El desprestigio del prestigio

La inmensa mayoría silenciosa, esa aplastante superioridad intelectual callada e ignorada, lo es precisamente por la minoría gritona, faltona y que busca en lo superficial su triunfo

Santiago Abascal en un acto reciente de Vox.
Santiago Abascal en un acto reciente de Vox.

Hace unos días una amiga, a la que le tenía perdida la vista desde hace muchos años, me sorprendió, a través de las redes sociales, enviándome una página de un periódico de su ciudad datado aproximadamente treinta años atrás. Me enviaba una entrevista que me publicaban en dicho medio −yo muy joven pero bastante reconocible− en la que destacaban en el titular lo siguiente: “La juventud de los noventa es la mejor preparada de la historia de España”. Todo un clásico. No inventé la pólvora, ni dije nada que no se hubiera dicho generación tras generación. Me hizo ilusión que me enviase ese recorte de presa y, por supuesto, recuperar un contacto con una persona con la que compartí buenos momentos. Pero efectivamente era la mejor, hasta ese momento, como la de los ochenta fue la mejor. Es algo que en democracia ha sido marca de la casa: cada generación ha mejorado a la anterior. 

Los jóvenes de hoy también son la generación mejor formada de la historia, no me cabe duda. Las oportunidades no solamente formativas, también de movilidad, de comunicación, de tecnologías avanzadas y de cualquier parámetro que tratemos, nos dice que, efectivamente, estos chicos y chicas que nacieron a finales del siglo XX y en los primeros años del XXI, van sobrados de capacitación. Por eso me preocupa que siendo así, siendo una realidad que tenemos al mal llamado recurso humano pletórico para un país desarrollado y con un nivel nunca antes obtenido, el que también sea notorio el que se ha instalado en la sociedad un cierto comportamiento negativo ante la excelencia, una especie de glorificación de la minoría estulta, simplonata y cutre. Es ese personal que utiliza las redes sociales para pontificar con mensajes agresivos contra el sentido común, esos mensajes donde se vanaglorian del analfabetismo, donde se expone que la cultura está sobrevalorada, donde si hay que destacar mejor que sea por la ordinariez como máximo común denominador y en el que “la universidad de la calle” es laureada como el valor más auténtico de sus “distinguidos” titulados.

La inmensa mayoría silenciosa, esa aplastante superioridad intelectual callada e ignorada, lo es precisamente por la minoría gritona, faltona y que busca en lo superficial su triunfo. Hoy los intelectuales son unos pesados, unos coñazos “que no saben de la vida” te dicen algunos chavales con una gorra con la visera en le lado mientras escuchas reguetón y votan a VOX porque “España es muy grande” (estas cosas que pongo entrecomilladas son reales). En definitiva, el prestigio está desprestigiado. Da igual lo que hagas si algún congénere, en su muro de Instagram o Facebook, replica cualquier chorrada que ha leído o escuchado −más bien escuchado porque leer, leen poco−. Mientras en España ha aumentado, y eso es una buena noticia, el número de lectores y las ventas de libro van en consonancia con ello, la minoría iletrada presume de su incultura porque eso “es más auténtico”.

Efectivamente, tenemos la generación de jóvenes mejor formada de la historia, pero también estamos en el punto de la historia donde los imbéciles tienen mayor protagonismo. Los descendientes políticos y culturales de Millán Astray lo siguen gritando: Muera la inteligencia. Y así todo.

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