Estudiantes de Medicina en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla.
Estudiantes de Medicina en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla.

Siempre se dice lo mismo: esta es la generación joven más preparada de la historia. Y seguramente, desde el punto de vista de formación académica, sea verdad. El número de egresados en nuestras universidades aumenta cada año. El imparable ascenso de las mujeres jóvenes en estudios que tradicionalmente eran realizado por hombre. El hecho histórico, a pesar de los pesares, de que tenemos una enseñanza obligatoria hasta los 16 años. El incremento, aunque éste menos acusado, de la valoración de muchas especialidades no universitarias. En definitiva, no creo que se pueda dudar de la capacidad, en cuanto a conocimientos, de nuestra juventud.

En mis años mozos, hace ya bastantes lamentablemente, me dediqué con absoluta pasión en la defensa de los jóvenes; lo hice desde organizaciones juveniles políticas y estudiantiles, y no solo aspiraba a ese reconocimiento de que estábamos ante esa generación punta de lanza de nuestro futuro, creía que no solo éramos el futuro, queríamos el presente, como si no lo estuviésemos protagonizando de hecho. ¡Qué tontería! Cada generación es la punta de lanza del futuro, decirlo es como un oximorón. Recuerdo como peleábamos por eliminar el servicio militar, la presencia de jóvenes en las listas electorales de los partidos y en la dirección de los mismos. Reivindicábamos la calidad de la enseñanza, el aumento de las becas, la democratización en la gestión de los centros docentes. Aspirábamos a que la igualdad de hombres y mujeres comenzara por los jóvenes, y por eso gritábamos a favor del aborto libre, de la emancipación de la mujer. Fueron años interesantes, “lo joven” era tenido en cuenta, éramos parte muy importante de la modernización del país, hablo de los años ochenta. Así, conseguimos ser protagonistas de ese tiempo de cambio, y cada conquista era la antesala de una nueva reivindicación, casi sectaria, de un grupo generacional que nos creíamos –y eso pasa con todas las generaciones- jóvenes para siempre.

Desde que se murió el dictador, España no ha dejado de mejorar en multitud de variables en cuanto al bienestar de los ciudadanos. Las expectativas de futuro siempre han sido positivas y realmente el balance, en términos de sociedad, tiene que ser forzosamente positivo. Yo he vivido mi juventud, y en general mi vida, mejor que la generación anterior a la mía, y por supuesto, mejor que la de mis padres. Esto es así y aunque podamos ponernos quisquillosos para buscar elementos que nos lo desmienta, si lo vemos desde una perspectiva global, es indiscutible.

Por eso, ahora que no soy joven, que pasé esa única hermosa enfermedad que curé con los años, ahora que si la vida fuera un viaje en coche tengo más que mirar por el retrovisor que por la luna delantera, ahora que mis objetivos tienen más que ver con huir del mundanal ruido. Ahora me molesta profundamente que se criminalice a la generación de jóvenes actuales, los cuales están viviendo en sus carnes toda una cadena de crisis que nosotros, los que ya peinamos canas o calvas, ni en pesadillas hemos tenido. Crisis económica brutal en el 2008 que abortó millones de ilusiones de vida para millones de buenos jóvenes bien preparados. Una crisis del sistema provocada no por los jóvenes sino, más bien, por los de mi generación y algunas más anteriores. Los dejamos inermes ante todo lo que sucedía, les dimos –los que no éramos ya jóvenes en esos momentos– soluciones que eran suicidios generacionales. Básicamente lo más que les dijimos fue aquella brutalidad que salió de la boca del hoy presidiario Rodrigo Rato: “Es el mercado, amigo”. Sálvese el que pueda, y muchos no pudieron salvarse. A la vez nosotros mismos, íbamos como Penélope, destejiendo el estado de bienestar que hasta hacía bien poco habíamos estado tejiendo. Les decíamos, sin decir, que la única solución era que abandonaran toda esperanza para el futuro, que por primera vez el futuro no les pertenecía.

…Y llegó la pandemia. Y otra vez más, a esos mismos jóvenes, se les responsabiliza, se les criminaliza de los contagios, y con esto no quiero decir que haya conductas muy reprochables –tontos hay en todos los sitios–, pero esa acusación resulta que la hacen los mismos que pienso –y no creo que pueda cambiar de opinión– son los auténticos responsables de este desaguisado. Por poner solo un ejemplo de estos últimos días: Alcaldes, militares, guardias civiles, concejalas, curas, consejeros…actuando como verdaderos golfos, saltándose las listas o protocolos para la vacunación. ¡Y encima se justifican con lamentables excusas y asquerosas lágrimas de cocodrilos.

La corrupción es eso también. Pero no estoy yo muy seguro que ese otro poder del Estado, ese que se pone tan digno con su independencia, tenga la valentía de actuar contra Consejeros, Alcaldes y, sobretodo, contra militares y guardia civiles cobardes y corruptos…y todos ellos bien metiditos en años. Que enorme vergüenza.

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