Un hombre hecho y derecho se agacha en plena calle para recoger, con ayuda de una bolsita de plástico, la mierda que acaba de cagar su perrito. Se trata sin duda de un buen ciudadano. Al cabo del año, a una media de dos heces diarias, este ciudadano ejemplar habrá recogido, con sus propias manos, la nada desdeñable cantidad de ¡730! cacas de las más diversas formas, texturas y tonalidades que, entre otras cosas, le informan, al tacto o tras rápida ojeada, de la salud de su perro. De manera que después de cinco años que hace que adoptó a su mascota podemos afirmar, sin la más mínima posibilidad de error, que nuestro ciudadano ejemplar es, antes que nada, un experto catador y recogedor de mierdas. Nadie lo diría al verlo al pronto, siempre tan atildado, salvo por ese pequeño detalle de tener la nariz algo fruncida, como remangada, común a tantos otros ciudadanos ejemplares. ¿No han reparado en ello?
Cada noche, antes de pasear por última vez a su perrito, nuestro ciudadano ejemplar de la nariz fruncida pasa revista, con indisimulada satisfacción, a los diversos recipientes en los que ha ido apartando las basuras de la semana. Uno para los residuos orgánicos, otro para envases y plásticos, otro para vidrios, y uno más para papeles y cartones. De manera que residuos y basuras de todos los pelajes, debidamente clasificadas, invaden gran parte de la pequeña cocina de la vivienda que habita, en absoluto diseñada para tales alardes de civismo.
Hoy, como todos los miércoles, toca depositar los vidrios en el contenedor correspondiente, y al ir arrojando una a una las botellas vacías no puede evitar que le invada, como un mal pensamiento, la idea de que alguien reutilizará esos envases, que él y otros muchos clasifican, guardan y finalmente depositan allí -todo ello de manera gratuita-, como materia prima para su negocio de reciclaje. La idea de que alguien pueda estar lucrándose a su costa, y a la de todos los ciuadanos ejemplares, hace que por un momento le hierva la sangre... Más al fin se controla y logra alejar la idea pecaminosa con solo considerar los beneficios que actitudes cívicas como la suya le reportan al planeta, nuestra casa común (¡qué bien suena!). En cualquier caso, mejor no pararse a pensar demasiado si se quiere seguir siendo un buen ciudadano, un ciudadano ejemplar.
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