Son tiempos de resistencia y resiliencia para gestionar las expectativas.
Son tiempos de resistencia y resiliencia para gestionar las expectativas.

Como el que no se consuela es que no quiere, ya estuvo Campoamor para señalar que "en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira". Y como no puede ser de otra manera, dadas las circunstancias, en la vida nos ponen unas gafas que nos filtran la realidad, unas categorías, condiciones a priori de cualquier experiencia según Kant, que pueden ser, como dijo el filósofo, el espacio y el tiempo, pero que nosotros, metidos en la harina de lo cotidiano, decimos, para que nos entendamos, que para gustos los colores, y para interpretación la de cada uno con el cristal que tiene voluntaria o involuntariamente. Toda explicación a un hecho lo podemos basar bien por la experiencia, bien por las emociones o, lo que es más habitual, por nuestros intereses. No ha pasado ni una semana desde que se conocieran los resultados de las elecciones generales y ya se han hecho de manera absolutamente categórica un sinfín de interpretaciones, y todas al abrigo del cristal con que se ha mirado. No obstante, como todos tenemos razón en nuestras exposiciones −la verdad de cada uno es La Verdad−, no es necesario que exponga, a toro pasado, mis intuiciones sobre que ha ocurrido, pero sí que me gustaría, dentro de lo que uno es capaz de intuir, el estado de ánimo de las personas según como siente que le ha ido la cosa electoral.

Desde mi punto de vista todo es cuestión de expectativas y su gestión. Cada uno de nosotros, en nuestro periplo vital, nos vamos conduciendo, casi imprudentemente, en torno a las expectativas que nosotros mismos nos damos o las que nos da el entorno que consideramos más fiable. La vida, cómo no, es un coser y descoser expectativas, es subir y volver a subir, cual Sísifo, empinadas cuestas con nuestra mochila detrás, una mochila de expectativas truncadas, de decepciones, de victorias pírricas, de derrotas sonadas, de insatisfacción, de envidias y celos. Por tanto, cuanto mejor gestionemos esas expectativas mejoraremos en nuestra tolerancia a la frustración. Si desde niño nos dicen lo listo, inteligente, simpático y guapo que somos, y además nos establecen como seguras las metas a alcanzar, seguramente lleguemos a tener problemas con nosotros mismos, con nuestro autoconcepto y con una baja autoestima. Resistencia y Resiliencia, dos palabros muy utilizados, pero tan difíciles que concretar en nuestras conductas. En román paladino hablamos de aguantar el tirón, de capear las tempestades y ser capaz de buscar nuevos horizontes que le den valor añadido a la vida.

Volviendo a las elecciones resulta evidente que la depresión postparto de los populares y, en general, de todos sus votantes convencidos, es producto de las expectativas no cubiertas; todo lo contrario a los socialistas que, partiendo de un horizonte nada halagüeño, se ven ahora con unos resultados por encima, precisamente, de sus propias expectativas. No es tan difícil, siempre ha sido así y siempre lo será. ¿Pero cuál es la realidad? ¿Quién tiene más razones para estar más contento? Pues insisto, estar contento es un estado de ánimo, y si hay unos que están contentos y otros que están disgustados, no busquen más que no hay: la realidad es esa, a partir de ahí, como dicen los hinchas del Cádiz Club de Fútbol “Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual”.

Que nadie se corte las venas, en la vida casi siempre hay segundas oportunidades y no me vale eso de “segundas partes nunca fueron buenas”, eso lo diría una persona con baja autoestima. Como los toreros, podemos seguir pidiendo una oportunidad para lo que sea, la vida, ya se sabe, es resistencia y resiliencia, también es saber esperar, que no es otra cosa que “derrota tras derrota hasta la victoria final” o el más pesimista pero intenso de “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Yo, por si acaso, no desespero mi paciencia es proverbial y sigo esperando, que es gratis y no engorda.

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