentira. Da igual. 

No es pesimismo lo que trato de llevar a vuestras cabezas, es simplemente mi desesperación por no entender, más que desde el más absoluto mundo miserable al que nos dirigimos, cómo tratan de convencerme de que el caballo blanco de Santiago es verde, y que además el que me lo diga sabe que es blanco, pero también sabe que la gente prefiere que diga que es verde ¿Por qué? Porque al final, cuando le presentas la realidad, ocurre algo muy singular: te dan la razón para a continuación argumentarte que la razón es lo de menos, siempre es preferible lo simbólico, lo místico, lo absurdo… y sobre todo el capricho. ¡País!

 

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