Instalación de Chiharu Shiota.
Instalación de Chiharu Shiota.

La vulgaridad es contagiosa, siempre; la delicadeza jamás”.

(Cuadernos, Emil Cioran).

Todo hombre sabio se esforzará en situar la felicidad en la consecución de aquello que dependa principalmente de él mismo, y no hay otra forma de alcanzarla que cultivando la delicadeza en el sentimiento”.

(De la delicadeza en el gusto y la templanza en la pasión, David Hume).

La urdimbre de los vínculos humanos. La urdimbre es la trama, la red, de hilos que se utilizan en el telar. Aquí la utilizamos como metáfora aplicada a los vínculos humanos. Donde la persona individual, sus interacciones con los demás y con el sistema social en su conjunto, con la naturaleza, conforman una especie de red o trama, cuyos hilos se entrecruzan.

El primer hilo, el individuo concreto, tiene una obligación para con los demás y con la sociedad, pero el cuidado comienza con la atención a uno mismo. Dice Platón (El mito de Cronos, Político 274d 11-13) que los hombres “abandonados del cuidado de los dioses”, entiéndase politeísmo, están llamados “a cuidar de sí mismos”. No elegimos nacer, y cuando nacemos somos seres indefensos, vulnerables, dependientes. Sin el cuidado de nuestros padres no habríamos aprendido a vivir, a bajar de la cuna, a buscar nuestro alimento.

Y esta es la paradoja de nuestra existencia: somos finitos, inconsistentes, frágiles, contradictorios; y, al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad de construir, de poner en acto, nuestro “ser posible”; ¿por qué vamos a consentir que nuestro ser se empequeñezca, se contraiga?; somos deficientes, pero pensamos a largo plazo para construir nuestro caminar en el tiempo. ¡Sí, no cabe duda, es un trabajo agotador!

En la antigüedad, los socráticos ponían el fundamento de la existencia humana en el logos, en la razón. Y Descartes (1596-1650) propuso su famosa frase: “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo), como base del existir humano. Y en la actualidad, parece ser que la “técnica” es la que ha tomado el timón de los destinos de la humanidad. Sin embargo, lo fundamental en la existencia humana no es la razón, sino el amor; no es el logos, sino el eros; no es el cerebro, sino el corazón; como atinadamente lo expresa Feuerbach: “Solo existes si amas; el ser solamente es ser si es el ser del amor… El amor es la verdadera prueba ontológica de la existencia de un objeto fuera de nuestra mente; no hay otra demostración sino el amor”. (citado en “Feuerbach y Kant: dos actitudes antropológicas”, Cabada Castro). Ya no es el “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo) cartesiano, sino el “Sentio, ergo sum” (Siento, luego existo).

Para vivir, pues, hay que trenzar hilos de sentido, un entramado interior de principios que nos orienten en el camino de la vida, cultivar la reflexión para permanecer en la búsqueda de lo esencial. Los principios son racionales pero se sustentan, se forjan, en los sentimientos, que se nutren, a su vez, de la intuición que es un “ver previo” a lo racional. Y uno de los sentimientos básicos, porque somos frágiles e inconsistentes, es la ternura, la delicadeza. La ternura es vivida por el ser humano en un doble movimiento, hacia dentro y hacia afuera de sí mismo. Algo parecido a lo que ocurre con el doble movimiento del corazón, sístole y diástole, contracción y expansión, ambos necesarios para su buen funcionamiento.

Cada persona debiera estar plantada en su propia maceta de barro. Si uno es pequeño no es ajustado plantarse en un macetón. Con esto queremos decir que cada uno debe elegir su medio: sus amigos, su lugar de trabajo (si puede), su tiempo para las cosas. Para florecer con unas buenas raíces (personas íntimas sanas y enriquecedoras, lecturas), tallo fuerte y robusto (principios de vida flexibles pero muy firmes), hojas verdes (los buenos sentimientos que dan color a la vida) y flores (que nos den belleza y sentido). Pero una maceta aislada necesita que la rieguen; el jardín, el bosque, la lluvia, los otros. La convivencia y el diálogo con los otros es esencial para vivir, para explorar el arte de vivir.

Atención, cuidado, ternura, delicadeza para con los otros. Significa calidez, apertura de corazón, generosidad, escucha atenta, aceptación, tolerancia, gesto amable, fidelidad… Pre-ocuparnos, “anticiparnos a” las circunstancias adversas que se le puedan presentar al otro. La delicadeza no es blanda, sino fuerte, firme, audaz; es un acto de coraje. ¡Necesitamos delicadeza! Reivindicar “el derecho a la ternura” como un derecho humano privado y público, y, a la vez, como una obligación ética y política. Solo si potenciamos el sentido de la delicadeza, el ser humano será capaz de invertir el dominio de la ideología de mercado.

Hay dos caminos: apostar por vivir valores humanos o elegir el cálculo de intereses. La primera opción apuesta por ser sensibles a la vida de los demás, tanto en sus triunfos como en sus fracasos. Se caracteriza por la flexibilidad del pensamiento, por la intuición, que se sustenta en el sentido común y en los sentimientos. El cálculo de intereses se basa en el individualismo, la competencia, el utilitarismo; en “que te doy, para ver que te puedo sacar”; en utilizar a los demás como medio para mis fines; tiene una mirada lenta, dura e inflexible.

Por último, he seleccionado algunas reflexiones, algunas citas, muy pocas, de una joyita literaria del siglo XVIII: “De cómo tratar a las personas” de Adolph Knigge (1752-1796), publicado en la editorial “Arpa y Alfil S.L.”. Es un libro fantástico, precioso, fascinante, que hay que digerir lentamente. Contiene los mandamientos de una moral mundana y sabia al mismo tiempo; una “Ética mínima” que diría la filósofa Adela Cortina; una deontología básica para cualquier ser humano. No son simples recetas de comportamiento o reglas de urbanidad sino que reflexiona ampliamente sobre la complejidad de las conductas humanas.

Dada la amplitud del libro me ceñiré a su apartado “Observaciones y reglas generales sobre el trato entre seres humanos”. Lo recomendaría especialmente para personas que se interesen por la antropología y la fenomenología de los asuntos humanos, aunque lo puede leer cualquier ciudadano. Está en la línea de pensadores tan conocidos y reputados como Aristóteles, Cicerón, Séneca, Baltasar de Castiglione, Montaigne, Gracián, Lord Chesterfield o Schopenhauer. Ahí van algunas citas, ordenadas según aparecen en el libro, para abrir boca y degustarlas lentamente.

¡En suma!, la máxima de que “cada uno vale ni más ni menos que lo que se hace valer” es la gran panacea de los aventureros, los fanfarrones, los soplagaitas y otras cabezas de poco fuste para medrar en este mundo nuestro, así que no doy un centavo por ese remedio universal. ¡Pero alto!, ¿realmente no nos sirve de nada esa máxima? ¡Sí, amigos míos!… sin caer en la fanfarronería ni en las mentiras infames, no se ha de desperdiciar la oportunidad de mostrarnos por nuestras facetas más ventajosas”.

Si te falta algo, si tienes preocupaciones, si te ha ocurrido alguna desgracia, si sufres carencias, si la razón, los principios y tu buena voluntad no bastan, no reveles tu sufrimiento y tu debilidad a nadie, ni siquiera a tu fiel mujer, pero sí a quien pueda ayudar. Pocos son los que están dispuestos a ayudarte a llevar tu carga; a menudo solo la hacen más pesada; incluso muchos de ellos retroceden en cuanto se dan cuenta de que la fortuna ya no te sonríe”.

No descubras nunca de manera innoble las debilidades de tus congéneres para elevarte a ti mismo. No saques a la luz sus errores y yerros para sacar ventaja a su costa”.

“… Todos se cuidan de sí mismos y de los suyos, sin preocuparse del hombre modesto que puede estar muriéndose de hambre en un rincón oscuro pese a sus muchos talentos. Así, más de una persona meritoria no obtiene reconocimiento alguno en toda su vida, y no tiene oportunidad de ser útil a sus conciudadanos…”.

Nunca te apartes de tus “principios” en tanto que los reconozcas como justos… Sé firme, pero ten cuidado y no conviertas algo con demasiada ligereza en un principio, sin antes haber reflexionado sobre todos los casos, y no insistas tercamente en pequeñeces”.

No intentes ridiculizar en sociedad a ninguna persona, ni siquiera a la más débil”.

Asimismo, no hemos de olvidar nunca que la gente quiere divertirse y entretenerse; que incluso la conversación más instruida a la larga resultará aburrida si no se sazona de vez en cuando con ingenio y buen humor; que. además, a la gente nada le parece más ingenioso, más sabio y más divertido que cuando se la elogia, cuando se le dice algo halagador; pero que está por debajo de la dignidad de un hombre sensato hacer el papel de bromista, y que es indigno de un hombre honesto desempeñar el papel de un vil adulador. Pero que hay un término medio…”.

Si estás deseoso de obtener un respeto duradero … no lo salpiques con maledicencias y burlas y no te acostumbres a un tono de parodia…. el hombre sensato y sensible ha de ser comprensivo con las flaquezas de los demás…

Pero tampoco pretendo declarar improcedente toda sátira, ni negar que la mejor manera de combatir algunos disparates y necedades, “en círculos menos familiares”, sea mediante una parodia sutil, no ofensiva ni demasiado personal…”.

“… Los prejuicios a veces oscurecen la mirada… No juzgues a la ligera las acciones de gente sensata…”.

Ten cuidado de no agotar la paciencia de tus oyentes con discursos aburridos y prolijos… un cierto laconismo, digo, puede consistir en el talento de decir mucho con pocas palabras, en mantener la atención suprimiendo pequeños e insignificantes detalles… Deja que hablen los demás, que contribuyan a la conversación. Hay personas que sin advertirlo monopolizan la palabra en todos los sitios, y por más que estuvieran en un círculo de cincuenta personas, pronto se adueñarían de la palabra”.

No te contradigas a ti mismo en la conversación, de modo que afirmes algo que hace tiempo has combatido”.

Hay que tener cuidado de no recordar cosas desagradables a personas con las que se conversa… Siempre nos encontramos con esos inopinados predicadores de la verdad que se toman como una obligación amargarnos nuestras manías más inocentes y felices, racionalizándolas”.

“… aconsejo… que se sea “íntimo” con el menor número posible de personas, que se tenga solo un pequeño círculo de “amigos”, y que éste se amplíe únicamente con suma precaución…”.

Cree siempre que la mayoría de las personas son la mitad de buenas de como las describen sus amigos, y la mitad de malas de como las describen sus enemigos, y siempre saldrás beneficiado”.

Desprecio la frase “de una persona se puede conseguir lo que se quiera una vez que se ha dado con su punto débil”. Solo un canalla puede y quiere hacer algo así, ya que solo a él le son indiferentes los medios para lograr lo que quiere; el hombre honorable no puede hacer de todas las personas lo que él quiere, y tampoco lo pretende”.

Es preferible que seas la pequeña lámpara que ilumina un rincón oscuro con su propia luz, que la gran luna de un sol ajeno, o el satélite de un planeta”.

(De cómo tratar a las personas, Adolph Knigge).

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Comentarios (1)

Carmen Hace 1 año
Gracias por tus artículos, auténticas clases magistrales. Necesarios en nuestro entorno en que, lo burdo, lo chabacano y lo insultante están en auge. Usemos el cerebro, la reflexión, la ética.......
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