Veinte duros

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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“Jerez, quo vadis?”, me he preguntado en numerosas tribunas libres que he escrito para este medio.

“Jerez, quo vadis?”, me he preguntado en numerosas tribunas libres que he escrito para este medio. “Jerez, quo vadis?”, me pregunto cuando camino por alguno de los pocos callejones que aún discurren entre bodegas donde el olor a jerez hace acto de presencia. Yo apenas te conocí y mira que no he parado de buscarte. Las generaciones que vienen, Jerez, te conocen aún menos. ¿Qué le espera a un pueblo que olvida su historia y se vuelca hacia el despropósito de la destrucción de la identidad, es decir, hacia una feroz globalización?

Los pequeños detalles también son identidad. Y Jerez goza —o gozaba— de una identidad —o identidades— única. Nuestros cascos bodegueros, nuestras empedradas calles, nuestras casas de vecinos —y palacios—, nuestras fachadas encaladas, nuestros singulares rincones, nuestro cante, nuestros bailes, nuestras fiestas, nuestra gente... o nuestra historia, la de los que la escriben y la de los olvidados. La de su legado andalusí, la de su legado romano y probablemente prerromano, la de nuestro pueblo gitano, la de los moriscos o la de los negros. La de su nobleza bajomedieval y moderna, la de su desarrollo industrial, la de los señoritos y la de la burguesía vinatera de origen británico, irlandés y francés. La del movimiento obrero, la de una de las cunas del anarquismo ibérico, la de unos socialistas, sindicalistas y revolucionarios sin parangón, la de la lucha de clases... esa que Jerez materializa, nunca mejor dicho, a la perfección.

La identidad. O las identidades. Eso que se nos escurre —o se nos escurrió— sin darnos cuenta. Eso que se esconde entre nosotros y que hoy la globalización está rematando vendiéndolo como objeto de consumo. “La marca Jerez vende”, dicen algunos politicuchos sabelotodo mientras se hacen la foto sosteniendo con sus manos cualquier folclórico souvenir... ¿Hasta dónde llega vuestro mercadillo? ¿Precio? ¿Veinte duros?

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