Personas huyendo en la estación central de Kiev.
Personas huyendo en la estación central de Kiev.

La invasión rusa de Ucrania ha vuelto a sobresaltar al mundo rico y desarrollado que desde 2008 no vive para sustos. Podemos hacer “psicología de barrio”  con  la personalidad del criminal del KGB que es Putin, como lo hicimos con Sadam o Milosevic, pero eso no nos dirá nada sobre las causas y peligrosidad del conflicto, como maldecir al COVID-19 no nos protegerá de la infección. Trataré de realizar una escueta aproximación contextual a esta terrible guerra desde el prisma de la ecología política.

Breve inventario de saberes fundamentales

Sabemos que el crecimiento económico se basa en la extracción de materia y energía por parte del metabolismo social humano. Sabemos que estos recursos (materia y energía) son finitos. Sabemos que la capacidad de absorción de la biosfera de los residuos que genera ese mismo metabolismo social es también finita. Sabemos que la degradación cualitativa (biodiversidad) y cuantitativa (agotamiento) de los recursos naturales disponibles es exponencial. Sabemos que hay en ciernes una crisis climática por exceso de gases de efecto invernadero (residuo). Es decir, cada vez tenemos menos energía y materia disponible y más residuos inasimilables. Sabemos que Ucrania es uno de los estados que más reservas  de gas y carbón tiene en Europa. Sabemos que Ucrania tiene reservas muy importante en minerales estratégicos y posee una potente agricultura.

Sabíamos que la democracia moderna (S.XIX y XX) ha coexistido con el crecimiento  económico, de tal modo que en los lugares o en los momentos históricos donde no ha habido crecimiento, o este ha sido muy débil o dependiente, no ha habido democracia. Conocemos el crecimiento sin democracia, pero no conocemos la democracia sin crecimiento. Hay excepciones coyunturales, pero esta es la tendencia ampliamente dominante. Sabemos que no ha habido democracia sin capitalismo pero si capitalismo sin democracia. Sabemos que no hay capitalismo sin desigualdad, aunque ha habido capitalismo sin pobreza, y que la democracia se lleva muy mal con la desigualad y la pobreza extrema. Sabemos que el dispositivo que ha permitido a la metrópoli compatibilizar democracia, capitalismo y desigualdad ha sido el crecimiento. Sin crecimiento las costuras estallan. El crecimiento ha dopado a la desigualdad y ha hecho posible la convivencia entre capitalismo y democracia. Y esto lo saben, lo digan o no, los mercados y los Estados.

Ilusiones desmentidas

Era erróneo presuponer que podemos sustituir en gran medida el capital natural por el capital tecnológico. La desmaterialización económica inducida por el auge de la economía digital ha tenido un efecto rebote que no ha hecho sino agravar la ineficiencia global que es la ecológicamente  relevante. El aumento de la eficiencia local al abaratar los costes incrementa los consumos. Hemos olvidado que los limites biofísicos del planeta son un valor absoluto y rígido, y no pueden modificarse cambiando solo las variables relativas sin incurrir en una peligrosa ilusión cognitiva.   

Primer gran aviso: la crisis  del 2008

Los mercados empezaron, al comienzo de la siglo XXI, a subir el precio de las materias primas reflejando de esta manera los horizontes del fin del crecimiento. Pero no lo escuchamos ni lo vivimos, le echamos la culpa a la subida de la temperatura (precios), al termómetro (desarreglos instituciones en la regulación del dinero). La aguja que hizo explotar la burbuja especulativa fue el aumento de los precios de las materias primas, fruto del horizonte futuro de escasez. No vimos venir que detrás de la crisis financiera se escondía la crisis ecológica. A esta asimetría brutal entre extracción y renovación y entre excrecencia y reciclaje, le hemos llamado entropía metabólica.

Segundo aviso: el coronavirus del 2019

Un virus de origen zoonótico se expande por el mundo en unos meses y pone en jaque a la salud (más de 5 millones de muertes) y a la economía mundial. La pandemia ha puesto en evidencia cinco cuestiones centrales. (i) El deterioro de la biodiversidad y la destrucción de los habitas naturales son un grave riesgo para la salud global. (ii) El modelo agroalimentario dominante es una amenaza para la salud mundial. (iii) La globalización irracional del turismo es una autopista para las epidemias. (iv) Las distinciones radicales entre salud humana y salud animal o entre salud local y salud mundial son peligrosas inexactitudes. (v) La globalización financiera es enormemente frágil.

La crisis del coronavirus es otro ejemplo de la entropía metabólica pues responde también, como la crisis financiera, a los profundos desajustes en el intercambio de materia y energía en el metabolismo social. Ese desajuste se expresa en la crisis financiera del 2008 por medio de los precios en el mercado global y en la pandemia a través del brote epidémico en la salud global.

El incremento de la desigualdad sin el doping del crecimiento

La desigualdad social, medida tanto en indicadores monetarios (renta y patrimonio) como en indicadores biofísicos (consumo de materia y energía), no ha dejado de crecer en todo el ciclo de expansión de la  globalización financiera. Tanto la crisis del 2008 como la pandemia del 2020 no han hecho sino acelerar la tendencia a la concentración de la riqueza. La gran diferencia en los momentos actuales es que cada vez es más difícil que detrás de la desigualdad no comience a aparecer la pobreza. Esto significa que se desvanece el efecto doping del crecimiento que ha servido para amortiguar la insoportabilidad social de la desigualdad creciente. El estrés social que el fin del crecimiento ocasiona, tensionará enormemente las relaciones sociales.

En este horizonte de decrecimiento sobrevenido, la desigualdad social funciona como un fortísimo factor de desorden y de entropía social, puesto que iguala a la baja a la inmensa mayoría de la población, concentrando la riqueza en pocas manos. La entropía metabólica, en un planeta de recursos finitos, termina diluyendo el analgésico social del crecimiento ilimitado y percutiendo en entropía social.

La democracia en peligro: la entropía política

Estancado el crecimiento y desatada la desigualdad, el mantenimiento del capitalismo solo es posible mediante sistemas políticos no democráticos. Adiós pues a la “servidumbre voluntaria” de la que se lamentaba el señor de La Boétie. El neoliberalismo fue el último intento de compatibilizar democracia y capitalismo en la metrópolis. La entropía social se trasforma en entropía política, desestabilizando al sistema democrático y minando la cooperación social. El autoritarismo, la xenofobia, el retorno del patriarcado, de la coacción, son ejemplo de esta infección de odio social. La polarización política no es el producto de los algoritmos, supuestamente ciegos, de la digitalización sino de la polarización social.

La entropía política la podemos seguir midiendo el deterioro de la cohesión y la cooperación social. La base evolutiva de la democracia es la cooperación social. La sustitución de la cooperación social por la coacción es el germen del autoritarismo. No hay sistema político más entrópico que las dictadoras totalitarias. La cooperación requiere libertad y confianza, y estas son incompatibles con la desigualdad extrema, más aun, si esta se encuentra despojada de la ilusión del crecimiento.

El recurso al autoritarismo es consecuencia inevitable de la suma de la crisis ecológica terminal (entropía metabólica) más la desigualdad extrema (entropía social). Los límites biofísicos y las contradicciones internas del capital conducen a esta falsa alternativa del autoritarismo. Pero esto es un apaño provisional que en realidad desemboca en un callejón sin salida: la guerra de todos contra todos. Una especie de “estado de naturaleza”   hobbesiano pero terminal.

La erosión de la gobernanza global

Si algo han puesto de manifiesto conjuntamente la crisis financiera, la pandemia y la invasión de Ucrania; es la ausencia de instituciones de gobernanza globales. Durante años el neoliberalismo fue erosionando las instituciones mundiales como la ONU, la corte penal internacional, la OMS   el mismo Banco Mundial o el FMI. El resultado es que hemos visto catástrofes económicas, sanitarias o humanitarias. La apuesta neoliberal era desde el principio una estrategia a la desesperada ante el horizonte del fin del crecimiento. Solo cabía responder ante el aumento de la triple entropía con más entropía global (unilateralismo, desregulación y fantasías tecnológicas), la típica fuga hacia adelante.

Ucrania como campo de probabilidad minado

La invasión de Ucrania a cargo de Rusia, es una de las opciones posibles para que salte el detonante de este campo de probabilidad minado que es la era del antropoceno. Ojalá sea solo un doloroso aviso más, pero en todo caso va ser una constante en los próximos años las explosiones de entropía política serán continuas. En cada una de ellas se va a incrementar el riesgo de anticipar, y sustituir, el riesgo de colapso ecológico por un inmenso hongo termonuclear.

En este caso no estoy de acuerdo con Marx que decía que siempre era preferible un final terrible a un terror sin fin, pero el terror sin fin (el capitalismo) tendrá que terminar sino queremos una final terrible. La disuasión nuclear funcionó, a un precio elevadísimo, pero funcionó. El peligro ahora es que sin crecimiento las tentaciones suicidas irracionales se incrementen entre las elites mundiales. Por eso hoy, la democracia, y la racionalidad critica, son los bienes mas preciados y los únicos instrumentos  factibles de la ecología política.

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