Vargas Llosa y el demonio de los celos

Un hombre educado en valores machistas no podía aceptar así como así que su compañera hubiera tenido una vida sentimental antes de llegar a sus brazos

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. RTVE
Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa. RTVE

Mario Vargas Llosa e Isabel Presyler han roto. Sin duda, su relación ha durado mucho más de lo que tantos pensaban. Desde su entorno del escritor se dice que eran incompatibles porque a él le interesa la cultura y a ella el espectáculo. ¿Habrán necesitado tanto tiempo para darse cuenta de lo que todos sabíamos?  La socialité, por su parte, ha dado otra explicación: los celos del premio Nobel. Este es un factor que suena muy verosímil, a la vista de los antecedentes que es fácil encontrar en la vida amorosa del peruano.  

Empecemos con su primera esposa, la mítica Julia Urquidi, protagonista de esa encantadora novela titulada La Tía Julia y el escribidor. En la vida real, la relación de la pareja se vio envenenada por los celos. Él intentaba convencerla de que no existían motivos para la desconfianza, pero lo cierto es que no era inocente. En sus memorias, muchos años, después, pasó por encima de las facetas oscuras de su vida en común, pero nos demuestra que Julia tenía razón al sospechar, al provocar una gran pelea cuando su marido regresó a casa “en estado poco aparente y con manchas de rouge en el pañuelo”. En otro momento de El Pez en el agua, Mario es aún más explícito, si cabe, al reconocer sus infidelidades: proclama su incapacidad para practicar el adulterio sin remordimientos, a diferencia de lo que hacían la mayoría de sus amigos. Emocionalmente inmaduro, creía enamorarse de otras mujeres, pero la ilusión no tardaba en desvanecerse.  

Los celos iban también en la dirección contraria: un hombre educado en valores machistas no podía aceptar así como así que su compañera hubiera tenido una vida sentimental antes de llegar a sus brazos. Con el paso del tiempo, asumirá el carácter ridículo de aquellos “celos retrospectivos”, pero, en ese momento, vivirá con angustia ese pasado y, obviamente, también hará que ella sufra.  

Todo se vendrá abajo cuando el novelista se enamore de su prima Patricia, por la que dejará a Julia. En este segundo matrimonio, las viejas pautas de comportamiento volverán a reproducirse hasta provocar el conocido incidente que pondrá fin a su amistad con Gabriel García Márquez. Ambos se encontraron, el 12 de febrero de 1976, a la salida de un cine en México D.F. Llevaban mucho tiempo sin verse. El autor de Cien años de Soledad quiso abrazar a su colega cuando, inesperadamente, Vargas Llosa le derribó de un puñetazo. “Vámonos, Patricia”, le dijo a su mujer, presente en la escena. 

¿Qué había sucedido? Mario estaba resentido porque Gabo se había presentado como si nada después de lo que le había hecho a su esposa, en Barcelona. No sabemos a ciencia cierta a que se refería, porque los implicados nunca han querido hablar sobre el tema, pero podemos aventurar una reconstrucción de los hechos aunque no estemos por completo seguros. Todo parece indicar que Patricia se desahogó con García Márquez a propósito de las infidelidades de Vargas Llosa. El colombiano, supuestamente, le habría aconsejado el divorcio o, tal vez, habría aprovechado la ocasión para intentar seducirla. Su amigo, al enterarse de lo sucedido por Patricia, habría montado en cólera. 

Es posible que todo empezara cuando Mario, en un viaje en barco desde Barcelona hasta El Callao, se dejó deslumbrar por una hermosa mujer aunque, en esos momentos, Patricia lo acompañaba. Su matrimonio pareció entonces deshacerse. Contra todo pronóstico, sin embargo, se produjo la reconciliación. Patricia le habría dicho que ella también poseía atractivo. ¿La prueba? Que amigos suyos, como Gabriel García Márquez, habían intentado cortejarla. ¿Decía la verdad o simplemente intentaba provocar celos? Mario, ciego de ira, se habría tomado las cosas por la tremenda. 

Para Mercedes Barcha, la esposa de Gabo, estaba claro que Vargas Llosa se comportaba como un “celoso estúpido”. El hecho es que, desde entonces, ambos novelistas no volverían a hablarse y hasta sus amigos se dividirían en bandos en apariencia irreconciliables. 

Mario dejó a Patricia por Isabel Presyler, aunque, poco antes, había dedicado a su segunda esposa unas sentidas palabras en su discurso del Nobel. Lloró incluso. Aunque su gesto pareció el colmo del romanticismo, hubo quien lo vio de otra manera y pensó que aquella intervención era horrorosa. Lejos de expresar amor, el novelista se habría limitado a agradecer los servicios prestados. A la luz de los acontecimientos posteriores, esta interpretación adquirió verosimilitud. 

¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Nadie lo sabe. En Los vientos, un relato corto que Mario publicó hace más de dos años, el protagonista expresa su arrepentimiento por haber dejado a su mujer. Sí, es cierto que se trata de una ficción y que este tipo de obras no debe interpretarse en términos autobiográficos sin mucha prudencia. Pero, como hombre inteligente que es, el autor debió prever que su público no iba a resistir esa tentación. ¿Aprovechó la literatura para decir cosas que de otro modo no podía decir? Solo él debe saberlo. A nosotros solo nos queda desear que aproveche sus circunstancias personales como materia prima para crear otra de sus asombrosas novelas.

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