El Parque Nacional de Doñana.
El Parque Nacional de Doñana.

No tengo ni idea de si vivo ―vivimos― el peor tiempo que me haya tocado o me tocará vivir. Lo digo no en términos ontológico, sino de la mera realidad de las cosas que suceden cada día. Lo digo porque posiblemente, mi generación, la del baby boom, no seamos capaces de tener memoria de otros momentos de nuestras vidas tan complicados como en los que estamos ahora. Evidentemente esta afirmación, o clara intuición, hay que hacerla desde el punto de vista colectivo no individual. Supongo, por tanto, que sí, son momentos difíciles en los que resulta complicado aplicar, algo tan razonable en la historia de la humanidad, como es eso de que por muy mal que nos vaya, siempre podremos coger un tiempo pasado donde todo fue peor. Y ciertamente así ha sido, y posiblemente otras generaciones más veteranas nos aseveren, con razón esa máxima.

Es cierto que la situación de crisis, tal y como se ha presentado, nos está afectando no solo en nuestros modos de vida, que por supuesto, pero hay algo más, incluso más que la propia vida temerosa a la infección, los confinamientos, la ausencia de besos, abrazos... esta crisis nos está afectando psicológicamente en algo tan fundamental para alimentar nuestras ganas de seguir hacia adelante como son nuestras expectativas. Desgraciadamente muchas cosas venían fallando, y aunque siempre hemos podido pensar que nuestro futuro era irremediablemente apocalíptico, la realidad es que ya no hace falta ni Hollywood, ni ningún novelista pesimista para reconocer en estos momentos un hito histórico al que no estábamos preparados, al que no nos habían preparado para asumir por nuestra mente. Psicológicamente, por tanto, podemos estar teniendo un problema tan grande como la propia crisis. En muchas ocasiones no vemos, no somos capaces de vislumbrar esperanza, creemos que lo hemos perdido todo y que no hay futuro, o ese futuro no es el que esperábamos para nosotros, pero sobre todo para las generaciones más jóvenes.

Nuestro entorno de seguridades y certezas se desvanece, o así lo percibimos. Ya no estamos seguros de nuestra omnipotencia, de quienes somos y lo que queremos o podemos llegar a ser. Hemos dejado de tener, por consiguiente, Visión y Misión.

Es verdad que los retos que nos ponen por delante no son sencillos y que de su resolución está la clave de la vida de las generaciones futuras. A mi particularmente me preocupa especialmente la posible crisis ecológica que estamos incubando desde hace décadas, y de la que se viene hablando desde hace bastantes años, pero que me da la impresión que es considerada también como irremediable, y producto de ello, la inacción de los colectivos (gobiernos) y los individuos, hace que sea como una profecía autocumplida. Dicho todo esto, y porque realmente así lo pienso, también es cierto que la determinación del ser humano a lo largo de su historia le ha hecho sobreponerse de situaciones que incluso amenazaban con su extinción del planeta.

Pero, entonces, ¿cómo conseguir levantarnos de nuestra propia depresión psicológica y fatalista en la que estamos inmersos? La respuesta está en un concepto teórico, la inteligencia emocional, y en un concepto práctico: reinventarse. Decía Goleman en su archiconocido libro "Inteligencia Emocional" que el déficit de ella puede tener repercusiones en casi todos los aspectos de la vida de un ser humano, "el descuido de la inteligencia emocional puede arruinar muchas vidas".

En su pequeño pero estupendo libro Reinventarse. Tu segunda oportunidad el Dr. Alonso Puig nos ofrece esas claves necesarias para cuando casi todo está perdido, sacar lo mejor de uno mismo y volcarnos en resurgir como si fuéramos el Ave Fénix: "A veces nos aferramos a algo conocido, aunque no nos sirva y eso nos puede impedir adentrarnos en otros espacio de evolución y crecimiento".

El hombre nuevo, la alegoría tantas veces explicada en ámbitos como la religión y la filosofía es, desde mi punto de vista, ese renacer a la vida, a la vida en sociedad, aportando nuestra energía vital, nuestra capacidad de sentir empáticamente cuando los demás sienten, de ver con optimismo nuestro propio futuro, esas ganas de compartir tus emociones, tus ilusiones, esas ganas de reinventarte para seguir viviendo.

La alegría de vivir es saber que tú estás ahí, que yo estoy aquí y que juntos y unidos, somos inasequibles al desaliento. 

 

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