La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, presidiendo la primera reunión del Consejo de Gobierno tras las elecciones.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, presidiendo la primera reunión del Consejo de Gobierno tras las elecciones.

Hay una especie de mantra, acuñado fundamentalmente por la izquierda política, en el cual se insiste en identificar el voto a través de elementos racionales como puede ser el interés de clase social, económico, etc. No es raro el escuchar o leer frases en ese sentido: "Los pobres, los más necesitados, tienen que votar a las izquierdas porque eso es lo que les interesa", o "no hay absurdo más grande que ser obrero y votar a la derecha", incluso elección tras elección se establecen por los politólogos o expertos estadísticos y demoscópicos, los poderes sobrenaturales que tiene la adscripción de un barrio, una localidad y una actividad económica a los votos que vas a conseguir; así los barrios menos favorecidos tienen que votar a las izquierdas y los barrios pudientes votan a las derechas. Se supone que eso es así, y siempre habrá un histórico de estadística electoral que, como Casandra, nos haga pensar que esas profecías se autocumplen.

Pues no es así. Yo también lo hubiera creído, pero no es así. El proceso electoral, las circunstancias que hacen que personas y colectivos, más o menos afines, voten una cosa y no otra, han pasado de ser motivos medibles, estructurales y racionales –basadas en argumentos de Perogrullo como son los intereses personales– a ser reacciones emocionales. De votar argumentos se ha pasado a votar eslóganes. De confeccionar programas electorales se ha pasado a explotar la imagen de un candidato. En definitiva: de votar por una opción que sirva a tus intereses –me suben las pensiones, el salario mínimo, políticas de igualdad, mejores servicios públicos…– se vota por intuiciones, por simplificación, por quién menea mejor el árbol de las pasiones. El voto se radicaliza en cuanto a la polarización, no la programática, sino en los elementos irracionales. Ya no hay gentes de izquierda o gente de derecha, hay fan de izquierdas o de derechas. La futbolización de la política. Hablar claro es hablar con simplezas. Un zasca –como se suele decir ahora– vale más que un argumento. Se jalea la ocurrencia mas que lo pensado.

De buenas a primeras, casi sin advertirlo, la derecha europea, y por consiguiente la española también, ha descubierto de la mano del Trumpismo que ya no es la economía, estúpido. ¿Son tan estúpidos los americanos que votaban a una persona incapaz de decir dos frases coherentes para el elevado público americano, a esa izquierda engreída, a esa que se la coge con pinzas para no mancharse? El pijerío intelectual está en la izquierda… y mientras, en los barrios obreros se sigue pasándolo mal en las grandes ciudades, en los núcleos rurales quieren que se les hable claro con palabras que entiendan y no se olviden de ellos…pero no, la izquierda habla de plusvalías, de ascensores sociales, de heteropatriarcado, de ecoparticipación…que todo eso está muy bien, pero de lo mío qué.

Nos hemos reído mucho, yo el primero, con las sandeces de Ayuso. La hemos ridiculizado, incluso se han creado personajes de televisión que todos los días nos la recordaban. ¡Qué de tonterías dice esa mujer! Y la de chistes y memes que le hemos dedicado –yo el primero, y no veáis como me arrepiento–, y sin embargo a base de reírnos de sus ayusadas, hemos olvidado combatir las ideas que transmiten esas mismas ayusadas y lo estratégicamente que se colocaban en cada informativo, en cada aparición. Hemos minusvalorado el hecho de que su antidiscurso era el discurso, que detrás de cada estupidez había un mensaje que llegaba limpio y nítido a la población diana en cada momento. Se contraponía un Catedrático a una Community Manager de un perro, y nos reíamos creyendo que, como tradicionalmente ocurría, la gente iba a preferir al Catedrático, que es el que sabe. Pero no, la gente decidió apoyar a quién salía todos los días, en todos los momentos, en todos los medios de comunicación, jaleada por propios y extraños, que rebajaba su discurso al nivel de una taberna de barrio, sí de esas donde se toman las cervecitas los madrileños.

Históricamente, el pueblo, da igual el país o la región, ha reaccionado en muchas ocasiones, basándose en elementos absolutamente irracionales. Recordar que era el pueblo el que en 1814 gritaba a favor de la vuelta a la monarquía absoluta, o que gritaban eso de «¡vivan las caenas!».

Por tanto, no despreciemos nunca, nunca, la capacidad que tenemos los humanos para actuar en contra de nuestros intereses, o como decía el gran Mahatma Gandhi, "si hay un idiota en el poder, es porque quienes lo eligieron están bien representados". La cuestión es si desde la izquierda, tan pura y tan leída, se es capaz de conectar con la gente sencilla, pero sabiendo que los votos no son de nadie a priori, como se ha demostrado en las elecciones madrileñas. Y ojo, ya no es una barbaridad pensar que hay gente, grupos políticos y gente corriente vanagloriarse de ser fascistas. Lo son, lo dicen y, lo que es peor, están dispuesto a demostrarlo.

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