Imagen de archivo de un grupo de amigos. Conocer a alguien.
Imagen de archivo de un grupo de amigos. Conocer a alguien.

Somos lo que fuimos y, al modo de Rilke, la infancia es la verdadera patria del ser humano. La memoria, tan útil y tan objeto de debate: en lo científico, en lo filosófico y hasta en lo político, es nuestro verdadero ser. Somos lo que fuimos, y en esa ontología, fuimos una sucesión de aconteceres en los que necesariamente aparecen los dos grandes acompañantes de la vida: la familia y los amigos. La familia, que no lo es por elección propia –de hecho Jess C. Scott ya pontificaba alertándonos de que los amigos son la familia que eliges― y, efectivamente, las amistades. Es posible que hoy por hoy, dadas las circunstancias, tendríamos que añadir dentro de los factores humanos que nos moldean más activamente nuestro deambular por la vida, un estrepitoso factor, precisamente no humanos, en general las nuevas tecnologías y, sobre todo, internet y el uso y abuso de las redes sociales, sean estas del tipo que sean.

Somos lo que fuimos y fuimos amigos, y antes de que se pusiera de moda esto de la conversación en redes, antes de que esa conversación estuviera tamizada por mensajes directos, muros, perfiles, timelines, messengers, likes y toda la parafernalia que conlleva esa eterna y multimillonaria conversación planetaria, Oscar Wilde ponía los pies en el suelo y glorificaba una nueva opción, quizás la más atrevida que pudiera darnos sobre la amistad: “en última instancia, el vínculo de toda la amistad es la conversación”.

¿Cuántos amigos tenemos a lo largo de la vida? ¿Cuántos amigos dejaron de serlo un buen día? ¿Por qué somos amigos? ¿Por qué no existe la vida sin el goce de la amistad?

Hablar bien de tus amigos no es un cumplido, ni siquiera es una concesión, hablar orgullosamente de tus amigos es hablar bien de tu vida, de ti mismo. Somos lo que fuimos, y nuestros amigos y amigas han ido, todos en conjunción, tallándote, sacando del mármol, de la piedra bruta y tras un pulido inteligente desde lo emocional, una escultura, la tuya, que no es otra que la suma de esas personas que nos acercan a los mejores momentos de nuestro acontecer. Como si de un programa de resúmenes de partidos de fútbol, nuestra película, la de verdad, porque la vida es una película, es una colección de los mejores trozos de film, de los más esperados trailers, las jugadas más interesantes, el resumen más glorioso y, en todos, absolutamente en todos, tienen que estar tu amigos. Un viaje, siempre iniciático, como es la vida, no se puede emprender sin la compañía asegurada de unos cuantos de personajes, todos tan distintos, que te llevan en volandas en la aventura desenfrenada que nos proponen cada día; algo así como los “cuatro amigos” de David Trueba, con su ternura, con su golferío, con su amor. Una permanente epifanía, que sin ellos, no es posible.

Recuerdo en la película Her, un siempre magnífico Joaquin Phoenix establece una relación sentimental con una asistenta virtual, a modo de Alexa o Siri. Una fábula completa sobre la soledad, sobre la deshumanización, sobre, incluso, los peligros del abuso de las tecnologías, pero sobre todo un alegato en favor de la amistad, sobre su ausencia o sobre su presencia. No existe esperanza alguna para un mundo sin el aliento de la amistad. With a little help from my friends; “con una pequeña ayuda de mis amigos. Préstame tus oídos y te cantaré una canción. Lo haré con una pequeña ayuda de mis amigos. Llego alto con una pequeña ayuda de mis amigos”. Como siempre los Beatles fueron capaces de poner en sus bocas lo que necesitamos decir con las nuestras. Con una pequeña ayuda de mis amigos, el mundo es siempre mucho mejor. Nada mejor que saber que tú eres lo que tus amigos han hecho de ti. Somos lo que fuimos y seremos amigos.

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