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De la actitud lo-que-tienes-que-hacer y de te-lo-dije está lleno el mundo. Revelan una actitud autosuficiente y complaciente consigo mismo que solo, en ese grado, puede proporcionar la ignorancia, la estupidez, o ambas.

Yo no sé de dónde obtienen tan vasto conocimiento esas personas que no han estudiado apenas nada, han vivido menos, aún menos han viajado, leen poco y ven tanto la televisión. A estas enciclopedias andantes y pozos de sabiduría que aconsejan tanto y se aplican sus conocimientos a sí mismos con tanta tacañería, provocan lo que denomino el síndrome del cuñado. El cuñado al que me refiero es el que tiene este latiguillo en la punta de la lengua: Tú lo que tienes que hacer…tú lo que tienes que pensar…tú lo que tienes que decir…

Efectivamente, todo el mundo tiene un cuñado que es una Wikipedia andante y hablante. El cuñado no solo sabe cuál es la mejor marca de coche o el supermercado más barato o la mejor berza como Dios manda…  sino por qué la justicia es tan justa, aunque no lo parezca, la monarquía es sin discusión la mejor forma del Estado o los motivos de los electores del medio oeste americano para preferir a Donald Trump y con tan grande convencimiento. Los cuñados, de todo saben: cómo acabar con la crisis económica; cómo llevar a cabo la reforma laboral, la reforma educativa y la reforma de la reforma; cómo hay que educar a los hijos (especialmente los ajenos), cómo debe llevar su pontificado el Papa Francisco; subir los impuestos, bajar los impuestos; quitar el de sucesiones, poner uno especial para homosexuales; qué está bien, qué está mal y qué es indiferente; por qué vivimos en la mejor zona de la mejor ciudad del mejor país del mundo a pesar de los pesares, porque vaya clima que tenemos y vaya Feria y vaya Semana Santa, sin contar con los mostos y el flamenco que a ver si tú encuentras algo igual…ah, y el truco para conseguir la mejor tortillita de camarones, que se me olvidaba.

El cuñado no para. Cuando afirma y sentencia (lo que ocurre sin cesar) no deja el menor resquicio a la duda. Bueno, lo suyo no son las dudas, mayormente. Dudas, las precisas. Pocas. En realidad, ninguna. ¿Que no sabes si Gran Bretaña ha hecho bien en salir de la Unión Europea? Pregúntale al cuñado. ¿Que desconoces la responsabilidad de los recortes sanitarios? Pregúntale al cuñado. ¿Que tus hijos dudan sobre la elección universitaria o sobre la causa del cambio climático? Pregúntale al cuñado.

El cuñado, que es muy buena gente y muy enrollado según él mismo, no dudará ni una milésima de segundo en soltarte la solución a todos tus problemas, al modo chirigotero: tú, lo que tienes que hacer es… que te lo digo yo, chiquillo, tú hazme caso, picha mía.

Esta anterior es la versión del cuñado que denominamos “anticipatoria”. Hay otra. La que muestra al cuñado atento a tu relato, escuchando sin perder hilo, centrado en lo que le estás contando, cómo te salió mal esto o lo otro. Entonces, cuando terminas de contarle tu fracaso en da igual cuál sea la materia (te han puesto una multa de tráfico, se ha incrementado el recibo de la luz, tu hijo ha suspendido una asignatura...), el cuñado saca el estoque y hunde el puñal en el morrillo con media sonrisa de hiena y un sabihondo: TE LO DIJE. Que es el colofón inevitable suceda lo que suceda.

De la actitud lo-que-tienes-que-hacer y de te-lo-dije está lleno el mundo. Revelan una actitud autosuficiente y complaciente consigo mismo que solo, en ese grado, puede proporcionar la ignorancia, la estupidez, o ambas. Pero ya sabemos que la ignorancia y la estupidez solo procuran desgracias. Ojo con el cuñado. Ponedlo fuera del alcance de los niños.

Consecuencias especialmente negativas tiene esta actitud en la crianza de los hijos. Una cosa es educarlos con normas claras, pocas y claras, con límites en sus deseos, haciéndoles ver que todo lo que hacen tienen consecuencias y que de todas (en lo bueno y en lo malo) deben hacerse responsables y que el mejor entrenamiento para conseguir cualquier cosa es la disciplina y el orden…y otra muy distinta esta actitud cuñadísima tu-lo-que-tienes-que-hacer que en realidad consigue justo lo contrario de lo que dice proponer: es decir, mantener al otro en una eterna minoría de edad, sin criterio para buscar sus soluciones y con recetas para todos los problemas tan simples como falsas. Si a esto se le añade un chovinismo rancio y casposo que contribuye poco, la verdad, a que nuestros jóvenes vayan construyendo un criterio personal abierto a discutir opiniones distintas y, sobre todo, a buscar la verdad más allá de lo que está comúnmente admitido, entonces el cuñadismo es una verdadera desgracia social.

Yo no sé qué atracción empalagosa esconde el regusto de lo propio para que en la política tenga tanto éxito el nacionalismo. Que es en la sociología, mutatis mutandis, como un cuñadismo pero a lo bestia. Y en la psicología, un narcisismo primario sin solución. Bastante difícil es la vida de cada uno para que además estemos condenados a escuchar este catálogo de advertencias, admoniciones y de consejos baratos como una eterna y pejiguera banda de cornetas y tambores (con perdón).

¡Que pagados están de sí mismos los cuñadísimos, por Dios…y que jartibles y chocantes son! Buenas intenciones dicen tener, eso sí. Solo faltaría. Pero podrían tomarse unas vacaciones, un año sabático. Y así descansaríamos todos de tanto rebuzno grandilocuente.

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