Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa en la que decretó el Estado de Alarma.
Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa en la que decretó el Estado de Alarma.

Hoy se cumple exactamente un año de la declaración del estado de alarma, confinamiento domiciliario y todas esas medidas que, un día como hoy en ese desgraciado 2020, comenzamos a cumplir entre perplejos y miedosos, ante una pandemia mundial jamás conocida por la mayoría de las generaciones vivas en este país o en cualquier otro del mundo. El Covid-19 penetró en nuestro día a día con la fuerza y el ímpetu de un apocalipsis que pareciera creado por un guionista de películas distópicas del peor pronóstico.

Hace un año ya. Hemos pasado todo un ciclo de calamidades en forma de muertes, dolor, sufrimiento, mucho sufrimiento que solo, imagino, que el tiempo y la distancia podrá ponernos en la tesitura de darnos cuenta claramente de todo lo pasado. Ha sido, y sigue siendo, vertiginoso, como si realmente estuviéramos en una montaña rusa, donde cada día, cada momento, fuera una experiencia vital que nos aportara un sentimiento radical.

Creo, efectivamente, que aún no somos conscientes de todo lo que nos está pasando, y realmente, hoy se puede volver a decir sin temor a equivocarse en el juicio, que tal y como muchos dijimos desde el principio, esta crisis, esta maldita crisis, no nos iba a cambiar a mejor. El buenismo, el creer que la transfiguración del ser humano después de estar tan al límite, nos ofrecería una serie de enseñanzas clamorosas que harían inviable volver a ignorar algunas cosas que son tan evidentes como que cada noche se oculta el sol.

Como sociedad hemos hecho promesas de portarnos mejor, como si fuéramos niños pequeños que después de cometer alguna travesura y recibir un castigo, rápidamente intentamos convencer al adulto de nuestros nuevos propósitos. Pero es que hemos hecho lo que hacen esos niños, como lo hacíamos cuando éramos niños, nos han durado los buenos deseos el tiempo que los mismos aconteceres nos permitían cometer nuevas “travesuras”.

No voy a  hacer un análisis de este año cogiendo cronográficamente hechos que verifiquen esta hipótesis de que, como especie y en nuestra capacidad de hacer estupideces, no tenemos remedio. Creo que pocos me podrían discutir, en cualquier ámbito de nuestras vidas, de que esto es así, sigue siendo así. Quizás donde más se nota que no solo no hemos corregido el rumbo si no que, a mayor abundamiento, hemos intensificado la capacidad de destrozarnos, de ser cínicos, mentirosos, egoístas, inhumanos, soberbios, insolidarios… es en la política.

Hablo de nuestro país. Desde el principio fue clarísimo que, independientemente de los posibles errores en la gestión del gobierno en relación con la pandemia, las fuerzas políticas de la derecha, cada vez más extrema, han querido, como los animales carroñeros, aprovechar esta situación de crisis para impulsar, a costa incluso de la propia credibilidad, de lo contradictorio de sus discursos, un proyecto político regresor que precisamente pretende lo contrario de lo que achaca.

Mientras los españolitos hemos ido cumpliendo, con todo sufrimiento, las medidas que se nos han indicado, hemos tenido que aguantar manifestaciones, caceroladas, conspiranóicos de derechas, acusaciones de asesinatos mientras se impedía por ejemplo en Madrid que se llevaran a hospitales a los ancianos de residencia. Se mintió, se miente y se seguirá mintiendo. Es inaudito como aquello que Trump conceptuó como realidades alternativas, se ha convertido en santo y seña del discurso de la derecha menos democrática ―que en este país cada vez son más― y, como ellos dicen, sin complejos.

Mienten, pero lo hacen sin complejos: “Di la burrada que sea, da igual que sea mentira, alguien lo creerá y esa será nuestra fortaleza” es el mantra que los consultores y comunicadores de ese espectro político mantienen con sus acólitos, fundamentalmente de Vox y del sector más conservador y loco del PP. Lo último es muy evidente: Después del tamayazo, compra de voluntades, y utilización de tránsfugas en Murcia, el PP plantea la situación situando la moción  de censura como un golpe de estado y la compra de diputados y la alianza con tránsfugas como un servicio al país. Inaudito, a eso se le llama realidad alternativa, puesto que como todos deberíamos saber, una moción de censura es un mecanismo constitucional y legítimo, siendo el transfuguismo algo deleznable tanto como lo es la corrupción que supone la compra de voluntades que se ha ejecutado.

No voy a insistir puesto que los últimos días han dado para mucho ―Ayuso y su increíble levedad del ser― solo quiero, una vez más, insistir que no, que la pandemia, el dolor, la cantidad de sufrimiento, de muertos, la crisis económica, el paro subsiguiente…nada de eso nos ha hecho cambiar, o eso es lo que parece pues dentro de algunos años, cuando todo esto aparezca en los libros de los estudiantes de bachillerato y sea tema para que caiga en la selectividad, a lo mejor nos daremos cuenta  que sí, que sí que cambiamos, pero a peor.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído