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Esto no es exclusivo de la Casa Blanca. Vista la decadencia presente, normalmente tendemos a bendecir lo anterior.

En la misma semana en la que nos sorprendía la resurrección de Sánchez y lloramos por Manchester, Donald Trump visitó el Museo del Holocausto. En Jerusalén. Su firma en el libro de honor resulta tan reveladora e inquietante como el naranja de su tez. Escribió sentirse feliz por estar allí "con sus amigos"; allí en un lugar "increíble" (amazing), también según sus palabras. Resulta curioso que este espécimen, que reconoce abiertamente su fobia a la lectura —no necesita jurarlo—, emplee el mismo término para describir este tipo de emoción que para halagar a su mujer o para alardear de su equipo de béisbol favorito. Como casi todo en la vida, es una cuestión de dualidades. Aprendemos por oposición. La comparativa con su antecesor Obama, convierte al demócrata poco menos que en uno de aquellos angelitos que pintaba Machín al ritmo de sus maracas. Y todo porque el mensaje que el expresidente escribió en aquel libro de visitas en 2008 sí hacía referencia a lo ocurrido, a lo que nunca debería volver a ocurrir y al significado trascendental del lugar en cuestión. Hasta Bush hijo mencionó Israel en su breve aportación manuscrita unos años antes. Las comparaciones son odiosas —como sostiene cualquier hijo menor poco aventajado—, pero el indómito Mr. President actual es la llave maestra de la buena imagen de sus predecesores. Contra él, brillan más.

Esto no es exclusivo de la Casa Blanca. Vista la decadencia presente, normalmente tendemos a bendecir lo anterior. Y muchas veces, en exceso. Pongamos por caso un ejemplo sintomático: el del diario El País. Esta semana, propios y extraños han rasgado sus vestiduras a propósito del editorial que el periódico de PRISA le ha dedicado a la victoria de Sánchez en las primarias del PSOE. Con un alarde de agresividad nada sutil y un convencido encono, el texto reprueba con contundencia esta decisión de la militancia. Pedro Sánchez es para la publicación fiel reflejo de "la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento» que se dan cita en el actual «contexto de crisis de la democracia representativa". Pero no contentos con este triple mortal editorialista, el diario compara el triunfo del nuevo secretario general con los procesos de ruptura abiertos por el Brexit en Reino Unido, el referéndum colombiano o la victoria de Trump. Que debía andar aún por Jerusalén.

El diario que fundaran los Polanco, Spottorno y Cebrián habla de la otra candidatura como sinónimo de "la razón, los argumentos y el contraste de los hechos", a los que —nótese la pesadumbre— se ha impuesto con éxito la "indignación ciega". Muchos de los que se desayunaron el lunes las setecientas palabras del editorial no entienden nada. Miran los expositores del quiosco, ven la competencia y se frotan los ojos. No obstante, como suele ocurrir, quizás el tiempo pasado haya convertido lo que hubo en lo que nunca fue. Tal vez hayamos creído detectar por contraste lo que apenas existió un instante. Es posible que en los setenta, con los estudios de mercado aún en pañales, bastara una mirada a las plazas para palpar el discurso que más vendería. El discurso ganador. Hacer de poli bueno frente a Pueblo era cosa hecha.

En lo que sí aciertan los editorialistas furibundos es en el profundo clima de indefinición que nos gobierna. Si el candidato es víctima o ejecutor de vaivenes ideológicos —que lo es—, la prensa líder parece no quedarse a la zaga. Al menos, con respecto a una convicción que muchos creyeron ver, compartieron y compraron. Muy posiblemente, haya perdido capacidad de disimulo a golpe de dividendos. Y Trump en Jerusalén. Pasándolo increíble con sus amigos. 

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