Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y Donald Trump, presidente de EEUU, en una imagen de archivo.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil y Donald Trump, presidente de EEUU, en una imagen de archivo.

Aunque la cuestión que abordo precisa de muchos más artículos, he creído oportuno darle fin a esta digreción sobre la conspiración mundial del populismo de derechas. Ciertamente da para un libro pero creo que a nuestro editor en la vozdelsur le parecerá más oportuno que me limite a mi artículo semanal y, si es posible, diversificando temáticas. No obstante quisiera llamar la atención en este tercer acto sobre como se han ido mimetizando las formas en que el neofascismo va ocupando espacios institucionales, gestionando países, desarrollando estrategias que, como ya conté en las semanas pasadas, consiguen crear y consolidar determinados sesgos cognitivos en la población que terminan por convertirse en las ideas fuerza de todo este movimiento ultra.

Hoy no cabe el golpismo a la vieja usanza, ni siquiera es algo que medianamente se plantee por parte de los diseñadores y rumiadores de las estrategias de la extrema derecha internacional, mas al contrario, han sabido como nadie adaptarse a los nuevos tiempos, darle un barniz incluso de modernidad a lo que hacen y a cómo lo hacen, llegando a conseguir un logro inimaginable hasta hace bien poco: arrastrar por el ronzal a la derecha conservadora y democrática y llevarla a sus posiciones ideológicas. He dicho arrastrar al ronzal pero también hay que conceder que en muchos casos al ciudadano que hasta el momento manejaba eso tan manido de "yo no soy ni de derecha ni de izquierda" o "todos los políticos son iguales" y que siempre votan a opciones derechistas, ese transitar hacia posiciones extremas es algo no traumático, yo diría que hasta gozoso. Para ellos es una manera de quitarse los complejos.

Ciertamente y como señala acertadamente Ferrán Gallego en su libro El Evangelio Fascista, para explicar el rápido ascenso y popularidad a finales de la II República, no solo en número de adeptos, sino en la irrigación multitudinaria de las ideas fascistas en España con el advenimiento de la Falange señala: "La debilidad y carácter tardío de la aparición de un partido fascista en España fue un factor que sin ser excepcional en Europa si tuvo características especiales al coincidir con la radicalización de todo el ámbito de la derecha" y añado yo que ésta asumió cada vez con más intensidad los postulados de Primo de Rivera configurando su movimiento a imitación de los fascistas italianos.

Este proceso casi cien años después tiene un correlato histórico que pensandolo con frialdad da hasta miedo. Los paralelismos, quitando las parafernalias propias y distintas de cada época, son escalofriantes. Tenemos a nivel mundial a las primeras potencias dirigidas por personas emparentadas ideológicamente mucho más de lo que pudiera parecer: En Estados Unidos Trump, en Rusia Putin y en China Jinping. Los tres empañados en sus revoluciones extremas, cada uno aobrdando los problemas del mundo y sus países con recetas tan parecidas que pudieran ser las misma.

¿Y Europa? Alemania resiste. Es notorio observar y creo que es imprescindibel conceder que, hasta el momento, el liderazgo de Merkel, situada en la derecha del espectro político pero en una derecha civilizada, democrática y europeísta, está consiguiendo ser un dique de contención en su pais ―y teniendo Alemania la historia que tiene no es poca cosa― ante los movimientos ultraderechistas con discursos y actos de gobiernos que no dejan lugar a dudas de su compromiso con la democracia.

En el Reino Unido la colosal estafa del referéndum sobre el Brexit ―digo estafa porque incluso las instancias jurisdiccionales en materia electoral así lo ha descrito― lo está situando en un nuevo territorio conquistado por el populismo de derecha. Boris Johnson juega a ser el Trump europeo sin estar ya en Europa. Italia ya sabe lo que es tener a los neofascistas de La Liga en el gobierno y éstos aspiran a dar el golpe de gracia definitivo en la próxias elecciones. Y por último Francia con los Le Pen acariciando el poder que piensan les llegará más pronto que tarde.

En España la operación está en marcha y la pandemia ―un virus nos trae otro virus― no ha hecho otra cosa que acelerar la estrategia de acoso y derribo no solo del gobierno, que por supuesto, sino también la de crear el caldo de cultivo suficiente para proceder a un asalto al poder bien como resultado de unas elecciones donde utilizar todos los medios legítimos e ilegítimos al alcance, o bien como consecuencia de una crisis del sistema que propicie una solución autoritaria y apoyada por los sectores económicos, militares, eclesíasticos y encontrando el eco suficiente en la ciudadanía previamente hartada a mensajes en esa dirección. Las dos estrategias están actuando simultaneamente, cualquiera de las dos les vale para poder emular a países como Hungría o Polonia como espejos europeos en los que mirarse.

El problema de todo esto es que la que era esperable derecha democrática española como lo pueda ser la de Merkel en Alemania, o la del mismo Macron en Francia, o la de Portugal, está como en el caso de los conservadores de los últimos años de la II República, comprando la estrategia, asimilando el discurso y lo que es peor: están encantados de que sea así. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que la derecha española abandone el espacio democrático liberal y conservador homologable en esos países europeos? La respuesta está en su debilidad. En su complejo histórico. En su pecado original de blanqueamiento del régimen franquista.

Al final con la aparición de Vox y con la perdida del control del aparato del Partido Popular de los moderados, lo que han tomado el relevo son como aquellos que en el 36 espoleados por el activismo de la Falange, se quitaron los complejos y abrazaron el ideario antiliberal, antidemocrático. Vox no es más que esa escisión del PP que ha conseguido resituar a la propia militancia y a amplias capas de la población en el espacio que realmente aspiraban a ocupar. En definitiva, en España el hecho de que el partido de la derecha fuese fundado y dirigido por los jerarcas del antiguo régimen ha pesado y pesa.

Desgraciadamente debo ir concluyendo aquí porque de lo contrario lo que pretende ser un artículo mañanero de domingo se convierte en un ensayo "coito interruptus", cosa ésta que no es mi intención. Por lo tanto, como idea final, insistir en un análisis de la realidad profundo que nos lleva a concluir que no podemos menospreciar a la derecha internacional, que no podemos ser tan ingenuos de pensar en que los golpes de estado se dan como lo intentó el imbécil de Tejero, hoy todo es mucho más sofisticado, más siniestro si cabe, más difícil de detectar y por lo tanto más difícil de combatir. Está en nuestras manos y en nuestra cabeza detenerlos para que eso no suceda. Detenedlos.

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