Esto no es lo que parece

"Cuando jugábamos al parchís y mis hijas perdían, le daban un golpe al tablero, tiraban las fichas y me acusaban. En eso están Casado, el lanzador de aceitunas y toda la pandilla"

Casado y García Egea saludando en una imagen de archivo.
Casado y García Egea saludando en una imagen de archivo.

El arte del disimulo, el poner cara de póquer para no desvelar tu estado emocional, tu opinión o tus sentimientos, es algo que hemos practicado todos en algún momento de nuestra vida, incluso podemos darles algunos consejos o pautas posturales, gestuales y verbales para hacerlo de manera muy eficaz. Todos a tragar el anzuelo. La sofisticación en el poner cara de no haber roto un plato es directamente proporcional a la intensidad del hecho que se quiere evitar o negar. Maestros ha habido en la historia por sus dotes en el arte del despiste, en el arte de Cúchares pero con un capote kilométrico. Pero el disimulo, el engaño… toda esa colección de acciones para evitar que se conozca la realidad, disfrazarla, bien transformándola o negándola, es cuestión de cronómetro, como anunciaba Lincoln: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

La negación de la realidad a veces se torna grotesca por lo evidente, aun así, incluso cuando la realidad te pilla en medio de la escena, hay quien mira a la cámara y dice aquello de “esto no es lo que parece”  ―un amigo mío mientras en su propia casa y cama, y a escondidas de su mujer, estaba entregado a la pasión con su amante, aquella los pilló “in fraganti” y la respuesta de él, abrazado a la tercera en discordia, fue: “esto no es lo que parece”, negando la evidencia hasta el punto de que trata casi de alucinada a su mujer cuando le recuerda tan escabroso sucedido―. Es lo que Groucho, en Sopa de Ganso, ponía en su boca: “¿A quién va a creer usted a lo que yo le diga o a sus propios ojos?”

En esta España en la que vivimos el arte de la negación y del disimulo se ha convertido no en un arte, que es algo reservado para artistas, ahora es casi una asignatura obligatoria para cada ciudadano, un examen completo de hipocresía, mentira y un listado de a ver quien tiene la cara mas dura. Si podemos engañar en la declaración de la renta lo hacemos y lo contamos como una heroicidad, si se puede evitar pagar el IVA, se evita. Yo no me extraño que aparezcan casos de corrupción como los que cíclicamente aparecen en nuestro solar patrio, desde los casos muy multimillonario, pero muy casposos tipo “Torrente”, de empresarios, jueces, hasta lo que afectan directamente a dos instituciones en las que se basa el sistema español: La monarquía y los partidos políticos. Por una parte ya no se trata de ir a cazar elefantes y después decir “lo siento mucho ya no lo voy a hacer más” que eso me decían mis niñas cuando eran pequeñas y no servía de nada, ni para ellas ni para mi. Ahora entre “urdangarines”, “infantas”, “marichalares”, un emérito huido y la colección al completo de la Borbónica tradición, el personal no está para bromas, tienen a la institución monárquica más proclive al chiste y al traje de rayas con la foto de perfil que a otros fastos. En segundo lugar tenemos la corrupción política que ya se ha llevado por delante mucha de la credibilidad de los partidos políticos, pero también, por la manera poco ortodoxa de actuar, a la judicatura, contaminada y desprestigiada

¿Y cuál es hasta ahora la respuesta ante tantos desmanes? Pues eso “esto no es lo que parece” como cuando un niño se lo hace en lo alto y te mira fijamente sin mediar palabra, pero que si le preguntas si está hasta las trancas te lo niega con la cabeza. El “tancredismo" como máxima en el comportamiento.

Espero todavía la grandeza de que en un acto de lucidez se den cuenta de que esta vez no nos van a engañar a todos todo el tiempo y que reaccionen asumiendo lo que se ha hecho para poder acometer la tarea de regenerar la política de este país (aunque no solo la política) “también crece la rosa entre el estiércol” pero primero hay que asumir que es estiércol. Lo digo porque la ópera bufa del Congreso de Diputados en la, por fin, reforma del mercado laboral, colma las expectativas de la ridiculez. Y no lo digo por el tipo ese que se equivocó votando (el pobre había solicitado el voto telemático porque tenía una gastroenteritis, de lo cual deduzco que cuando se dispuso a votar le dio un apretón, cerró los ojos y se equivocó de botón. Tontos hay en “tos laos”. Casado, y demás hermanos mártires, en su línea trampista, habla de pucherazo (si la justicia fuera valiente, no podría permitir que por muy Casado que se llame el tipo, haga declaraciones como esa, una denuncia falsa de un delito inexistente). Lo que más me asombra es que a estas alturas aún se sigan comprando voluntades, y eso también merece una investigación importante. El tamayazo no ha salido gracias al error del diputado Casero, pero si lo intentan es porque hasta el momento siempre les ha salido bien.

La ciudadanía empieza a estar desesperada por el hedor de la desvergüenza. “Algo huele a podrido en Dinamarca” para Hamlet, y en España se podría decir que por desgracia lo podrido se ha instalado entre nosotros desde hace demasiado tiempo, mucho antes de que Shakespeare la tomara con el país nórdico, y sin embargo todavía hay que seguir escuchando el espectacular “esto no es lo que parece”. La deslegitimación de nuestra democracia, no es solo un instrumento para llegar al poder, es el fin en si mismo. Se han hartado de jugar ―para ellos esto es un juego― con reglas democráticas y como suelen decir, van sin complejos: o ganan ellos o no aceptan otra cosa.

Mis hijas, de pequeñas, cuando jugábamos al parchís y según avanzaba la partida, iban perdiendo, le daban un golpe al tablero, tiraban las fichas y encima me acusaban a mí de que algo estaría yo haciendo para impedir que ellas ganaran, algo ilícito claro. Pues en eso están, como mis niñas, Casado, el lanzador de aceituna y toda la pandilla. Dios los confunda.

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