Salma Paralluelo, en una imagen de la RFEF.
Salma Paralluelo, en una imagen de la RFEF.

Este artículo está escrito en sábado. Por consiguiente, cuando usted ha tenido la amabilidad de leerlo, es probable que la selección española de fútbol femenino se haya convertido en campeona del mundo en la final que se celebra en Australia, o a lo mejor no ha ganado.

En cualquier caso, es muy alentador todo lo que ha rodeado a ese equipo en estos días, sus formas, la manera de mostrarse al mundo y el buen rollo que transmiten, nada que ver con la afectación, la tontería y la poca transparencia de la misma selección, pero en masculino. Me he quedado con algunas imágenes bastante alentadoras como han sido el mostrase, sin ningún tipo de disimulo, algunas jugadoras con sus parejas, mujeres también, incluso con bonitas fotografías de besos y arrumacos a sus hijos.

También es bastante simbólico que una chiquilla de 19 años, negra, hija de madre guineana, esté siendo la goleadora imprescindible y estrella del mundial. Es notorio que, en la semifinal, el gol de la victoria lo consiguió una gitana, una mujer de Sevilla, joven y talentosa que saludaba a sus 'primos' con una enorme sonrisa dibujada en sus labios.

Edificante cómo se saludaban las contendientes una vez terminado el partido, felicitándose unas a otras con cordialidad, deportividad y diversidad. No puedo encontrar en estos días mejor ejemplo de lo que es la verdadera España, la de la tierra diversa, plural y sin complejos absurdos, que mira con optimismo su futuro.

España es así, por más que todavía, sí, todavía, haya gente, quizás demasiadas, que ve con preocupación cómo se va imponiendo en nuestro país lo mestizo, la pluralidad, la interculturalidad. Todavía, sí, todavía, hay gente que mira con asco el beso que le dio a su pareja una jugadora porque esa pareja también es una mujer; o el desdén con que se mira a la negra, o a la gitana, o la catalana que, por cierto, dicen que es la mejor del mundo, una tal Alexia. 

En estos días de resacas electorales, de negociaciones, pactos, desvaríos, sonrisas y lágrimas, lo que seguro que ha triunfado es la alegría de saber que este país es diverso y en su diversidad estriba su riqueza. Somos ricos porque somos diversos, múltiples, con nuestras contradicciones, nuestras servidumbres históricas, pero, al fin y al cabo, ¿quién no tiene mochilas con las que cargar?

Es realmente inspirador saber que la España de todos se va abriendo paso, que por fin vamos asimilando que tener cuatro idiomas es riqueza cultural, que tenemos la suerte de ser un país compuesto de varios países y que solo tenemos que buscar las fórmulas para que todos estemos cómodos en él.

España no se rompe porque en el Congreso y en el Senado se hable en cuatro lenguas, no, por eso no se rompe. España no se va a romper porque seamos capaces de perdonar dislates pasados, no, por eso no se va a romper. España, como dijo Bismarck, es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido.

Y normalmente la mejor manera de mantenernos unidos es reconocer que somos distintos. Lo que sí puede romper un país es la desigualdad, la intolerancia, la exclusión. Por eso es agradable ver como se va normalizando lo que ya la gente ha normalizado. Bien por las chicas del fútbol, que cunda el ejemplo.

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