Ateneo Grand Splendid está situada en el número 1860 de la avenida Santa Fe, en el centro de Buenos Aires.
Ateneo Grand Splendid está situada en el número 1860 de la avenida Santa Fe, en el centro de Buenos Aires.

El jueves por la mañana llovía. La mañana estaba oscura y fría. Tomé un taxi, en lo que comparto, desde que la conozco, la necesidad de Julio Cortázar de tomar un taxi para conocer lo que pasa en la ciudad. Subí y pedí que me llevara a la ex ESMA. Durante el viaje, desde Congreso hasta el 8151 de Av. Del Libertador, íbamos escuchando Radio Rivadavia e hicieron un chiste sobre la forma de hablar de los brasileños.

Pregunté si se hacían muchos chistes de brasileños en Buenos Aires y respondió que no tantos: se hacen chistes de españoles, de judíos… Le pedí que me contará un chiste de gallegos, que es como llaman en Buenos Aires a los españoles, pero no se acordaba de ninguno; de brasileños, tampoco; de judíos sí, un chiste malo, lamentable, barato. Cuando llegamos a la puerta de acceso al predio de la ex ESMA, el tachero me dijo: “Esto fue una guerra y, gracias a dios, los militares la ganaron”. Y no, ese es un lugar para la memoria de los más de 30 mil desaparecidos durante la última dictadura.

Cortázar tenía razón al usar el delirio y la arrealidad para hablar de su ciudad, él que nació en Bélgica y murió en París, cuando ficcionaba o cuando conversaba.

Pasé la tarde en lo que había sido el patio de la antigua Central de Correos, que los jueves se transforma en una milonga popular bajo una gran bolsa de alambre colgada que es el Auditorio Nacional. Bailar, decía la profesora de tango, es dejar que el otre se exprese y escuchar, para seguir la conversación. Quizá los mejores conversadores de aquella milonga eran los más jóvenes, sobre todo porque hablaban con sus palabras; sin catálogo de posturas en papel plastificado. Elisa sin tacos, en jeans; Juan Pablo en camiseta y pantalón de chándal. De vez en cuando se retiraban a matear. Volvían enseguida y, en contra del reloj, se decían todo su amor, sin repetirse, con los pies y con las manos envueltos por la música de la orquesta.

Fuimos a un bodegón a cenar. Se hacía tarde y pasamos por la puerta de Diputados, de camino a la parada del colectivo. Era casi media noche, la puerta estaba abierta y había un trasiego que yo hubiera creído inusual. Incluso una diputada nacional que sale en la tele entraba en aquel momento. Al poco recibí un mensaje en el celular: ¿te has enterado? Pon la tele. Habían atentado contra la vicepresidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner. Lo que sigue se suma al inacabable catálogo de arrealidad de esta ciudad. El atacante apretó el gatillo y la bala no salió. Después se comprobaría que el cargador con las balas no había sido bien metido, no había bala en la recámara. Detenido el atacante, se le intervino un teléfono celular, del que varios medios dicen que toda su información habría sido borrada después de su detención. Las furias braman acusando a la víctima y a toda su gente de haber organizado un teatro, y bla bla bla.

El viernes había quedado como festivo nacional, declarado por el presidente de la República, para que el pueblo pudiera expresarse en las calles a favor de la paz y la democracia. Las calles del microcentro, vacías a primera hora, se fueron llenando por una muchedumbre. Impresionaba la cantidad enorme de personas jóvenes, sobre todo mujeres. Plaza de Mayo, y las esquinas colindantes, se llenaron también de parrillas humeantes asando chorizos. Llegó, bien temprano, un grupo de jóvenøs vestidos con su mono de trabajo. Un hombre se acercó a mí con la inquietante pregunta de si había venido solo, a lo que respondí que no y me retiré. Y efectivamente, no había ido solo. Mientras mis amigos estaban buscando un baño, me acerqué a un grupo de personas que resultaron ser nuestrøs anfitriones para un asado el próximo sábado: para mí tendrán verduras.

Mientras tanto, donde no hay un viajero que se acerque a la Virgen de Luján, en Retiro, a persignarse y darle las gracias por haber llegado a salvo de su viaje, hay un Gauchito Gil a quien alguien le pone una vela, y la siguiente cuando se le apaga. Tampoco faltan personas que intentan ganarse la vida vendiendo todo tipo de cosas en el subte, en colectivos o trenes, además de løs reciclerøs y nadie sabe cuántas micro emprendedoras, que intentan sacar adelante un negocio de comida vegana o fabrican cosas útiles con materias primas tomadas de la basura. Y mate, medio mundo va con su termo bajo el brazo por todas partes, el mate con su bombilla en la otra, la bolsa de yerba en alguna parte y el celular donde caiga.

Justo ayer empezó el ciclo de cine brasileño por el segundo centenario de la independencia de Brasil, y el cine Gaumont ofreció el preestreno, gratis, de una inmensa película: O livro dos prazeres. Imperdible.

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