Libros en una biblioteca pública.
Libros en una biblioteca pública.

Las mudanzas son espeluznantes. Trastos por todos los sitios, cajas, ropas y un sinfín de cosas que no se sabía de su existencia hasta que tienes que hacer mudanza. No hay algo peor que un cambio de casa. No hay nada peor que obligarse a deshacerse de todo aquello que con mentalidad de Diógenes has ido guardando durante décadas. En algunos casos miras, el objeto o el papel a evaluar, con detenimiento durante no más de cinco segundos, hasta que con todo convencimiento dices: “lo guardo por si acaso”. Hay veces que se tratan de motivos sentimentales: cuadernos de matemáticas de cuando estudiabas la EGB, un dibujo absurdo de cuando tu hija no sabía dibujar o, pongamos por caso, una fotografía que demuestra que hace mucho, mucho tiempo, tú también tenías un aspecto joven (lo eras) y peinabas pelos de más de diez centímetros. Es posible que el acopio tenga que ver con supuestos motivos prácticos o de prudencia “por si acaso”: guardar las nóminas de cuando las nóminas eran en papel, los apuntes de geografía de España de segundo de BUP, o el justificante de haber pagado el impuesto de circulación de hace veinticinco años. Todo muy útil.

No hay cosa peor que una mudanza. Embalas todos tus libros, uno a uno, y piensas en que todo ese patrimonio, bien sumado, es la totalidad de tu patrimonio. Un gran puñado de excelentes libros con los que eres capaz de sostener una pequeña conversación, como si fueran a tener vida propia y se dieran cuenta de la melancolía, del desarraigo y de la incierta aventura que se vivirá cuando se trata de hacer tuya una nueva vivienda. Hablas con Lorca, con Carver, con Marsé (qepd), con Santa Teresa y hasta con Cristina Morales, que son muy internacionales y seguramente están acostumbrados a estos cambios disruptivos. Por eso también se puede echar una conversación con gente más cercana que, singularmente, pueden sufrir como tú y entenderte mejor ―ellos en su calidad de autores de libros― como los Montiel, el Rafael Marín, Maeso, Olmo, García Gil, Blanca Flores, Formanti, Pepe Plocia, Mendoza, Alicia Domínguez, Rasero…gente de bien que me comprenden y saben de mis incertidumbres. Sabrán de mi boca que tocará acostumbrarse a otras estanterías, a otras luces, habitaciones distintas y en definitiva adaptarse ¡qué remedio! a lo nuevo, a lo desconocido.

En Cádiz no hay campo, que hay playa. En Cádiz, tres mil años construyendo casas, siempre insuficientes para todos los que gaditanos han sido, desde los Gadiritas ―como cantaba Tovar― hasta la actualidad, muchos gaditanos y gaditanas haciendo tirabuzones con los precios que exigen los fanfarrones. En Cádiz hay que mamar, dicen los finos estilistas gaditanos: seguro que no es gratis. Lo que no se puede es vivir ―entiéndaseme, cuando digo que no se puede vivir, hago referencia a lo difícil que los propios lo tenemos para echar raíces, es decir tener vivienda y trabajo, las dos magnitudes juntas― y desde luego para los propios, cada vez es más complicado tener el privilegio de tener una covacha donde cobijarse.

Todos hemos leído estos días un absurdo debate sobre si en Cádiz hay demasiados pisos turísticos o por el contrario debería haber más. También se ha discutido sobre si alquilar en Cádiz es razonable desde el punto de vista de sus precios y del estado del parque de vivienda. Y digo que son debates absurdos, que solo se mantienen como se mantiene el debate sobre si la tierra es plana o no, porque es evidente como la vida misma, que en los últimos años han proliferado de manera exponencial el número de pisos dedicados al turismo, de manera confesada o de extranjis, como también han subido, de manera poco razonada y razonable, el número de pisos sola para estudiantes, a los cuales se les puede hacer pagar en grupo un precio desorbitado, aunque me malicio yo que no hay en Cádiz estudiantes foráneos suficientes para tanta oferta. Por otra parte los precios (ay, los precios), con solo decir que el que pueda ser propietario de un par de pisos en la ciudad, sea de la calidad que sea, tiene asegurado el presente y seguramente el futuro. Ríase de Manhattan o de la mismita Madrid.

Total, que hacer mudanza es lo peor que te puede pasar, y recomiendo, encarecidamente, de amigo a amigo, que quien pueda ahorrársela, gana años de vida, aunque como ya digo, si somos veteranos y con experiencia en eso de trasladar nuestras miserias de piso en piso, también podemos encontrar esos ratitos placenteros conversando con esos libros nuestros, lo cuales, como tú, también se sienten desbordados por la ingrata actividad que hay que desplegar para que dentro de unos años ―una mudanza no se acaba nunca― te adaptes a tu nueva residencia. Pero, ojo, no te confíes, que seguramente ese será el momento en el que tendrás que volver a empaquetar todas esas tonterías que guardas para comenzar una nueva mudanza, y no hay cosa peor que eso.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído