Comunistas

Nunca he sido comunista pero verán, hay momentos en la vida en los que, efectivamente, hay que tomar opción

Imagen del sello dedicado a los 100 años del PCE.
Imagen del sello dedicado a los 100 años del PCE.

Nunca he sido comunista. No. Diría que soy un moderado radical, y no es ningún eufemismo, que traducido resulta que soy un conjunto de valores morales y éticos, políticos y culturales que me llevan a definirme como una persona progresista. Dicho esto ‫–que sonará muy mal a los que no les gusta esa etiqueta por poco arriesgada– habría que completar mi posicionamiento como la de una persona en la que arraigaron los discursos socialdemócratas fundamentalmente porque tienen mucho que ver con mi forma de ser, de ver el mundo.

Nunca he sido comunista pero verán, hay momentos en la vida en los que, efectivamente, hay que tomar opción, no vale escudarse con eso de “no son lo míos, qué más da” —recuerden el poema de Niemöller—, porque llegará un momento en que la etiqueta te acogerá, y ya se sabe que hoy todo tiene su etiqueta.

El mundo ha cambiado, y lo he hecho tanto que es difícil encontrar una etapa histórica donde lo haya hecho a la velocidad que ahora; son cambios tan estructurales que nos cuesta mucho trabajo asumirlos. Intentaré resumir los que tienen más que ver con el comportamiento social humano: la comunicación, la irrupción de Internet como epítome de toda la revolución tecnológica que ha alumbrado el final del siglo XX y lo que llevamos de este.

Las redes sociales, la movilidad, los transportes y por último la irresponsable sensación de superhombre, de inmortalidad, en la que nos hemos investido. Hoy todo eso, y mucho más, trae consecuencias y, aunque somos de esa generación que ha hecho ley de la máxima supuestamente Shakesperiana de “todo lo que pasa conviene”, lo más acertado es tener ojo avizor por que no solo no conviene si no que es contraproducente.

No se trata de hacer un alegato sobre la distopía, ni siquiera voy a regodearme en Orwell —qué divertido Feijoo metiendo la pata con la novela 1984, es lo que tienen que te hagan los discursos y asumirlos acríticamente—, pero sí me gustaría, una vez más, alarmarme sobre un fenómeno que es de dimensión mundial y al que creo que hay que batallar: el discurso sobre cierta obsolescencia programada de la democracia tal y como la conocemos y disfrutamos, lo cual nos llega a través de la propaganda digámosle, para utilizar un apelativo bien conocido, neofascistas. 

La democracia da posibilidades de negarla, no en vano vivimos en sociedades en las que una determinada élite no la asume, la utiliza para una vez conseguido su favor, eliminarla. Esto es así, y ocurre de manera más o menos sutil en muchos países. La negación de la legitimidad del otro, el recurso a la paradoja, la etiqueta...son claves de bóveda de ese edifico ideológico que trata de preservar —lean el libro póstumo de Almudena Grandes Todo va a mejorar— conceptos muy viejos pero que cobrar, según parece, un nuevo enfoque, una nueva dimensión.

Gente como Trump, Bolsonaro, Meloni, Salvini, Le Pen y aquí en España Abascal, Olona, han conseguido popularizar lo infantil, lo sencillo, han llevado lo que eran los cómics, las películas de serie B y la imbecilidad a primera plana, eso que llamamos neofascismo y que ya no viene con golpes de estado de militares atrabiliarios, ahora se han sofisticado y los hacen casi sin que nos demos cuenta. Como queda dicho ir metiendo en la cabeza de las personas la idea de que todo lo que hemos asumido hasta el momento era equivocado y además malvado. Es la cuadratura del círculo, nos previenen de lo que están haciendo pero convenciéndonos de que es lo mejor para todos.

El poder justifica todo. El fin justifica los medios. Da igual que lo que se diga sea un estrambote como el de la negación del cambio climático provocado por la acción destructiva de la humanidad, o que los médicos, enfermeras, sindicalistas, periodistas, militantes de izquierda o simplemente todo aquel o aquella que no esté dispuesto a aceptar esos absurdos mantras con los que tratan de embaucar a toda la población, ahora sean enemigos. El fin es el poder, pero no el poder para poder mejorar la vida de la gente.

Y para ello todo aquél que no esté dispuesto a aceptar esa locura distópica es un comunista. Ese es el insulto. Si hay una huelga, sus participantes son comunistas, si hay una información veraz, es comunismo, si se es ecologista, comunismo. Todo lo que no sea lo que ellos tienen diseñado se ha convertido en comunismo. Todos somos comunistas. Y existe un problema añadido en este país: el Partido Popular ha entrado en ese discurso. Se han convertido en negacionistas del cambio climático, atacan, ya sin complejos, a la sanidad pública, a la enseñanza pública y a todo lo que ellos no utilizan.

Por eso en Madrid se regalan parcelas por la Comunidad de Madrid para hacer colegios privados, por eso cierran o desabastecen las urgencias en los centros de salud, por eso cualquier propuesta relacionada con el cambio climático es directamente rechazada y vejada, por eso cualquier política que propicie la igualdad, contra la pobreza, contra la discriminación es atacada, se insulta a todo un gobierno haciéndole creer a la gente que quieren meter en la cárcel a los miembros del PP y que quieren echar al Rey. Y todo esto dicho por una persona que ya es un peligro para nuestra democracia sin ningún tipo de reacción de cordura por los dirigentes de su partido. Y a todo se le pone la marca comunista.

Yo nunca he sido comunista, pero si ser comunista es hacer todo eso –que lo es– que están haciendo los comunistas, socialistas, progresistas en general y la gente corriente que lo único que quiere es vivir en libertad e igualdad, entonces sí, yo soy comunista. 

Por último, yo no compro sellos de correos, pero basta que saquen uno conmemorando el cien aniversario del PCE, y que haya una jueza que en virtud de una demanda de una secta llamada abogados cristianos que haya impedido que salga a la venta, para que en cuanto se pueda compraré unos pocos y enviaré alguna que otra carta con ese sello que representa, por ejemplo, la lucha por la democracia en España.

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