Lucía se va a la manifestación. (IMAGEN CANAL SUR)
Lucía se va a la manifestación. (IMAGEN CANAL SUR)

Se llama Lucía, tiene mi edad, y es limpiadora en una concesionaria que tiene su mayor negocio en licitaciones para entidades públicas. Es mi compañera en el trabajo. Lucía, todas las mañanas, a las siete y media abre el edificio donde limpia y se pone manos a la obra hasta la dos de la tarde. Sin descansar. Sin parar. Sin error. Y sí, siempre con una sonrisa afectuosa y sincera. Lucía lleva, como se suele decir, su casa para adelante. Su marido, sus hijos, el nieto, sus padres, las hermanas, sus compañeras y compañeros, quien sea. Siempre atenta, siempre dispuesta.

Lucía es representante sindical en el Comité de Empresa y, el viernes pasado, tenía unas horas sindicales disponibles para participar en una manifestación de trabajadoras de la limpieza para reivindicar un convenio justo para el sector en la provincia. Pongámonos en antecedentes.

Las limpiadoras ―más del 95% del personal de limpieza son mujeres―, hacen su trabajo en colegios, centros de salud, edificios municipales, pabellones y pistas deportivas, hospitales, supermercados, centros comerciales…son cerca de 10.000 y llevan con el convenio caducado desde el pasado mes de diciembre. Llevan todo ese tiempo tratando de encauzar una negociación con la patronal del sector que desemboque en un nuevo convenio, pero no en un nuevo “nuevo trámite de convenio”. No. Están hartas. Muchas de ellas, tienen, como Lucía, una edad en la que comienzan a doler los huesos, donde las rodillas comienzan a no doblar sin quejarse, en la que la espalda pide clemencia después de tantos años limpiando esos sitios para que nosotros, los demás, lo veamos en condiciones. Se han cansado de ser las últimas, las que tienen el convenio más miserable de los miserables. Se hartaron de que las traten como “fregonas”. Hartas de estar hartas.

Cuando llegó la pandemia estuvieron en sus puestos de trabajo, en muchos casos buscándose la vida para tener unas mínimas medidas de protección. Se buscaban y se jugaban la vida. Mientras que tanta gente nos quedamos en casa, teletrabajando o sin teletrabajar, ellas, sin rechistar, se quemaron las manos de echar lejía, se destrozaron los brazos de baldear una y otra vez cada estancia, cada lugar que estuviera en riesgo de infección.

Ahora quieren un convenio digno. Quieren que en su sector, eso del salario mínimo no sea solo una buena noticia para los demás, o para políticos que cumpliendo con su deber, han adoptado una medida que en este sector, donde pocas, muy pocas trabajan a tiempo completo el ser mileurista, es como contarle un chiste. Y se han hartado.

Tan solo hace unos días, la sociedad gaditana en particular y, creo que por extensión, la mayoría de la española, han visto con buenos ojos la movilización de la gente del metal en su pelea por reivindicar no solo una subida de unos cuantos euros (se dice, y no se para, que lo que han conseguido, el 2%, son solo unos euros para la que han montado. ¡Qué estupidez! No se han dado cuenta que no era solo un convenio, era el visibilizar un territorio donde, incluso, unos cuantos euros de subida, hay que sacarlos a base de movilizaciones contundentes), también el intentar, una vez más, dar voz a nuestra tierra en su grito de desesperación. Casi todos hemos apoyado sus manifestaciones y nos hemos alegrado de que al final hayan conseguido sus objetivos dinerarios y, los más importantes, sus objetivos “políticos”.

Llegados a este punto harían muy bien, los compañeros del metal, en apoyar, con toda la imaginación posible, con verdadera intensidad, a estas mujeres, que si ellos reivindicaban dignidad, no les quiero ni contar lo que ellas reivindican. Hará bien la sociedad gaditana en ponerse al lado de esas personas que han peleado, sin medallas posteriores, sin premios, en el confinamiento, como jabatas, como leonas para que usted y yo estuviéramos un poco más seguro. Si no lo hacemos habrá que pensar que todo lo que hemos dicho y hecho estos días de turbulencias en la provincia, era solo una pose, que somos egoístas y solo apoyamos a los que más ruido hacen.

El viernes, Lucía salía llena de incertidumbre y orgullo para esa manifestación. Es un ejemplo, yo la vi irse y comprendí que personas como ellas no solo merecen un buen convenio, merecen nuestra admiración y respeto más absoluto.

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