Russel Crowe interpreta a Roger Ailes, creador de Fox News, en 'La voz más alta'.
Russel Crowe interpreta a Roger Ailes, creador de Fox News, en 'La voz más alta'.

En la anterior cita con los lectores ya comenté mi duda sobre la consideración de que esta pandemia nos haga mejores y más inteligentes en la manera de conducir nuestras vidas. Opiniones hay para todos los gustos pero, anticipando la mía, algunas de las evidencias que nos anuncia el temido virus es que está destruyendo los basamentos sobre los que construimos nuestras relaciones, nuestras vidas en común. Hablo por supuesto también del desastre económico que nos va a deparar globalmente con una recesión que nos retrotraerá a las épocas de guerra ―Civil y Mundial― de la primera mitad del siglo pasado. Creo, pero lógicamente es pura intuición, que no habrá un regreso a la normalidad anterior a la crisis sanitaria. No lo creo.

Es más, pienso que lo sensato es que comencemos a diseñar esa llamada “nueva normalidad” rescatando algunos de los intangibles más queridos de la ya “antigua civilización” y construir ese nuevo mundo o, si nos empecinamos en lo anterior, es probable que no lleguemos a buen puerto. Y todo esto tiene mucho que ver con nuestros sistemas políticos. Tiene que ver con nuestro deseo democrático y, por extensión, nuestro deseo de igualdad, justicia social y libertad para desarrollarse.

En ese anterior contexto es donde sitúo las estrategias que ya desde hace, como señalé la semana pasada, unos seis o siete años vienen desarrollando las fuerzas no democráticas desde el llamado populismo de derechas o directamente neofascismo. En ese contexto conviene ver la serie de televisión “Years and years” donde nos muestran con una claridad brutal todos estos procesos en una distopía mucho más cercana y real de lo que nos pudiera parecer.

Uno de los puntos clave de esa estrategia es la modificación de conductas. Hablamos de psicología pura y dura, psicometría, pero también hablamos de  y en la base filosófica de ese autoritarismo está el concepto utilitarista de la palabra “libertad”. Se imponen de manera arbitraria legislaciones que procuran perfilar las conductas y lo peor: el pensamiento de la gente. Individualmente pero con resultados colectivos. Para ello cualquier sistema autoritario lo primero que hace es intentar controlar el flujo de información hacia la ciudadanía, el control de los medios de comunicación, sean estos tradicionales o los que pueden trabajar con mucha más herramientas mentales como puedan ser las redes sociales. Internet en definitiva.

Curiosamente las redes sociales: Facebook, Twitter, Instagram… nacieron, y así nos las vendieron, como plataformas que nos iban a posibilitar tener contactos, conocer gente, minimizar la soledad. Una red inocua que nos harían maravillosamente seres sociales fuera de los controles habituales. Privacidad y comunitarismo. Empoderamiento social. Un chollo. Esto que en principio pudiera ser contrario a lo que los regímenes autoritarios persiguen, fueron capaces, y así lo demostraron, de convertirlas en instrumentos de control y de herramienta absolutamente vital en el experimento social de los populismos de derecha.

Los sesgos cognitivos actúan como índices a los que estas campañas de desinformación acuden. En Estados Unidos en la campaña de Trump, como recoge Christopher Wylie en su libro Mindf*ck el sesgo cognitivo que mejor funcionó en la campaña del actual presidente y que fue explotado de manera magistral por Bannon y sus sicarios fue el de la “hipótesis del mundo justo” por el cual muchas personas confían en la presunción de un mundo justo en el que las cosas malas suceden por algún motivo. Esto es devastador: la culpabilización de las víctimas. Y en alguna medida ese sesgo cognitivo también está detrás de la ira que se constata en las manifestaciones de las cacerolas estos últimos días: El mundo debe seguir siendo justo para los llamados Cayetanos y, desde luego, si hay pobres, si hay miseria…es porque “algo habrán hecho para ser así”.

El objetivo de la extrema derecha es romperlo todo. Esa teoría los aleja del sentido democrático habitual y que también en la derecha había prendido, eran los conservadores o liberales. Ahora no, el concepto de libertad cambia y ya no se quiere “libres de” sino “libre para”, libres para llegar a ese ideal extremista y fundacional que en Estado Unidos tiene su vertiente más iconoclasta en los libertarios. Aquí en Europa y sobretodo en España confundimos libertarismo con anarquismo. Evidentemente no es lo mismo aunque pudiera parecer que lo es. De hecho el ideal del libertarismo extremista y populista de derecha es el estado mínimo, es decir, la casi única intervención del estado en cuando a su defensa de los ataque exteriores, la moneda y poco más. Lo libertario como lo privado. Todo es privado. Lo individual por encima de lo colectivo. No son liberales son libertarios. Un concepto de libertad ad hoc que permite en las mencionadas manifestaciones de las “gente bien” de estos días creer que son inmunes no solo al virus sino a cualquier obligación moral o legal que les cohíba o les impida hacer lo que les da la gana.

Me podrán decir que todo esto viene de muy lejos, y es verdad, pero nunca como ahora llegaron tan lejos: esa especie de internacional negra pudo, con la inestimable ayuda del control psicológico de la población, cambiar gobiernos en África, en el Caribe, en Latinoamérica. El cómo la utilización masiva de datos confidenciales de la ciudadanía y la activa participación de alguna potencia extranjera, léase Rusia, facilitó el resultado favorable en el referéndum del Bréxit, nada más y nada menos. Esta ensalada de estrategias fueron puestas en marcha con éxito para aupar a un díscolo representante de la extrema derecha americana como es Donald Trump a la Presidencia de la Unión. ¿Qué es lo siguiente? Lo siguiente lo estamos viendo, y la pandemia está siendo utilizada como caldo de cultivo idóneo para este nuevo experimento social que puede acabar con nosotros o mejor dicho puede acabar en una normalidad que nos aleje de nuestros estándares mentales de deseos. Seguiremos la semana que viene

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