Una escena de 'Maixabel'.
Una escena de 'Maixabel'.

Es para mí una obviedad que para ver una película nada hay como ir al cine. Toda la parafernalia que supone y, sobre todo, lo que tiene de compartir, la ves con otras personas a las cuales desconoces y que han tenido el mismo impulso que tú. La televisión, siendo un buen invento (yo no soy de los que se ponen estupendos demonizando la televisión, como si ese fuera un aparato que, quieras o no, te va sometiendo a su dictadura de programación. No. La televisión, aunque tengas uno de esos magníficos que parece como si el telediario te lo estuviesen contando en el mismo sofá que ocupas, no se enciende sola, eres tú el que decides si quieres ver algo y, con la cantidad de posibilidades, decides que ver), no es esa sensación de ese sitio oscuro, si eres de los de palomitas, pues la palomitas, esa pantalla gigante, ese sonido cada vez mejorado. Una de las grandes cosas que ha traído el casi final de la pandemia es que se vuelven a producir películas y, por consiguiente, mejores posibilidades de ir al cine.

Hace tan solo unos días fui a ver, acompañado de una buena amiga, una excelente película, Maixabel, que cuenta, de manera magistral —no voy a hacer spoiler, aunque son hechos reales y bastante conocidos—, el proceso de la mujer de Juan María Jáuregui, asesinado por ETA, y sus asesinos, en lo que fue una serie de contactos promocionados, al principio por el Ministerio del Interior, entre víctima y, como dicen en la película, victimario. Iciar Bollaín ha conseguido un film redondo, alejado de sentimentalismos, una película contenida, con una pareja de actores, Blanca Portillo y Luis Tosar, que consiguen unas excelentes interpretaciones.

El caso es que yo conocí a Juan Mari Jáuregui en su etapa de Gobernador Civil de Guipúzcoa. En esos tiempos yo viajaba continuamente al País Vasco y tuve la fortuna de conocer a Juan Mari y a muchas personas admirables que, en esos tiempos de plomo, se jugaban la vida –en este caso, por ser socialista– a manos de una banda asesina. Fui afortunado en poder conocer, todo lo de cerca que pude, a mucha gente que trataba de hacer su vida normal mientras era su rutina el tener escolta, tener que mirar continuamente los bajos de sus automóviles, el tener mucho cuidado en sus salidas cambiando de rutas continuamente...y sin embargo, estaban llenos de esperanza y ganas de futuro.

Hoy, mayor fortuna aún, todo eso forma parte de la historia de España. Hoy afortunadamente hace diez años que ETA dejó de matar. No he querido en este artículo nada más que hacer mención a algo que probablemente necesitemos hacer más a menudo para que nuestra memoria y, especialmente, el conocimiento de los que no vivieron esos años, se refresque, y el cine es un buen vehículo.

La memoria, el derecho a la memoria, no tiene consignas, no tiene dobleces, no tiene esquirlas, el derecho a la memoria simplemente nos hace humanos. Hoy, que tenemos que escuchar, lamentablemente, como desde los partidos de derecha y extrema derecha vituperan contra ese derecho solo, y digo solo, por crear un ambiente polarizado, que creen que les beneficia, es momento para seguir insistiendo: En las escuelas que, por favor, enseñen lo que ha pasado en este país. Yo viví esos años de ETA, como tantos otros, pero no viví en propia carne la represión franquista. ¡Imagínense los chicos y chicas más jóvenes! En las casas que, por favor, se eduque en la paz, en la igualdad, son términos que cualquier demócrata los firmaría. En los libros que, por favor, no se permitan revisionismos basados en lecturas interesadas acientíficas y causantes de tanto dolor.

Vuelvo al cine. Más películas como Maixabel. Que nos cuenten nuestra historia, para que no haya gente analfabeta a conciencia, como Isabel Díaz Ayuso o Toni Cantó, dándonos lecciones de historia, de una historia de la que no saben nada, o peor, que lo que saben no les gusta y la cambian. Vean Maixabel. Hoy iré a ver Callejeras, pedazo de documental sobre el Carnaval más auténtico de Cádiz. Más cine por favor.

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