Una imagen del último comunicado de 'Anonymous'.
Una imagen del último comunicado de 'Anonymous'.

Separar el grano de la paja, lo real de lo inventado en la información y noticias que nos llegan a cada momento, es algo arduo y difícil. Si tuviéramos que hacer una historia sobre los medios de comunicación o directamente sobre cómo nos informábamos los humanos desde el principio de los tiempos ―libros y estudios sobre el particular hay muchos― hasta la actualidad, no estoy yo muy seguro de que una de sus conclusiones fuera que ahora nos informamos mejor y que eso tuviera que ver con la amalgama de medios que buscan su cuota de audiencia. Hablamos de medios tradicionales como periódicos de papel, radio, televisión, pero si echamos la vista atrás también podremos concluir que incluso en esos formatos los cambios son muy evidentes; ninguno de esos medios ha dejado de evolucionar en su presentación y tratamiento de la información o en términos generales de sus contenidos.

Tenemos por otra parte la revolución digital, la galaxia Internet ―como la llamaba en uno de sus libros el sociólogo y ahora ministro de Universidades Manuel Castells― y el desarrollo de las redes sociales de todo tipo, el universo Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram... Con estas incorporaciones derivadas de las transformaciones tecnológicas y cuyo resultante es una transformación social, surge también el llamado periodismo ciudadano ―también yo utilicé equivocadamente este término para santificar el fenómeno en un artículo que publiqué hace unos doce años―, como propuesta socializante de lo que es el periodismo y la información en general.

Era algo así como decirnos: venga chicos lo guay, lo transparente, lo democrático, lo ideal es que todos seamos periodistas y así todos podremos dar cuenta de lo que pasa y hacerlo es muy fácil. Incluso nos alertaban de la posibilidad de monetizar nuestra información. Un movimiento de abajo arriba, eso creíamos, que nos haría seres mejor informados y por lo tanto menos vulnerables. Han pasado muchos años desde que con mis mejores intenciones escribía sobre las bondades del amateurismo esencial de la transmisión de información y noticias. 2008, doce años. Una fecha para enmarcar en la historia: La crisis económica mundial con consecuencias que seguimos padeciendo hoy en día, consecuencias corregidas y aumentadas exponencialmente con el sumatorio a la crisis del Covid-19.

En 2008 también surgió el movimiento Anonymous, como vanguardia hacker que desde el anonimato y a través de la maestría de sus miembros en el manejo de la tecnología informática y de Internet, tratan de convertirse en activistas por la libertad de expresión, la independencia de Internet y contra cualquier tipo de censura o contra cualquier acción que vaya en demérito de sus postulados, a medio camino entre el anarquismo tecnológico/digital y activismo con la misión de poner el dedo acusador dirigido a personas, corporaciones o estados que tapen, oculten o simplemente ignoren sus corruptelas o prácticas contra los derechos colectivos.

No es una organización propiamente dicha, no hay líder, no hay sede, es una suma de voluntades que posiblemente los que no estamos tan al día del lenguaje y las formas del universo Internet, no podamos tener la capacidad de explicar con seguridad. El caso es que en estos días, Anonymous ha lanzado una ofensiva que se suma a los movimientos de protesta en Estados Unidos por el asesinato a manos de la policía de George Floyd. El estallido social contra el racismo de la policía y el hartazgo de la población negra y, en general, de las personas más vulnerables, han sido de una contundencia insólita en las últimas décadas y Anonymous ha lanzado su ataque el cual se suma al que viene protagonizando en estos días sobre el affaire Jeffrey Epstein, un multimillonario pedófilo que reclutaba menores para sus perversiones personales, las cuales compartía con otros millonarios y personajes conocidos de la política, de las finanzas, de la cultura…la cuestión es que Anonymous ha sacado una lista de presuntos colaboradores, participantes, llámenlos como quieran, de estas prácticas absolutamente aberrantes de ese tipo.

En la lista están desde el Príncipe Andrés, Donald Trump, Kevin Spacey, Bill Clinton y también algunos miembros de la familia Aznar. Es obvio que hacer acusaciones tan graves sobre personas sin unas pruebas que la mantengan es algo improcedente e inmoral, otra cuestión es que si que hay testimonios y algunas pruebas fácticas de que algunos de los personajes nombrados si que tuvieron participación, en alguna medida, en los turbios asuntos que se detallan, es clamoroso que. cuando menos, merecían que se realizase una investigación sobre los sucedidos.

Es curioso como esta noticia ha tenido poco espacio en la información que nos ofrecen los llamados medios tradicionales, y en los casos que si se ha dado, se ha hecho con cierta burla y descalificación al mensajero, en este caso Anonymous. Al final, es lo que tiene la sobreabundancia de imputs, la cantidad inmasticable de información que nos llega por diferentes líneas a cada instante. Todo tiene una vigencia casi de caducidad inmediata, por eso nuestros políticos en el Congreso de Diputados cada día se inventan nuevos insultos, cada vez más desvergonzados y graves con los que optar, aunque sea por ser maleducados y malhablados, a su cuota de pantalla, a su minutito de gloria.

El mundo mundial se ha convertido más que en una fuente de información en una fuente de bulos, noticias falsas y una especie de distopía realizada. Al final no somos capaces de verificar ni lo de Anonymus o tener capacidad para discernir sobre el fuero o el huevo de las cosas. Perdemos la confianza no en quienes nos gobiernan, sino en las instituciones en las que soportan su gobierno. Esto en España es notorio. Y mientras el tiempo va pasando entre el tú más o yo la tengo más larga, algunos, entre el totum revolutum y la jaula de grillos, van escondiéndose y escapándose del escrutinio público y legal, como muchos de los de la lista de Anonymous.

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