Hace ya bastantes años que eso que se solía decir de que los veranos eran tiempos de sequía periodística, pasó a mejor vida. ¡Qué tiempos aquellos en los que en estos meses las noticias más interesantes se llamaban “serpientes de verano” y consistían, básicamente, en el posado de Ana Obregón, los fichajes de los equipos de fútbol, el anticiclón de las Azores y, en muchas ocasiones, alguna noticia sobre Gibraltar (¡vaya usted a saber por qué!). Desconozco si la señora Obregón sigue haciendo el posado en bikini en la orilla de alguna playa y, si sigue haciéndolo, ya le digo yo que tiene poca cobertura informativa.
Lo de los fichajes apenas tiene mayor interés que la que le despierta a los muy cafeteros; el anticiclón de las Azores ya ni los hombres ni mujeres del tiempo hablan de él y sobre Gibraltar, este año, en verano, nada de nada. Pero, no se equivoquen, todos sabemos que si esas noticias no aparecen es, precisamente, porque la ausencia de noticias ha dejado de ser noticia en época estival. No hay parón. Y, lo peor de todo, es que suelen ser noticias estresantes, negativas, nada de superficialidad, nada de un policía salvó un gato que estaba en un árbol, nada de eso, ahora todo es de interés magno –¿se han fijado que últimamente todo es magno: las procesiones magnas, los besamanos magnos, las magnas estupideces de algunos políticos?–.
No voy a hacer una enumeración de noticias frescas de estos meses, no hace falta, todos las conocemos de carrerilla y es tal el cúmulo de información que casi a diario tenemos un pico de interés, un “clickbait” irresistible, algo que tapa lo de hace media hora y así sucesivamente. Pero sí que uno tiene su corazoncito –ya hablé en el anterior artículo sobre la consideración de Feijóo sobre las vacaciones y su sobrevaloración. Eso sí, sus coleguitas: Moreno, Ayuso, Mazón, Mañueco...estos se las cogen que no veas, ya se puede caer el mundo que ellos con su cubata y su cigala en ristre entienden el mensaje de su jefe en que las vacaciones están sobrevaloradas para los que no pueden cogerlas, que ellos las necesitan. ¡Qué tropa!–, y este corazón no puede dejar de mentar, aunque sea de pasada lo conectado –hoy está todo conectado– de la Dana de Valencia, el incendio en la Mezquita de Córdoba, las cacerías racistas en Torre Pacheco, la decisiones en el municipio de Jumilla, los devastadores incendios en nuestros montes y pueblos... La conexión está en el cómo se afrontan estas situaciones. Hay como un modus operandi de manual que hace que casi sepamos que van a hacer y decir los responsables de la resolución de esas cuestiones, los que han creado los problemas y cómo van a reaccionar determinados colectivos ciudadanos.
Me dolió mucho, ustedes comprenderán, que cuando salió ardiendo la Mezquita de Córdoba, más allá de cuestionarme el origen de ese fuego, más allá del debate –legítimo– de quién va a pagar el arreglo, me dolió, digo, el que los mismos que lanzaron a través de sus canales del odio, las invectivas contra los musulmanes en Torre Pacheco, los que, por encima del sentido común y democrático, en Jumilla han hecho lo que hace ya noventa años se hacía en el Tercer Reich: señalar, estigmatizar y prohibir; los mismos que según se han ido produciendo la ola de incendios de estos días y teniendo las competencias, que así lo dice la ley, de prevención y extinción de esos fuegos, en sus vacaciones, se encogen de hombros y señalan al de arriba.
El que haya ofendiditos porque un ministro haga tuits poniendo en solfa las ausencias de los responsables y que eso sea “algo inadmisible”, mientras esos mismos ofendiditos aplauden y jalean los insultos de “me gusta la fruta” “que te vote Txapote” “terrorista”. Me dolió y me duele que, como digo, que esos mismos, según salía ardiendo la Mezquita de Córdoba, se lanzaban a las redes alegrándose del siniestro y deseando que se calcinara todo el monumento. Y me duele porque ellos no lo sabrán, pero cuando dicen y desean eso, cuando hacen cacerías de inmigrantes, cuando prohíben que se pueda celebrar en Jumilla la fiesta del Cordero, están ni más ni menos que dándole la espalda a nuestras tradiciones, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra identidad. Somos eso quieran o no quieran, mejor dicho, somos también eso.
La Mezquita, que fue construida por los Musulmanes, es la imagen más importante de la época de mayor esplendor de nuestra historia, la historia de lo que hoy conocemos como Andalucía y que fue Al-Ándalus. Fue cuando el Califato lo ostentaba Abderramán III, el mayor y más importante Rey que ha tenido esta tierra. Un Califa que nació en Córdoba y cuyos antepasados también por varias generaciones nacieron en esa maravillosa ciudad o, en todo caso, en el territorio de lo que hoy conocemos como España. El esplendor del Califato es proporcionalmente tan importante como importante es la ignorancia de esos brutos que obvian la historia de España porque para ellos, la historia es la que ellos quieren que sea, lo demás no existe.
Por eso digo que todo está conectado y, parece ser, que todo proviene de lo que el gran Einstein dijo: “Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro de lo primero”. Hay demasiadas noticias, los medios de comunicación están de enhorabuena porque no hay ni hueco para publicar tanta cosa, aunque en ocasiones, leyendo o escuchando lo que uno escucha o lee, nos damos cuenta de que Einstein se quedó corto. No hay sequía de noticias, hay sequía de sentido común y, desgraciadamente, muchos medios de comunicación son partícipes del dislate que vivimos, que son capaces de ignorar la gravedad de los incendios forestales, pero que se rasgan las vestiduras por comentarios de un ministro. ¡Hipócritas y estúpidos!



